El centro más íntimo de todos los sistemas individualizados del universo, y, en nuestro caso concreto, de todos los seres humanos, es ese mismo y único Punto-Instante ―el Origen―; o, lo que es lo mismo, utilizando el lenguaje tradicional, todas y cada una de las «almas» individuales son la misma y única «Alma» universal. Pues, como dice el Génesis, «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza», o, según la tradición hermética, «como es arriba, es abajo». Es también la afirmación de la filosofía advaita de que «el atman es idéntico a Brahman», o la clásica tesis de Averroes de que el intelecto de todos los hombres es numéricamente uno e idéntico. El místico sufí Aziz Nasafi expresaba esta idea de la siguiente forma: «el mundo espiritual es un espíritu único que está detrás del mundo corpóreo como una luz, y que, cuando una criatura accede a la existencia, luce a su través como a través de una ventana. Y en el mundo entra más o menos luz según sea el tamaño y la clase de la ventana. Pero la luz en sí no cambia». O en palabras de Martinetti: «Uno sólo es el Sujeto, aunque reflejado en un infinito número de seres».
Por caminos distintos Schrödinger llegaba a idénticas conclusiones: «la conciencia nunca ha sido experimentada en plural, sino sólo en singular. La conciencia es un singular del que se desconoce el plural; existe una sola cosa, y lo que parece ser una pluralidad no es más que una serie de aspectos diferentes de esa misma cosa, originados por una quimera». Añadía: «la razón por la que no podemos encontrar nuestro ego sensible, perceptor y pensante en lugar alguno de nuestra imagen científica del mundo puede expresarse fácilmente en siete palabras: porque esta imagen es la mente misma. Es idéntica al todo por lo que no puede estar contenida en él como una de sus partes. Pero, claro, aquí topamos con una paradoja aritmética: parece haber una gran multitud de egos conscientes y, sin embargo, el mundo es uno sólo». Sólo cabe una alternativa válida: «la unificación de mentes y consciencias. Su multiplicidad es sólo aparente, en realidad sólo existe una mente. Ésta es la doctrina de las upanishads. Y no sólo de ellas». Por todo esto decía: «usted y todos los seres conscientes, como tales, están todos en todo. Hete aquí que la vida suya, que usted está viviendo, no es sólo un pedazo de la existencia total, sino que en cierto sentido es el total».
También Teilhard de Chardin decía que el hombre, cada hombre, no es una parte del universo poseída en totalidad, sino la totalidad del universo poseída desde la particularidad. Lo que nos recuerda el planteamiento de Leibniz de que cada mónada constituye un punto de vista sobre el mundo y es, por tanto, todo el mundo desde un determinado punto de vista; Dios, desde esta perspectiva, sería la mónada de las mónadas, la que representa el mundo desde todos los puntos de vista.
Alan Watts afirmaba que «como ninguna cosa o forma en este universo es separable del todo, el único Usted real, o Sí-mismo, es el todo»; «el ‘alma’ es la red entera de relaciones y procesos que forman su medio ambiente, aparte del cual usted no es nada»; «el individuo puede ser concebido sin carácter de persona aislada, como un punto focal en el cual todo el universo se expresa, como una encarnación del Sí-mismo, o corno sea que llamemos a Eso»; «cada persona es una manifestación única del todo»; «aferrarse al ego es aferrarse a la miseria»; «el único ‘Yo’ real es todo el proceso infinito».
En todas estas perspectivas está claro que no se considera que los sistemas individuales produzcan la consciencia, sino que se los ve más bien como puros canales de expresión de la misma y única Inteligencia que habita todas las cosas. Como insinuaba el propio Watts, el término «persona» con el que se define al ser humano, viene del término latino persona que designaba originalmente la máscara de boca megafónica que usaban los actores en los teatros al aire libre de la antigua Grecia y Roma; la máscara a través (per) de la cual fluía el sonido (sonus). Sólo cuando la máscara humana reconozca el origen de su música y comprenda su propia nada, podrá descubrirse como el Todo y tomar consciencia de su hermandad esencial con todo lo que es y, más aún, con la Vida misma que anima todas las cosas y todos los sucesos.
Esto que aquí se está planteando de un modo puramente teórico, es algo absolutamente vivenciable, y en todas las tradiciones místicas de todos los tiempos se ha afirmado que ahondando en nuestra propia realidad, des-identificándonos de los niveles más aparentes y exteriorizados y llegando al «hondón del alma», nos descubrimos como el Todo-Uno, diáfano, lúcido, gozoso e inefable.
Como hemos visto anteriormente, todo el proceso evolutivo universal consiste en un progresivo descubrimiento de esa Totalidad plena. Del mismo modo podemos entender al ser humano como una recapitulación e integración de todos los niveles desplegados gradualmente a lo largo de ese proceso. Cada uno de estos niveles ha resultado ser más complejo, organizado y unificado que el anterior y, según nuestro planteamiento, esta progresiva integración ―esta «auto-realización a través de la auto-trascendencia» que decía Erich Janstch― habrá de continuar su dinamismo amplificador y unificador hasta que la Unidad, que no ha dejado de ser en ningún momento, abrace e integre todas las cosas.
