Se sabe que en el mundo antiguo existieron lo que se llamaron siete maravillas del mundo. Seis de ellas marcaron el pasado de la Humanidad, tales como los jardines colgantes de Babilonia, la tumba de Mausoleo, el templo de Diana, el Coloso de Rodas, la estatua de Júpiter Capitolino y el faro de Alejandría. Pero una de ellas ha sobrevivido para asombro de la Humanidad. Se trata del complejo de las Pirámides y la Esfinge, en Gizeh, Egipto. Especialmente es remarcable la Gran Pirámide, que muchos han sido los que han querido destruir. A los muchos enigmas referentes a la construcción y al propósito de la Gran Pirámide de Gizeh, se añadieron otros tras su terminación. Todas las teorías basadas en la suposición de que la pirámide era una tumba real muestran deficiencias. Las distintas referencias que aparecen en los escritos de los cronistas clásicos griegos y romanos sobre la Gran Pirámide atestiguan que antiguamente se conocía la entrada de la piedra giratoria, con el pasadizo descendente y con el foso subterráneo. Pero no se sabía nada de todo el sistema superior de pasadizos, galerías y cámaras, dado que el pasadizo ascendente quedó taponado con grandes bloques de granito y una piedra triangular, para que nadie que bajara por el pasadizo descendente llegara a sospechar que existía una entrada a un pasadizo superior. Durante los muchos siglos que siguieron, se llegó a olvidar incluso la ubicación de la entrada original; y cuando, en el 820 d.C, el califa Al Mamun decidió entrar en la pirámide, sus hombres forzaron una entrada a través de un túnel, sin rumbo fijo a través de las piedras. Sólo después de que oyeran caer una piedra en algún lugar dentro de la pirámide fue cuando orientaron el túnel en dirección al sonido, llegando al pasadizo descendente. La piedra que había caído era la piedra triangular que ocultaba la entrada al pasadizo ascendente, con lo que quedaron al descubierto los bloques de granito. Incapaces de mellar los bloques de granito, los hombres de Al Mamun atravesaron la piedra caliza a su alrededor, descubriendo al fin el pasadizo ascendente y las partes internas superiores de la pirámide.
Como atestiguan los historiadores árabes, Al Mamun y sus hombres lo encontraron todo vacío. Tras limpiar de escombros el pasadizo ascendente, consiguieron llegar hasta el extremo superior del pasadizo. Al salir de este túnel cuadrado, pudieron ponerse de pie, pues habían llegado al enlace del pasadizo ascendente con el pasadizo horizontal y la Gran Galería. Después, siguieron el pasadizo horizontal, llegando a la cámara abovedada de su extremo, que exploradores posteriores llamarían «Cámara de la Reina». Sorprendentemente estaba vacía, al igual que su enigmática hornacina. Los hombres de Al Mamun volvieron al cruce de pasadizos y treparon por la Gran Galería. Sus surcos, precisamente tallados, pero ahora agujeros y huecos vacíos, les ayudaron a trepar, tarea harto difícil debido a la resbaladiza capa de polvo blanco que cubría el suelo y las rampas de la galería. Treparon hasta el gran escalón que se eleva en el extremo superior de la galería y que se nivela con el suelo de la Antecámara. Al entrar en ésta, se encontraron con que la entrada no estaba bloqueada. Se arrastraron hasta la cámara abovedada, llamada más tarde la «Cámara del Rey», pero también estaba vacía, salvo por un bloque de piedra vaciado, apodado «El Cofre». Pero allí tampoco había nada. Cuando volvieron al cruce de los tres pasadizos, el ascendente, el horizontal y la Gran Galería, los hombres de Al Mamun se percataron de que en el lado occidental había un agujero en el sitio donde la piedra correspondiente de esa rampa había sido hecha pedazos. Aquel agujero llevaba, través de un corto pasadizo horizontal, a un conducto vertical que los árabes supusieron que era un pozo. Cuando bajaron por este «pozo», se encontraron con que no era más que la parte superior de una larga y sinuosa serie de conductos conectados, de unos 60 metros, que terminaba con un empalme de casi dos metros en el pasadizo descendente, conectando así las cámaras y los pasadizos superiores de la pirámide con los inferiores. Las evidencias indican que la abertura inferior se bloqueó y se ocultó para todo aquél que bajara por el pasadizo descendente, hasta que los hombres de Al Mamun bajaron por el Pozo y abrieron su fondo.
