Archivo por días: noviembre 14, 2015

iBrain: neuroingeniería y la ética de la mente del futuro

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El cerebro humano ha evolucionado durante miles de años para llegar a un equilibrio bioquímico y conductual que nos ha permitido… bueno… ser lo que somos. Pero la fantasía siempre dicta que “ser lo que somos” es menos deseable que lo que podríamos ser: el mito de que sólo usamos un 10% de nuestra capacidad cerebral y los constantes desarrollos de fármacos y tecnologías para mejorar “artificialmente” las funciones naturales de nuestro cerebro permiten alimentar la expectativa de un futuro de supermentes, donde las viejas limitaciones del Homo sapiens quedarían sepultadas para siempre.

Existen desde hace tiempo foros y páginas dedicados a los nootrópicos, sustancias sintéticas que mejoran a pedido capacidades como la memoria, la creatividad o el rendimiento bajo privación de sueño, sin tener en apariencia graves efectos secundarios sobre el organismo; el modafinilo es una de las sustancias más prometedoras para el título de “pastilla mágica de la inteligencia”, e incluso existen tratamientos experimentales que prometen mejorar la inteligencia y las capacidades intelectuales al remover una simple molécula presente en el cuerpo. Una píldora más y recuperaríamos la capacidad de aprender como esponjas, como cuando éramos niños. Un cóctel de píldoras cada mañana y la vieja taza de café sería cosa del pasado.

¿Qué pasaría si además de estos químicos (re)aprendiéramos a utilizar de manera terapéutica la psilocibina (hongos mágicos) para superar eventos traumáticos del pasado? Probablemente aquí entrarían consideraciones de tipo legal, pero finalmente se trata de otro ingrediente que desde una perspectiva objetiva podría tener efectos benéficos para el cerebro y la capacidad cerebral.

También se encuentran en fase de desarrollo tratamientos un poco más invasivos del tejido cerebral para, por ejemplo, hacerte dejar de creer en Dios o cambiar radicalmente tu ideología política, al menos por un breve período de tiempo. Anders Sandberg, del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, está desarrollando un proyecto para implantar un chip en el cerebro que nos permitiera tener acceso a Internet con un pensamiento o, por qué no, directamente a otras mentes conectadas en red. Otra tecnología pretende editar directamente el genoma como si fuera un CSS para modificar ciertas características desde la fase embrionaria, lo que nos pondría en una nueva relación con respecto a la evolución natural (“evolución asistida” podría ser), además de alentar debates de bioética y política cerebral.

Esto nos lleva a pensar que la investigación neuronal y genómica parece seguir las pautas de personalización de nuestros aparatos electrónicos: así como podemos cambiar el fondo de pantalla de nuestro teléfono o la lista de reproducción musical, en el futuro podríamos “decidir” qué partes del cerebro nos sirven y por qué. Pero a diferencia del funcionamiento de nuestros gadgets, la ciencia todavía no entiende completamente el funcionamiento de nuestro cerebro, para empezar, porque la misma metáfora de “funcionar” coloca al cerebro y al organismo humano en la posición de la máquina que presenta una conducta o un desarrollo más o menos previsible y esperable en función de ciertos rendimientos. Sin embargo, los efectos a largo (y a muy largo) plazo que estos cambios pudieran tener sobrepasan por mucho la actualidad de los debates sobre ciencia y filosofía, simplemente porque no sabemos y no sabemos cómo plantearnos una humanidad transformada por la acción humana. La evidencia más sencilla de esto es que ni siquiera sabemos cómo enfrentarnos a retos medioambientales como el calentamiento global de manera coordinada como especie. ¿No sería deseable que en la ecuación del mejoramiento neuronal estuviera presente la cláusula de cómo enfrentar los retos de la existencia tal cual es en este momento pensando como colectividad global antes de ampliar (ahora en un nuevo terreno) la brecha de desigualdad que divide a las personas según su clase, raza y otros constructos sociales que aún no hemos resuelto?

