De las guerras por la energía a las guerras por el agua, el siglo XXI será testigo de una feroz lucha por los restantes recursos naturales del mundo. El tablero de este ajedrez es global. Los riesgos son enormes. La mayoría de las batallas serán invisibles. Todas serán cruciales.
África, un continente rico en recursos, está siendo objeto de una compleja trama secundaria dentro del Nuevo Gran Juego en Eurasia. Se trata de tres importantes acontecimientos interrelacionados:
1) La mayoría de edad de la Unión Africana (UA), en la década de 2000. 2) La ofensiva inversora de China en África a lo largo de la década de 2000. 3) La creación del Mando Militar para Africa del Pentágono (Africom) en 2007.
Beijing ve claramente que el bombardeo anglo-franco-estadounidense de Libia –aparte de sus innumerables implicaciones geopolíticas– pone en peligro miles de millones de dólares de inversiones chinas, por no mencionar el riesgo que supone de una forzada –aunque discreta– evacuación de más de 35.000 chinos que trabajan en el país.
Y algo muy importante, en función del resultado –por ejemplo, por la eventual renovación de los contratos de energía hecha por un gobierno prooccidental dócil– también pueden estar en serio peligro las importaciones chinas de petróleo (3 % del total de las importaciones chinas en 2010).
Así, no es extraño que el periódico China Military, publicado por el Ejército Popular de Liberación (EPL) chino, así como algunos sectores del mundo académico, afirmen ya abiertamente que China debe abandonar la política de perfil bajo adoptada desde la época de Deng Xiaoping y apostar por un ejército mayor, capaz de defender sus intereses estratégicos en todo el mundo (activos que suman ya más de 1.2 billones de dólares).
Cabría compararlo con un examen detallado de la estrategia de Africom, que revela que la energía constituye la proverbial agenda oculta y su decidida intención de aislar a China del Norte de África.
Un informe titulado “China’s New Security Strategy in Africa” (Nueva Estrategia de Seguridad de China en África) traiciona en efecto el temor del Pentágono de que el EPL opte finalmente por enviar tropas a África para proteger los intereses chinos.
No va a suceder en Libia, no va a suceder de inmediato en Sudán; pero más allá no hay certeza de nada.
Entrometidos es nuestro segundo nombre
El Pentágono ha estado entrometiéndose, de hecho, en los asuntos de África desde hace más de medio siglo. Según un estudio del año pasado del US Congressional Research Service, lo ha hecho no menos de 46 veces, antes de la actual guerra civil libia.
Entre otras hazañas, el Pentágono participó en una fallida invasión a gran escala de Somalia y apoyó el infame régimen de Ruanda que perpetró el genocidio.
El gobierno de Bill Clinton se inmiscuyó en Liberia, Gabón, Congo y Sierra Leona, bombardeó Sudán y envió asesores a Etiopía para ayudar a unos satélites de dudosa reputación a conseguirse una parte de Somalia (por cierto, Somalia ha estado en guerra durante 20 años).
La National Security Strategy (Estrategia de Seguridad Nacional – NSS), concebida por el gobierno de Bush, es explícita: “África es una prioridad estratégica en la lucha contra el terrorismo”.
Sin embargo, la interminable “guerra contra el terror” es un espectáculo marginal en el vasto programa de militarización del Pentágono, que favorece a los regímenes satélites, la creación de bases militares y el entrenamiento de mercenarios (“alianzas de cooperación”, en la neolengua del Pentágono.)
Africom mantiene algún tipo de acuerdo bilateral de colaboración militar con la mayor parte de los 53 países de África, por no hablar de oscuros programas multilaterales como la West African Standby Force y la Africa Partnership Station.
Los buques de guerra estadounidenses visitan prácticamente todos los países africanos, excepto los que bordean el Mediterráneo.
Excepciones: Costa de Marfil, Sudán, Eritrea y Libia. Costa de Marfil esta ahora ya controlada; igual que la parte meridional de Sudán. Libia puede ser el próximo. Los únicos que quedan por incorporarse al Africom serán Eritrea y Zimbabwe.
La reputación de Africom no es exactamente intachable, en la medida en que los capítulos de Túnez y Egipto de la Gran Revuelta Árabe 2011 lo ha tomado totalmente por sorpresa. Estos socios eran, a fin de cuentas, fundamentales para la vigilancia del Mediterráneo meridional y el Mar Rojo.