Las primeras noticias escritas que tenemos sobre la civilización egipcia proceden del historiador griego Herodoto, quien visitó Egipto en torno al año 500 a.C, cuando ya se hallaba en plena decadencia. Aunque muchas de las cosas que escribió se han demostrado ciertas, una gran parte de ellas parecen fantasías. Como muchos otros viajeros posteriores, Herodoto se maravilló ante los monumentos más interesantes. Pero ni él, ni nadie después de él, tuvieron acceso a los responsables de su construcción. Así, a lo largo de toda la historia, quienes han visitado Egipto han consignado sus impresiones según su interpretación personal. Pero la naturaleza exacta de los conocimientos egipcios, ocultos en los impenetrables jeroglíficos, no podía sino seguir siendo un misterio. Los egiptólogos modernos insisten, con razón, en que hasta que no se descifraron los jeroglíficos no hubo ninguna posibilidad de comprender a Egipto. A finales del siglo XVIII , Napoleón invadió Egipto no sólo con un ejército de soldados, sino también de eruditos, decidido a resolver el misterio además de construir un imperio. Las descripciones de sus descubrimientos, ilustradas con bellos dibujos cuidadosamente realizados, dieron a conocer la civilización egipcia por primera vez al público europeo, y el interés por ésta aumentó con rapidez cuando los eruditos empezaron a aplicar su ingenio a los jeroglíficos. Sin embargo, la clave para descifrarlos no se descubriría hasta 1822, cerca de treinta años después de la campaña de Napoleón. A los doce años de edad, Jean-Francois Champollion estaba convencido de que lograría descifrar los jeroglíficos. Y se propuso dominar todas las lenguas, antiguas y modernas, que él creía que le llevarían a alcanzar su objetivo. La solución se la proporcionó la piedra de Rosetta, una reliquia tolemaica en la que aparecía grabada la misma inscripción en caracteres jeroglíficos, en demótico, una especie de forma abreviada o vernácula de los jeroglíficos, y en griego. Comparando el griego con los jeroglíficos, Champollion acabó por descubrir la respuesta; o, mejor dicho, una respuesta parcial. Había nacido la egiptología. Antes del descubrimiento de Champollion, muchos estudiosos habían partido del razonable presupuesto de que una civilización capaz de tales obras debía de poseer un elevado orden de conocimientos. Algunos de ellos realizaron atinadas observaciones, que posteriormente fueron olvidadas o ignoradas frente al carácter aparentemente banal e incoherente de los jeroglíficos traducidos. De todos los monumentos de Egipto, las pirámides han provocado siempre el más vivo interés y las teorías más descabelladas. Varias generaciones de egiptólogos han declarado imperturbables que las pirámides se construyeron por los motivos más triviales y equivocados, que sus dimensiones y proporciones son accidentales, y que su enorme volumen no es más que un ejemplo de la egolatría faraónica. Sin embargo, todo eso sigue sin convencer al profano, y todo lo que huele a misterio sigue despertando interés.
