El Apocalipsis, según el capitalismo
Una serie inusitada de fenómenos climatológicos extraordinarios se registró en el planeta durante los últimos meses.
Es como si hubiera estallado un aviso de Apocalipsis: Terremotos, lluvias de una intensidad inusitada en todo el hemisferio sur, nevadas históricas en el este norteamericano y el norte europeo, sequías devastadoras en las mismas regiones donde no hace mucho las inundaciones arrasaban a poblaciones enteras. Aludes, incendios forestales, crecidas de ríos y océanos, deshielos monumentales, hambrunas masivas.
Para la mayoría de los científicos esos fenómenos catastróficos son la consecuencia natural de la contaminación y la destrucción del planeta. Para otros es una señal mística del «fin del mundo».
Y están los que piensan que detrás de esos desastres encadenados hay un plan estratégico imperial y una manipulación científica de estos fenómenos orientados al control de países y poblaciones.
En la teoría más difundida, el calentamiento global está potenciando y acelerando el desenlace de estos fenómenos devastadores. Y la mayoría de los científicos aseguran que estas catástrofes encadenadas, llegaron para quedarse.
Según la Organización Meteorológica Mundial de la ONU, los últimos diez años fueron los más calurosos en la Tierra desde que se registran científicamente hace unos 120 años.
Científicos de la metereología hablan de un fenómeno cíclico producido por El Niño, que desata un cambio en las temperaturas y corrientes marinas, que se desarrolla cada dos a siete años en el Pacífico y que afectan desde América del Sur hasta Australia e Indonesia.
De acuerdo con la Administración Nacional de la Atmósfera y los Océanos de EEUU, la temperatura promedio del planeta entre el 2000 y el 2009 fue de 14,3 grados centígrados, un grado más que el promedio del siglo XX.
Esta situación llevó a que en los últimos 30 años se derritiera una tercera parte de los hielos del mundo, que constituyen la principal fuente de agua dulce de la mayoría de los seres humanos.
Y de acuerdo con las proyecciones del sistema de predicciones del Servicio Meteorológico Británico, el 2010 -a pesar de las nevadas históricas- ya se perfila como el año más caluroso desde que se contabilizan registros.
Según el Reporte sobre el Impacto del Clima difundido por agencias del gobierno de EEUU, estos fenómenos se acentuarán y agravarán en los próximos años. Entre los pronósticos se señala que los huracanes serán cada vez más letales en todo el Caribe, que se extenderán al sur hasta Bahía, en Brasil, y al norte hasta Nueva York. Para Europa y América del Sur se proyectan sequías y precipitaciones extremas en una misma región.
Mientras tanto, en todas las cumbres sobre «cambio climático» como las de Río, Johannesburgo, o la más reciente de Copenhague, sólo se habla de «impacto ambiental», de «emisiones contaminantes» que destruyen el planeta, sin profundizar en las raíces y causalidades del sistema capitalista que las produce.
Esta omisión (cómplice y conciente) permite hablar de la «víctima» (el planeta y la mayoría de la humanidad) sin identificar al «criminal» (los grupos y empresas capitalistas que concentran activos y fortunas personales depredando y destruyendo irracionalmente el planeta).
En el sistema capitalista (nivelado como «civilización única») la producción y comercialización de bienes y servicios (esenciales para la supervivencia humana) se encuentran en manos de corporaciones empresariales privadas que controlan desde recursos naturales (entorno medio ambiental) hasta sistemas económicos productivos (entorno social) por encima de la voluntad de gobiernos y países.
Esto implica, en primer lugar, que no son los Estados sino las empresas capitalistas (los dueños privados de los Estados) quienes deciden cuándo, cómo y en qué lugar (y sin ninguna consideración estratégica de impacto ambiental global) instalar una fábrica o una explotación industrial contaminante orientada (antes que nada) a producir riqueza privada al costo de la destrucción del planeta.
Sus expositores, los científicos y funcionarios que «alertan» sobre la catástrofe ambiental, no la relacionan con la propiedad privada capitalista, con la búsqueda de rentabilidad y concentración de riqueza en pocas manos, con la sociedad de consumo y con las trasnacionales y bancos que controlan los recursos naturales y los sistemas económicos productivos sin planificación, y sólo orientados a la ganancia privada en todo el planeta.
El sistema capitalista, como acción y como resultante es irracional, no planificado y (salvo la búsqueda de rentabilidad y de concentración de riqueza en pocas manos) carece de lógica estratégica para preservar y proteger racionalmente al planeta de su propia acción depredadora y destructiva.
En este contexto, las cumbres para hablar del calentamiento global y de los cataclismos en ascenso, siempre terminan en un fracaso a causa de lso intereses enfrentados y la sguerras por los mercados que predominan en el sistema capitalista.
En diciembre pasado, ministros de 192 países reunidos en la gran cumbre de medio ambiente de Copenhague, en diciembre, se retiraron del encuentro sin llegar a ningún acuerdo trazar estrategias y destinar fondos para combatir y prevenir estas catástrofes climáticas.
La irracionalidad (la no consideración de emergentes o de efectos colaterales nocivos y/o destructivos) convierte a las empresas capitalistas en depredadoras del medio ambiente (ríos, fauna, y animales incluidos) por la sencilla razón de que no actúan siguiendo intereses sociales generales (la preservación del planeta y de las especies), sino en la búsqueda de intereses particulares (la preservación de la rentabilidad y la concentración de riqueza privada).