Y es que, ¿qué pasaría si una o más de estas sustancias fuesen utilizadas en las poblaciones para mejorar su rendimiento laboral, apagar ciertas capacidades críticas, rediseñar aquí y allá ciertas áreas que nos permitan cuestionar a los gobiernos o empresas, y volvernos perfectos trabajadores al servicio de la máquina capitalista? Probablemente pueda sonar paranoico, pero desde un punto de vista de gobernabilidad, el diseño artificial de un cerebro dócil y masificado pondría fin a toda forma de disidencia y a todo malestar social –el mundo del soma, tal como lo describió Huxley en Un mundo feliz, se dividiría en sistemas de castas de quienes cuentan con todas las mejoras cognitivas y quienes reciben solamente las cargas más pesadas de la productividad laboral, como abejas obreras en una colmena.

Ni siquiera se trata de un debate filosófico (del hecho, por ejemplo, de que el libre albedrío y valores como el esfuerzo individual sigan vigentes de aquí a unos años), sino de una cuestión práctica de control de masas. La tecnocracia que se apropió del mundo desde los albores del siglo XXI podría nutrirse de una nueva rama de la investigación genética y neurológica con maravillosas ventajas para algunos y considerables desventajas sociales para grupos sin acceso a dicha tecnología. La superioridad y el control de los recursos podría jugarse ya no en la arena militar, económica o política, sino en la del mejoramiento cognitivo.

Pero volviendo un poco a tierra, lo cierto es que sería una lástima desaprovechar las enormes ventajas que nuestra época aporta para la investigación de la forma en que funciona nuestro cerebro, y el potencial terapéutico siempre es alentador cuando se trata de evaluar la pertinencia de cuestiones espinosas. Si a ello sumáramos los excelentes negocios las investigaciones sobre criogenia, extensión artificial de la vida y rejuvenecimiento podemos entrever que nuestra época está obsesionada con la creación de un modelo de ser humano hiperinteligente e inmortal –un pequeño Dios a escala de nuestros aparatos electrónicos, de los que terminaríamos siendo extensiones, aún más de lo que ya somos. La novela La posibilidad de una isla del francés Michel Houellebecq pinta un mundo habitado sólo por aquellos seguidores de una secta procriogenia que sobrevivieron a un proceso de desgaste civilizatorio que los ha sumido en una soledad total, y donde cada “nuevo” ser humano que aparece es un clon del antecesor que hace muchos siglos firmó una póliza para seguir produciendo versiones suyas por tiempo indefinido.

Mientras tanto seguiremos lidiando con los olvidos momentáneos, los lapsos, los errores, las formaciones parciales del conocimiento y en fin, el azar con el que la mente ha tenido que lidiar desde su aparición en el panorama evolutivo.

http://pijamasurf.com/2015/11/ibrain-neuroingenieria-y-la-etica-de-la-mente-del-futuro/

Leche condensada casera, sin azúcar!

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Leche condensada casera

Hola! Hoy traigo una buena noticia para quienes nos preocupamos de reducir el consumo de azúcares que no nos aporta ningún nutriente y para aquellas personas que, por motivos de salud, deben evitar el azúcar.
La leche condensada está buenísima pero su alto contenido de azúcar la convierte en prohibitiva para muchos. Y es que para su preparación se elimina el agua de la leche y se añade mucho azúcar. Este ingrediente queda genial en repostería. Galletas, bizcochos, quesillos o flanes, helados, y hasta el café bombón, todo queda delicioso con leche condensada.
Pues revisando por youtube he dado con una idea para conseguir leche condensada saludable. Y ha salido cremosa y deliciosa, nada que envidiar a la tradicional y azucarada leche condensada. Vamos con la receta.

Leche condensada casera. Ingredientes

250 ml de leche sin lactosa (o la que uses)
250 gr de leche en polvo (desnatada en mi caso)
3 cdas de edulcorante (stevia)

Leche condensada casera. Vídeo

Leche condensada casera. Preparación

Es tan fácil como llevar todos los ingredientes a la batidora de vaso o licuadora y mezclar durante 3-5 minutos. Verás como su textura se vuelve más cremosa. Lleva a un recipiente, cubre con papel film o tapa y deja enfriar en la nevera mínimo 2 horas. Y ya la tienes, la leche condensada casera debe tener ya la consistencia más espesa y cremosa y su sabor no tiene nada que envidiar a la leche condensada tradicional.