En el verano de 1798 más de treinta mil soldados franceses desembarcaron en Egipto al mando de Napoleón Bonaparte. Su misión oficial era la de liberar al país del Nilo de tres siglos de dominio turco y, de paso, bloquear la navegación libre de los ingleses con sus colonias orientales. Sin embargo, el joven Napoleón hizo algo que ningún otro estratega había hecho jamás: se llevó a más de un centenar de sabios de todas las disciplinas para que estudiaran, consignaran por escrito y copiaran todo cuanto pudieran de aquel país maravilloso. Templos, tumbas, momias, túneles, tesoros fastuosos y pirámides se abrieron a su paso, desvelándoles un mundo nuevo y milenario a la vez. Napoleón encargó al general Kléber ocupar el delta del Nilo y dar protección a la escuadra fondeada en Abukir. Cinco días más tarde el ejército francés marchaba contra el Cairo, no siguiendo el curso del Nilo, donde podía alcanzarles la flotilla enemiga. Pero el desierto egipcio, alejado del Nilo, en el mes de julio es un infierno: «Los hombres creían estar en el fuego del infierno; se morían, enloquecían, no tanto de calor, de hambre y de sed, como de espanto. Hubo deserciones, protestas, actos de franca rebelión casi. Pero bastaba que apareciese Bonaparte para que todo se callase y para que los hombres le siguiesen de nuevo por el infierno abrasado (…)». Los barcos de menor calado remontaron el Nilo dándole cobertura artillera y logística. Al general le urgía conquistar Egipto porque sabía que tarde o temprano irrumpiría la escuadra británica. El camino de El Cairo fue muy duro: además de sufrir los rigores del sol egipcio, el contingente francés fue continuamente hostigado por partidas de mamelucos, la casta guerrera al servicio del Imperio otomano en Egipto. En todos los combates se impusieron los franceses. En el camino se encontró a dos fuerzas de mamelucos a 15 kilómetros de las pirámides, y a sólo 6 de El Cairo. 40.000 mamelucos que les cerraban el paso bajo las órdenes de Murad Bey y su hermano Ibrahim formaban una media luna de 15 kilómetros junto al río, con fuerzas en ambas orillas. Habían establecido su campamento en Embebeh, en el flanco derecho, donde la mitad de la tropa se atrincheró con cuarenta cañones. En el centro y en el flanco izquierdo, cerca de las pirámides, situaron 12.000 y 8.000 jinetes respectivamente. Los mamelucos tenían una poderosa caballería pero, a pesar de ser superiores en número, estaban equipados con una tecnología primitiva, tan sólo tenían espadas y arcos y flechas. Además, sus fuerzas quedaron divididas por el Nilo, con Murad atrincherado en Embabeh e Ibrahim a campo abierto:
Los mamelucos, audaces hijos del desierto, desconocían la disciplina, no creían en los cañones; cada uno de ellos confiaba exclusivamente en sí mismo, en su puñal de Damasco, en su caballo beduino, y en el Profeta — «¡Soldados! ¡Desde lo alto de esas Pirámides, cuarenta siglos os contemplan!», dijo Napoleón. Y dispuso sus cinco divisiones en cinco cuadros, con los cuatro cañones en las esquinas: cinco ciudadelas vivas, erizadas del acero de las bayonetas. Napoleón contaba con 21.000 hombres, agotados por el calor y la sed, divididos en seis divisiones de 3.000 hombres. 15000 eran de caballería y un millar de artillería con una cuarentena de piezas. Las divisiones francesas avanzaron en fila, lejos del alcance de la artillería mameluca, y sobrepasaron el flanco derecho con el objeto de alcanzar el río. Napoleón se dio cuenta de que la única tropa egipcia de cierto valor era la caballería. Él tenía poca caballería a su cargo y era superado en número por el doble o el triple. Se vio pues forzado a ir a la defensiva, y formó su ejército en cuadrados huecos con artillería, caballería y equipajes en el centro de cada uno. Al ver Murad Bey que los franceses pretendían cortar sus líneas mandó cargar. Napoleón, en inferioridad de condiciones, ordenó a sus divisiones formar en cuadros pie a tierra, a modo de fortines humanos. Antes de entablar combate, enardeció a sus hombres con un parlamento que se haría célebre: «Desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os contemplan». El 21 de julio de 1798 se desarrolló la que sería conocida como la batalla de las Pirámides. Durante una hora se sucedieron las cargas de los mamelucos. Sin embargo, la mayor experiencia y potencia de fuego francesa los diezmó. Los mamelucos eran magníficos jinetes, pero iban armados con espingardas, alfanjes, flechas y lanzas, frente a los mosquetones y cañones franceses. Ibrahim intentó reordenar a los escuadrones que se retiraban caóticamente para lanzar un nuevo ataque cuando el general Desaix cargó, provocando la desbandada de los mamelucos. Murad huyó con 3.000 hombres hacia Gizeh y el Alto Egipto; Ibrahim hizo otro tanto hacia Siria con 1.200; el resto, nómadas en su mayoría, se dispersaron por el desierto. Tras la batalla, Francia obtuvo El Cairo y el bajo Egipto. Después de oír las noticias de la derrota de su legendaria caballería, el ejército mameluco de El Cairo se dispersó a Siria para reorganizarse. La batalla también puso fin a 700 años de mandato mameluco en Egipto. De las 300 bajas francesas, sólo 40 eran muertos. Las de los mamelucos fueron de 5.000 entre muertos, heridos y prisioneros. Bonaparte tenía abierto el camino hacia El Cair y se instaló en el palacio de Muhamad Bey. Se cuenta que Napoleón Bonaparte pasó una noche, la del 12 al 13 de agosto de 1799, en el interior de la Gran Pirámide. Pero jamás quiso contar a sus hombres por qué salió pálido y asustado de su interior.