Y el justificativo social (crear «fuentes de trabajo») que utilizan resulta también irracional, dado que para «dar trabajo» no solamente generan pobreza masiva por explotación del hombre por el hombre, sino que además destruyen el entorno y los recursos naturales del planeta para proveer riqueza y bienestar económico sólo a los pocos que integran la exclusiva pirámide de los beneficios empresariales en alta escala.
En consecuencia, los acuerdos se hacen dificiles, cada vez más imposibles, y a partir de esa distorsión inicial, los que prometen «luchas y planes» para salvar al mundo de la catástrofe global, son los mismos Estados y empresas capitalistas que están causando (con su accionar depredador irracional) lo que ya claramente se proyecta como un Apocalipsis natural a plazo fijo.
El Apocalipsis, según el Pentágono
Pero también están los que sostienen que los desastres climáticos, además del calentamiento global, responden a planes militares y experimentos científicos orientados al control de países y poblaciones.
De acuerdo con esta tesis, la guerra climática, la guerra biológica o la guerra química, son parte indivisible de la guerra militar para controlar países y poblaciones.
Todas a su vez, se sintetizan en la guerra psicológica para controlar y dominar la mente humana con fines del control social sin el uso de las armas (Guerra de Cuarta Generación). Su existencia operativa y sus estrategias de aplicación (exterminios masivos de personas con fines económicos y políticos) tienen origen en los laboratorios militares de las potencias centrales.
Durante el pasado terremoto de Haití, por la red circulaba una teoría inquietante: El terremoto de Haití habría sido manipulado científicamente por un programa desarrollado por la Fuerza Aérea de EEUU, o sea el Pentágono.
Concretamente se señalaba al proyecto HAARP (del inglés High Frequency Active Auroral Research Program, Programa de Investigación de Aurora Activa de Alta Frecuencia), una investigación financiada por la Fuerza Aérea de los EEUU, la Marina y la Universidad de Alaska para «entender, simular y controlar los procesos ionosféricos que podrían cambiar el funcionamiento de las comunicaciones y sistemas de vigilancia».
El HAARP (considerado, entre otras funciones, como una «máquina de crear terremotos»), es un calentador de la ionosfera, y actúa sobre ella como la antena más poderosa que jamás haya existido.
Pese a ser desmentida oficialmente como «conspirativa» esta tesis volvió a cobrar vigencia con el terremoto sucedido en Chile en enero de 2010.
Según versiones que se esparcen por Internet, el cataclismo de Chile fue otra manifestación del sistema experimentado por EEUU (proyecto HAARP) que permite crear anomalías climatológicas para provocar inundaciones, sequías y huracanes de intensidad inusitada.
Teóricamente, según los defensores de esta tesis, el HAARP podría modificar el clima del planeta, desviar los jetstream o corrientes a chorro de la alta atmósfera hacia donde se tenga interés, trabaja con ondas de alta y baja frecuencia, y es considerado por algunos expertos como un peligro para la existencia de la humanidad, debido al uso potencial como arma de «guerra climatológica».
Según Roger Searle, profesor de geofísica en la Universidad de Dirham (Reino Unido) el terremoto de Haití (enero de 2010) fue 35 veces más potente que la bomba de Hiroshima. El catedrático también comparó la energía liberada por el terremoto en el país caribeño con la explosión de medio millón de toneladas de TNT.
El epicentro del sismo chileno fue a 325 kms de Santiago y resultó 50 veces más potente que el de Haití. Duró 90 segundos y fue tan fuerte que sacudió a todo el país. Hubo alertas por tsunamis y dicen que habrá más réplicas.
Según las tesis del «factor militar», estos fenómenos catastróficos se encuadran dentro de una estrategia de dominio imperial sin el uso de las armas.
A simple vista suena como una «teoría conspirativa», pero ateniéndonos a las investigaciones y verificaciones que existen sobre experimentos militares (sobre todo de EEUU y algunas potencias centrales) con armas, químicas y biológicas orientadas al exterminio masivos de seres humanos, la versión no parece tan descabellada.
En las tesis alternativas, estos fenómenos climáticos forman parte de las «guerras silenciosas» de exterminio poblacional que se originan dentro de los planes y estrategias del Pentágono para preservar y potenciar el control de EEUU, la potencia regente y dominante del sistema capitalista a escala global.
Se habla, incluso, de distintas operaciones de «aprovechamiento» de las catástrofes, cuyos objetivos van desde una «cortina de humo» para distraer la atención de la actual crisis global, hasta un plan capitalista «malthusiano» para reducir la población pobre «sobrante».
Puntualmente, la teoría sobre los terremotos como experimento científico aparece como «conspirativa», pero si se la asocia dentro de un contexto de experimentación militar con las «guerras silenciosas» ensayadas por el Pentágono, bien podría calificarse como verosímil.
Además, y como segundo objetivo central, todo lo que se destruye se debe «reconstruir», y todo lo que enferma se debe «curar», es la máxima que sigue siempre el sistema capitalista para arrancar rentabilidad tanto de las crisis económicas, como de las catástrofes, las epidemias y las guerras.
Suena pesadillesco, pero los laboratorios están, los científicos están, y los proyectos están, según una multitud de informes nunca desmentidos.
Entonces, si decenas de documentos describen estos proyectos, si oficialmente se reconocen que existen aunque no se los detallan, cabe una pregunta: ¿Porqué el Pentágono invertiría dinero y tecnología en experimentos que jamás serán usados?.
Nadie sabe responderla, y las catástrofes seriales se siguen sucediendo sobre el planeta.