Puedes usar cualquier tipo de leche. Yo ya la he preparado con leche semidesnatada y con leche desnatada sin lactosa y el resultado ha sido el mismo, muy cremosa y densa.

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Se puede consumir como topping de cualquier postre o como ingrediente de una receta dulce, sustituyendo la leche condensada tradicional por mi leche condensada casera. Hice este Quesillo de coco y quedó delicioso! Mira la receta en vídeo pinchando en la foto.

http://www.sabrinaseaofcolors.com/2015/08/leche-condensada-casera.html

El pueblo cuyo sacrificio logró parar la epidemia de peste negra más devastadora de la historia

Las lápidas en Eyman son testimonio del heroico sacrificio de un pequeño pueblo del norte de Inglaterra

Las lápidas en Eyman son testimonio del heroico sacrificio de un pequeño pueblo del norte de Inglaterra.

En ocho escasos días, en Agosto de 1667, Elizabeth Hancock perdió a su marido y a sus seis hijos.

Cubriendo su boca con un pañuelo para disimular el hedor de la descomposición, arrastró sus cuerpos hasta un campo cercano y los enterró.

Los seres queridos de Hancock fueron víctimas de la peste negra, también conocida como peste bubónica o muerte negra, una plaga mortal que asoló Europa de forma intermitente entre el siglo XIII y el XVII, matando a 150 millones de personas.

La epidemia que tuvo lugar entre 1664 y 1666 fue particularmente notoria, el último gran brote de la enfermedad en Inglaterra.

Sólo en Londres fallecieron 100.000 personas, una cuarta parte de la población de la capital.

En medio de esa devastación, en el Distrito de los Picos de Eyam, donde vivían Hancock y su familia, tuvo lugar el más heroico de los sacrificios de la historia de Reino Unido.

Gracias a ese acto la peste negra dejó de propagarse.

Telas infestadas

Hoy todo parece estar bien en Eyam.

Los niños recolectan gruesas moras en las zarzas de las afueras del pueblo.

Los ciclistas aminoran la marcha en sus empinadas calles, haciendo a las hojas secas crujir bajo las ruedas.

Situada a 56 kilómetros al sureste de Manchester, es una tranquila ciudad dormitorio de 900 habitantes.

Y cuenta con todos los elementos presentes en cualquier localidad inglesa: pubs, acogedores lugares para tomar el té y una idílica iglesia.

Pero hace 450 años el panorama era muy distinto.

Las calles estaban vacías, las puertas de las casas habían sido pintadas con cruces blancas y sólo se escuchaban los lamentos de los moribundos, infectados por la peste bubónica.

Las lápidas Riley marcan el lugar donde Elizabeth Hancock enterró a siete miembros de su familia
Las lápidas Riley marcan el lugar donde Elizabeth Hancock enterró a siete miembros de su familia.

La plaga llegó a Eyam en el verano de 1665, cuando un comerciante de Londres envió muestras de tela infestadas de pulgas al sastre local, Alexander Hadfield.

En cuestión de una semana el asistente de Hadfield, George Vickers, murió tras una larga agonía.

En poco tiempo el resto de su familia se puso también enferma y falleció.

Hasta entonces la epidemia se había limitado al sur de Inglaterra.

Y los habitantes de Eyam solo vieron una opción para frenar el avance de la enfermedad hacia el norte: ponerse en cuarentena.

Operación logística

Así, guiados por el pastor William Monpesson, decidieron aislarse del mundo.

Para ello establecieron un perímetro que no podían cruzar alrededor del pueblo.

Ni siquiera aquellos que no tenían ningún síntoma podrían pasar al otro lado.

«Con ello no pudieron evitar estar en contacto con la enfermedad», explica Catherine Rawson, la secretaria del Museo de Eyam, en el que se detalla cómo la localidad lidió con la peste.

Supuso una cuidadosa planificación.