Los descubrimientos de los árabes de Al Mamun y las posteriores investigaciones han levantado un montón de interrogantes, tales como por qué razón, cuándo y quiénes taponaron el pasadizo ascendente. Asimismo, sobre las razones, cuándo y quiénes crearon el sinuoso pozo a través de la pirámide y de su lecho de roca. La primera teoría explicaba los dos misterios con una sola respuesta. Manteniendo la idea de que la pirámide se construyó como tumba del faraón Keops, esta teoría sugería que, después de que su cuerpo momificado fuera situado en el «Cofre» de la «Cámara del Rey», los obreros hicieron deslizarse los tres grandes bloques de granito desde la Gran Galería por la pendiente del pasadizo ascendente, con el fin de sellar la tumba. De este modo, los obreros habrían quedado atrapados con vida en la Gran Galería. Pero, sin saberlo los sacerdotes, los obreros habían quitado la última piedra de la rampa y habían excavado el Pozo, abriéndose camino hasta el pasadizo descendente, para salir después por la puerta de la pirámide, salvando así la vida. Pero esta teoría no soporta el más mínimo análisis crítico. El Pozo está compuesto por siete segmentos diferentes. Dejando aparte los segmentos horizontales de enlace, el Pozo de verdad, a pesar de sus cambios de rumbo, cuando se contempla desde un plano norte-sur, se encuentra precisamente en un plano este-oeste paralelo al plano de pasadizos y cámaras de la pirámide. La distancia de separación, de alrededor de 1,80 metros, queda cubierta por un segmento en la parte superior, y por otro en la inferior. Mientras que los tres segmentos superiores del Pozo atraviesan unos 18 metros de mampostería de la pirámide, los segmentos inferiores atraviesan alrededor de 45 metros de roca sólida. Los escasos obreros que, según la teoría mencionada, hubieran quedado dentro de la pirámide para deslizar los tapones de granito no hubieran podido atravesar toda esa roca. Por otra parte, si la excavación se hizo desde arriba, cómo es que no se encuentran los escombros, que sólo podían llevar hacia arriba a medida que profundizaban en la Pirámide. Con un Pozo de 70 centímetros de abertura media en la mayoría de sus segmentos, se habrían amontonado más de 28 metros cúbicos de escombros en los pasadizos y en las cámaras superiores. A la vista de hechos tan poco probables, se propusieron nuevas teorías, basadas en la suposición de que el Pozo fuera excavado de abajo a arriba, sacando así los escombros de la pirámide a través del pasadizo descendente. Se especuló que cuando el faraón estaba siendo enterrado, un terremoto sacudió la pirámide, soltando prematuramente los tapones de granito. Como consecuencia de ello, los que quedaron atrapados con vida no fueron unos simples obreros, sino miembros de la familia real y sumos sacerdotes. Con los planos de la pirámide aún disponibles, los equipos de rescate hicieron un túnel hacia arriba, alcanzando la Gran Galería y salvando así a los dignatarios.