Libia por su parte, presentaba algunas posibilidades atractivas: un dictador fácilmente demonizable, un dócil régimen títere post Gadafi, una base militar crucial para Africom, un montón de petróleo barato de excelente calidad y la posibilidad de echar a China de Libia.
Así ha sido cómo, bajo el gobierno de Obama, Africom comenzó su primera guerra africana. En palabras de su comandante, el general Carter Ham, “Hemos completado una misión operativa en Libia compleja y apresurada, y la hemos transferido… a la OTAN.”
Lo cual nos lleva al siguiente paso. Africom compartirá todos sus activos africanos con la OTAN. Africom y la OTAN son, de hecho, una misma cosa: el Pentágono es una hidra de muchas cabezas, como es sabido.
Por su parte, Beijing ve lo que se avecina: el Mediterráneo convertido en un lago de la OTAN (con un neocolonialismo principalmente franco-británico), África militarizada por Africom y los intereses chinos expuestos a un alto riesgo.
El atractivo de ChinÁfrica
Una de las últimas etapas cruciales de la globalización –lo que podríamos llamar ChinAfrica– se desarrolló casi en silencio y con nula visibilidad, al menos para los ojos occidentales.
En la pasada década, África Occidental se convirtió en el nuevo Lejano Oeste de China. Este relato épico de masas de trabajadores y empresarios chinos lanzados al descubrimiento de grandes espacios vírgenes vacíos; esta mezcla de emociones salvajes, desde el exotismo al rechazo, del racismo a la aventura pura y simple, estimula la imaginación de cualquiera.
Ciudadanos chinos han traspasado el inconsciente colectivo de África y han hecho soñar a los africanos, mientras China, la gran potencia, demuestra ser capaz de obrar milagros lejos de sus costas.
Para África, este síndrome de opuestos que se atraen ha sido un gran impulso después de la descolonización de la década de 1960 y el horrible desorden que siguió.
China ha pavimentado carreteras y reparado vías de ferrocarril; ha construido presas hidráulicas en Congo, Sudán y Etiopía; ha equipado todo África con fibra óptica; ha inaugurado hospitales y orfanatos; y –justo antes de los sucesos de la plaza Tahrir – estaba a punto para ayudar a Egipto a relanzar su programa nuclear civil.
El hombre blanco en África ha sido, la mayor parte del tiempo, arrogante y condescendiente; el hombre chino, humilde, valiente, eficaz y discreto.
China pronto se convertirá en el mayor socio comercial de África, por delante de Francia y el Reino Unido, y su principal fuente de inversión extranjera. Es revelador que lo mejor de se le ha podido ocurrir a Occidente para contrarrestar este terremoto geopolítico haya sido la vía militar.
El modelo chino de comercio exterior, ayuda e inversión –para no mencionar el modelo interno chino de inversiones estatales de gran escala en infraestructuras– ha hecho que África se olvidase de Occidente, a la vez que aumentaba la importancia estratégica de África en la economía mundial.
¿Por qué ha de confiar un gobierno africano en los ajustes estructurales del FMI y el Banco Mundial cuando China no pone ninguna condición política y respeta la soberanía, aspecto éste que Beijing considera el principio más importante del derecho internacional? Y además, China no acarrea el pesado bagaje histórico colonial africano.
En pocas palabras, grandes segmentos de África han rechazado la terapia de choque ofrecida por Occidente y han abrazado a China.
Como era previsible, las elites occidentales, no lo han encontrado divertido. Beijing ve ahora claramente que en el contexto más amplio del Nuevo Gran Juego en Eurasia, el Pentágono se ha posicionado para llevar a cabo un remix de la Guerra Fría, esta vez con China en toda África, utilizando para ello todos los trucos del manual, desde oscuras asociaciones hasta un caos de ingeniería.
El liderazgo en Beijing sigue en silencio, mientras observa las aguas. Por el momento, el dicho del pequeño timonel Deng –”cruzar el río tanteando las piedras”– sigue en pie.
El Pentágono haría bien en abrir los ojos. Lo mejor que Beijing tiene para ofrecer es ayudar a África a cumplir su destino. A los ojos de los propios africanos, esta oferta supera a cualquier misil de crucero.
http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/04/2011422131911465794.html