No solo tuvieron que desarrollar estrategias para lograr que nadie saliera, sino también para que los habitantes siguieran recibiendo alimentos y otros suministros.

Por ejemplo, marcaron el perímetro con hitos, hicieron agujeros en las piedras con las que rodearon el pueblo, y depositaron en ellas monedas impregnadas en vinagre.

Se creía que la sustancia actuaba como desinfectante.

Edificaciones como ésta son conocidas como casas de la peste, por haber pertenecido a las familias que sufrieron en la epidemia
Edificaciones como ésta son conocidas como casas de la peste, por haber pertenecido a las familias que sufrieron en la epidemia.

Así, los comerciantes de los alrededores podían recolectar el dinero con la tranquilidad de no contagiarse, y dejar a cambio sacos con carne, cereales y utensilios varios.

Aceptación estoica

Los hitos o mojones siguen en pie.

Están situados a 0,8 kilómetros a la redonda, y son una de las principales atracciones turísticas del pueblo.

Aún conservan los agujeros, pero con los bordes pulidos tras ser manoseados por los niños durante siglos.

Hoy los turistas colocan monedas en ellos, en honor a las víctimas de la peste negra.

La reacción de los residentes ante la noticia de la cuarentena sigue siendo materia de debate.

Pero la tradición oral dice que aunque algunos trataron de huir, al parecer la mayoría aceptó la medida estoicamente.

Y es que de huir, en ningún pueblo recibirían una calurosa bienvenida.

Así le ocurrió a una mujer que escapó y acudió un día al mercado de Tideswell, una localidad contigua.

Cuando la gente se dio cuenta de que venía de Eyam, le arrojaron comida y gritaron: «¡La plaga, la plaga!».

Mientras, a medida que los muertos se multiplicaban, las ruinas se iban apoderando de Eyam.

Las carreteras comenzaron a desmoronarse y las plantas empezaron a hallar su camino más allá de los desatendidos jardines.

Los habitantes dejaron de recoger los cultivos, dependiendo enteramente de los paquetes que les entregaban los comerciantes de los alrededores.

Convivían literalmente con la muerte, sin saber quién sería el próximo en sucumbir a una enfermedad que no entendían.

Unos pocos sobrevivientes

Para la primera mitad de 1666 ya habían fallecido 200 personas.

Los hitos, que sigue en pie, marcaban el límite que los habitantes de Eyman no podían cruzar
Los hitos, que sigue en pie, marcaban el límite que los habitantes de Eyman no podían cruzar.

Cuando el cantero murió, los vecinos no tuvieron otra opción que grabar sus propias lápidas.

La mayoría, como Elizabeth Hancock, tuvieron que enterrar a sus propios muertos.

Arrastraban los cuerpos calle arriba, tirando de una cuerda que habían atado a sus pies, para evitar cualquier contacto.

Pero a pesar de estas precauciones, para finales de año habían muerto 267 de los 344 habitantes de Eyam.

La peste bubónica en 1665 fue similar al ébola en 2015, solo que con menos conocimientos médicos y sin ninguna vacuna disponible.

Decían que quienes sobrevivieron tenían una ventaja -hoy se cree que fue un cromosoma- que impidió que cayeran enfermos.

Otros creyeron que los rituales supersticiosos, como fumar tabaco por ejemplo, además de rezar con fervor fue lo que los salvó.

Un olor «dulzón»

Jenny Aldridge, gerente de operaciones para visitantes de la mansión Eyam Hall, perteneciente al National Trust, una organización dedicada a preservar el patrimonio histórico, cuenta cómo identificaban las víctimas que acaban de sucumbir ante la enfermedad.

Según la experta, percibían un olor dulzón.

Así le ocurrió a la esposa de William Mompesson, Katherine.

Notó ese aroma dulce la noche antes de caer enferma, y así supo que había sido tocada por la peste.

Lo horrible es que el olor provenía de su interior, de la descomposición de sus propios órganos, y que sólo sus glándulas olfativas podían captar.

Pero en aquél entonces no se sabía.

Para mediados de 1666, 267 personas habían muerto en el pueblo... de una población total de 344
Para mediados de 1666, 267 personas habían muerto en el pueblo… de una población total de 344.