Esta teoría, así como la ya descartada de los ladrones de tumbas que se pudieran abrir paso así al interior de la pirámide, falla, entre otros aspectos, porque exceptuando dos segmentos de estructura tosca, el resto de segmentos son rectos y precisos, de fino acabado y de ángulos uniformes en toda su longitud. Un equipo de rescate o unos ladrones de tumbas no hubieran perdido el tiempo en hacer un trabajo tan perfecto y preciso. A medida que aumentaban las evidencias de que ningún faraón había sido enterrado nunca en la Gran Pirámide, una nueva teoría iba ganando adeptos, la de que el Pozo se había hecho para permitir el examen de unas fisuras que habían aparecido en la roca como consecuencia de un terremoto. Los más elocuentes defensores de esta teoría fueron los hermanos John y Morton Edgar (The Great Pyramid Passages and Chambers), que, motivados por el celo religioso que veía en la pirámide la expresión pétrea de las profecías bíblicas, visitaron, limpiaron, examinaron, midieron y fotografiaron todos los rincones conocidos de la pirámide. En sus conclusiones, demostraron que el corto pasadizo superior horizontal del Pozo, así como la más elevada de las secciones verticales, formaban parte de la construcción original de la pirámide. También descubrieron que la sección vertical inferior se había construido cuidadosamente con bloques de obra a su paso por una cavidad, apodada La Gruta, en el lecho de roca. Esto sólo se pudo construir cuando la roca aún estaba al aire libre, antes de que se cubriera la Gruta con los bloques de piedra de la pirámide. Es decir, también esta sección debía de ser parte primitiva de la construcción original de la pirámide. Los hermanos Edgar teorizaron que, cuando se estaba construyendo la pirámide, ya por encima de su base, un potente terremoto creó fisuras en el lecho rocoso en varios puntos. Con la necesidad de conocer el alcance de los daños para determinar si se podría seguir construyendo la pirámide sobre el agrietado lecho rocoso, los constructores perforaron la roca con el fin de inspeccionar en niveles profundos. Tras constatar que el daño no era grave, se prosiguió con la construcción de la pirámide. Pero, para permitir la realización de inspecciones periódicas, se hizo un corto pasadizo (1,80 metros), junto al pasadizo descendente F, para poder realizar la inspección entrando desde abajo. Pero, aunque las teorías de los Edgar fueron aceptadas por todos los piramidólogos, así como por algunos egiptólogos, aún están lejos de resolver los enigmas.
La Gran Pirámide es una de las construcciones más grandiosas e impresionantes que se conocen. Mide ciento cuarenta y siete metros de altura y está formada por más de dos millones y medio de bloques de piedra. Y lo que es aún más importante, la gran cantidad de secretos que todavía se mantienen intactos bajo sus castigadas piedras. La Gran Pirámide de Gizeh es un inmenso enigma a la vista de todos, del que se han escrito miles de libros y que se resiste a contarnos quién la construyó, cuándo y para qué. No hay datos verificables que nos indiquen claramente quién fue su arquitecto y su promotor. Las únicas aparentes pruebas que existen para la Arqueología oficial son las que aportó el viajero e historiador griego Herodoto. El historiador heleno reflejó en sus textos que el faraón que la había construido fue Keops. Sin embargo, su testimonio no coincide con ningún otro de los aportados por el resto de cronistas e historiadores antiguos. Para el erudito árabe Makrazi es al desconocido rey Surid al que habría que atribuirle la construcción de la Gran Pirámide. Existe un manuscrito del literato copto Abu’l Hassan Ma’sudi, donde puede leerse lo siguiente: “Surid, rey de Egipto antes del gran diluvio, hizo construir dos pirámides. En la más grande se consignaron los datos relativos a las esferas y cuerpos celestes como las estrellas y planetas, sus posiciones y ciclos, y asimismo quedaron representados los fundamentos de las matemáticas y la geometría, a fin de que todas estas cosas se conservaran y perpetuaran para los descendientes que pudieran leer los signos“. Más tarde añadió: “En la pirámide de Oriente (la Grande) fueron grabadas las esferas celestes y las figuras que representan las estrellas y los planetas. El faraón también hizo grabar las posiciones de las estrellas y sus ciclos, así como la historia crónica de los tiempos pasados y los futuros, y todos los acontecimientos futuros que tendrían lugar en Egipto. Los coptos son los descendientes directos de los antiguos egipcios, y sus tradiciones son merecedoras de que se les preste atención“. Pero Abu’l Hassan Ma’sudi no es el único en sostener que las pirámides fueron edificadas antes del gran diluvio. Herodoto, aunque reflejó que el faraón Keops fue el constructor, afirma que los sacerdotes de Tebas se habían asegurado que la función de su pontífice supremo venía transmitiéndose de padres a hijos desde hacía 11.340 años. A la vez que los sacerdotes hacían esta declaración a Herodoto, le mostraron 341 estatuas de dimensiones colosales, cada una de las cuales representaba a una generación de sumos pontífices. Sus anfitriones le aseveraron además que, anteriormente a esas 341 generaciones, los dioses habían vivido entre los hombres y que luego ningún dios apareció ya más con figura humana. De hecho, hasta hoy no se ha podido determinar de modo irrefutable cuál fue el momento exacto de la construcción de las pirámides.
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