Es la clásica idea tántrica de que el organismo humano es una cápsula del todo: «el que comprende la verdad del cuerpo puede llegar a conocer la verdad del universo». Es en este mismísimo cuerpo ―dice Ajit Mookerjee― donde se ve repetido el drama del universo. Todo lo que existe en el universo debe existir también en el cuerpo individual. Si podemos analizar un ser humano, nos será posible analizar el universo entero.
Es también la idea renacentista del hombre como microcosmos, es decir, como concentración individual del mundo, como unidad que refleja, igual que un espejo, la totalidad del universo. Según este planteamiento, el crecimiento o desarrollo de los seres humanos es un simple reflejo del crecimiento universal en su conjunto, encaminado al mismo fin: el despliegue de unidades e integraciones de orden superior, la emergencia de niveles estratificados de creciente diferenciación, integración y unidad.
La psicología transpersonal afirma que la personalidad humana es una manifestación en múltiples niveles de una sola consciencia (así como en física se considera el espectro electromagnético como una expresión en múltiples bandas de una única onda electromagnética característica). Más específicamente, el espectro de la consciencia es una aproximación pluridimensional a la identidad del hombre; es decir, cada nivel del espectro está señalado por un sentimiento de identidad individual diferente y fácilmente reconocible, que a través de varias gradaciones o bandas desciende desde la identidad suprema de la consciencia cósmica hasta el sentimiento de identidad drásticamente reducido que se asocia a la consciencia del yo. Los niveles del espectro de la consciencia no son de ninguna manera entidades separadas, sino que, como cualquier espectro, se interpenetran y matizan infinitamente entre sí. La realidad de cada nivel no es nunca otra que la del nivel absoluto.
Según Ken Wilber, el proceso total de la evolución psíquica ―que es la forma en que opera en los humanos la evolución cósmica― se da de la manera más significativa y coherente; en cada etapa hay una estructura de orden superior ―más compleja y, por ende, más unificada― que emerge por diferenciación del nivel de orden inferior que la precede; esta estructura de orden superior se introduce en la consciencia, y el sí mismo termina por identificarse con dicha estructura emergente; puesto que se ha diferenciado de la estructura inferior, el sí mismo la trasciende y de esta manera puede operar sobre esta estructura inferior valiéndose de los instrumentos que le proporciona la nueva estructura emergente. Dice Assagioli: «estamos dominados por todo aquello con lo cual nuestro ser se identifica. Podemos dominar y controlar todo aquello de lo cual nos des-identificamos». […]
Afirmaba Sri Aurobindo que el ego es una falsificación de nuestra verdadera individualidad mediante una limitadora auto-identificación con esta vida, esta mente, este cuerpo: se trata de una separación de las otras almas que nos abstrae en nuestra experiencia individual y nos impide vivir como el individuo universal; es una separación de Dios, de nuestro Yo más excelso, que es el Yo único en todas las existencias y el divino Habitante dentro de nosotros. La naturaleza del ego es una auto-limitación de la consciencia mediante una firme ignorancia del resto de su despliegue y su exclusiva absorción en una sola forma. El ego es el factor que determina las reacciones del error, del pesar, del dolor, del mal, de la muerte. Al recuperar la relación correcta podemos eliminar las reacciones ego-centradas y esta recuperación puede efectuarse mediante la correcta participación del individuo en la consciencia de la totalidad y en la consciencia de lo trascendente que representa esa totalidad.
Decía el propio Aurobindo que la progresión del yoga integral no sigue una línea recta, sino una espiral que lentamente, metódicamente, anexa todos los niveles de nuestro ser en una apertura cada vez más amplia y sobre una base cada vez más profunda. Y no solamente podemos distinguir que detrás de esta fuerza existe un método, sino también ciclos regulares y un ritmo tan cierto como las mareas y las lunas; mientras más se progresa, más vastos son esos ciclos, más se vinculan con un movimiento cósmico. Finalmente todo se hallará ligado de manera tan íntima, que será posible leer en las cosas más insignificantes. Entonces veremos que somos infaliblemente guiados hacia un Fin, que todo tiene sentido y que nos encontramos embarcados en una aventura más grande de lo que habíamos imaginado.
Cuando la atención ya no se identifica exclusivamente con nada, queda trascendida la dicotomía yo/no yo, y la persona se auto-vivencia a la vez como nada y todo; es a la vez atención pura (nada) y el universo entero (todo); el ego, que era un producto ilusorio de la identificación, no es ya vivenciado como una entidad separada. Como dice el Shakta vedanta: «en la medida en que la atención se hace acéntrica e imparcial, el hombre se acerca a la realización».
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