Así que como consecuencia «la gente comenzó a llevar máscaras rellenas de hierbas», para escapar de oler esa dulce esencia, cuenta Aldridge.

«Algunos incluso se sentaban sobre las alcantarillas, pensando que, como el olor era tan malo, la peste no se iba a acercar hasta allí».

Catorce meses después la plaga desapareció, casi tan repentinamente como había llegado.

La vida volvió a la normalidad y el comercio se reanudó con relativa rapidez, porque la minería del plomo, la principal riqueza de Eyam, era demasiado valiosa para ser ignorada.

Hoy es sobre todo una ciudad dormitorio entre Sheffield y Manchester.

Pero la plaza sigue estando en el mismo sitio en el que se ubicó el pueblo original.

Y la señorial casa Eyam Hall, una mansión de estilo jacobino del siglo XVII, sigue recordando la época de la peste.

Aunque más dramáticas son la placas verdes que adornan las haciendas que sucumbieron a la epidemia, en las que se incluyen los nombres de las víctimas de la familia.

Estas señales son para los habitantes de hoy un recuerdo de que siguen existiendo gracias al sacrificio de sus ancestros.

http://www.lanacion.com.ar/1843884-el-pueblo-cuyo-sacrificio-logro-parar-la-epidemia-de-peste-negra-mas-devastadora-de-la-historia

 

El Armagedón: la guerra de Dios que acabará con todas las guerras

Los niños ateos son más altruistas

La falsa idea de que la religión hace buenas personas está muy extendida y a muchas personas les impide entender que la ética no es patrimonio de la religión, ni hace mejores personas.
De hecho, la máxima de Steven Weinberg resume muy bien el asunto: con religión o sin ella, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal; pero para que la gente buena haga el mal — eso requiere religión.
Ahora, un estudio exploró la asociación entre religión y altruismo de los niños alrededor del mundo — y, hay que decirlo, a la superstición no le fue bien:
Las conductas prosociales se encuentran en todas las sociedades.
Emergen temprano en la ontogenia y son moldeadas por las interacciones entre los genes y la cultura.
A lo largo de la infancia media, compartir aproxima a la equidad en la distribución.
Ya que 5.800 millones de seres humanos, lo que representa el 84% de la población mundial, se identifican como religiosos, la religión es sin duda una de las facetas de la cultura prevalente que influye en el desarrollo y la expresión de la prosocialidad.
Aunque en general se acepta que la religión amolda los juicios morales de las personas y el comportamiento prosocial, la relación entre religiosidad y moralidad es objeto de controversia.
Aquí, evaluamos el altruismo y la evaluación de escenarios representando un daño interpersonal en 1.170 niños de entre 5 y 12 años de edad, en seis países (Canadá, China, Jordania, Turquía, Estados Unidos y Sudáfrica), la religiosidad de su hogar, y la empatía y sensibilidad a la justicia del niño reportada por los padres.
En todos los países, los padres en hogares religiosos informaron que sus hijos manifestaban más empatía y sensibilidad por la justicia en la vida cotidiana que los padres no religiosos.
Sin embargo, la religiosidad fue predictiva inversamente del altruismo de los niños y se correlacionó positivamente con sus tendencias punitivas.
En conjunto, estos resultados ponen de manifiesto la similitud entre distintos países en cómo la religión influye negativamente en el altruismo de los niños, desafiando la opinión de que la religiosidad facilita la conducta prosocial.
El estudio también encontró que la identificación religiosa de la familia disminuye las conductas altruistas de los niños y que los niños de familias religiosas son más duros en sus tendencias punitivas.
Y esto tiene sentido si tenemos en cuenta los valores familiares ateos.
Ya habíamos visto que a los niños expuestos a la religión les cuesta más trabajo distinguir la realidad porque la superstición se carga sus facultades críticas.
Por si el reclutamiento infantil no les parece suficientemente atroz en sí mismo, siguen apareciendo evidencias contra el reclutamiento religioso infantil.
http://carlosagaton.blogspot.com.es/2015/11/los-ninos-ateos-son-mas-altruistas.html