La historia se caracteriza por la búsqueda de la verdad en los tiempos pasados. A partir de ello, intentamos entender la mentalidad de nuestra especie para no cometer los mismos errores y contribuir a la creación de un mundo mejor para nosotros y nuestros descendientes.
En este sentido, la historia, es algo que tiene que evolucionar con el tiempo, utilizando nuevas herramientas tecnológicas y asimilando los nuevos descubrimientos, así como las implicaciones de estos últimos. Esta es la única manera en la que la historia puede convertirse en un trabajo científico y cercano a la verdad. Desafortunadamente, la historia oficial del Antiguo Perú tiene más de dogma católico que de esfuerzo académico por llegar a la verdad.
En la historia de la humanidad, cientos de descubrimientos han obligado a los historiadores a reescribir la historia: cuando Copérnico sostuvo que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés, cuando Francis Crick descubrió el ADN, o cuando la ciencia confirmó que en el universo existen miles de planetas similares a la Tierra, y que existió agua en el planeta Marte.
En pocas palabras, la historia tiene que evolucionar según las circunstancias y, como la ciencia, debe ser cuestionada constantemente.
En el Perú, la historia no puede ser ajena a este desafío, los historiadores peruanos están obligados a revisar sus puntos de vista ante cada nueva teoría o descubrimiento.
La historia no es un dogma
El problema es que esto no sucede en el Perú. La historia oficial del Antiguo Perú se parece a una fotografía. Aunque se realicen nuevos descubrimientos arqueológicos y se descubran nuevas crónicas o aparezcan nuevas hipótesis que merezcan cierta consideración, la historia del Antiguo Perú sigue siendo la misma. No cambia, no muta, no evoluciona.
Si comparásemos dos libros de historia del Perú escritos con cuarenta o cincuenta años de diferencia, veremos que las diferencias entre las versiones sobre los hechos del Antiguo Perú de ambos libros son tan sutiles que se vuelven difíciles de encontrar. Sin embargo, durante esos cuarenta años se han realizado muchos descubrimientos a nivel arqueológico que deberían haber creado diferencias evidentes entre los dos relatos.
Sus bases, sentadas en el pasado por un grupo de arqueólogos que hicieron las veces de historiadores, son casi divinas pues dudar de ellas es considerado casi una herejía. Al no poder dudar de las bases, lo único que hacemos con cada nuevo descubrimiento arqueológico es ubicarlo en el lugar que le corresponde dentro del obsoleto e insípido mapa de la aparición de las culturas en el Antiguo Perú.
Además, la historia oficial del Antiguo Perú no ha logrado responder varias de las interrogantes sobre las primeras culturas que aparecieron en estas tierras: ¿De dónde vino el culto que floreció en el templo de Chavín? ¿Por qué encontramos al Señor de los Báculos, conocido como Wiracocha, en la iconografía de varias de las culturas del Antiguo Perú? ¿Cuál fue la función de las líneas y dibujos de la Pampa de Nazca? ¿Cómo fue que un ejército de menos de 200 españoles pudo derrotar a un ejército de miles de soldados incas sin sufrir considerables bajas en sus filas? ¿Cuál es la relación entre la comitiva del dios Naylamp y la cultura Olmeca?
Más aún, ¿Cuál fue la verdadera función de Macchu Picchu, Ollantaytambo y sobretodo Sacsayhuaman? ¿Por qué los Incas sostenían que el oro le pertenecía a los dioses? ¿Cuales fueron los ejércitos que se enfrentaron en la ciudad de Sechín bajo y por qué lo hicieron? ¿Quién fue el verdadero constructor de Sacsayhuaman? ¿Por qué los Incas esperaban el regreso de un hombre blanco conocido como Wiracocha? ¿Los Incas desarrollaron la escritura? ¿Cual era la verdadera función de los quipus? ¿Quienes son los gobernantes Incas que aparecen en la lista elaborada por el cronista Montesinos?
Los elementos sobre los que necesitamos reflexionar para construir una historia coherente de nuestro pasado son tantos que tendríamos que escribir una entrada dedicada a las preguntas. Desgraciadamente, no hallaremos voluntad alguna de responder estas interrogantes por parte de los historiadores peruanos.
Una historia sin identidad
Todo esto sucede a nivel de publicaciones académicas o de publicaciones dirigidas a quienes están interesados en la historia. Si nos concentramos en los textos escolares, la situación es deleznable. La historia del Perú que se enseña en los colegios no se ha construido con la intención de crear una identidad peruana que realce los logros de una civilización, como la Inca o la que floreció en Tiahuanaco, sino que presenta a los peruanos como aquellos que necesitaban ser conquistados para evolucionar.
Nada más lejano de la verdad.
Por último, la historia oficial del Antiguo Perú no ha sabido valorar los mitos de creación peruanos que fueron recogidos y escritos por los cronistas españoles de la conquista. Los mitos de Wiracocha o de los hermanos Ayar, por ejemplo, son tomados como simples invenciones sin base alguna en la realidad, cuando deberían ser producto de investigaciones que puedan dilucidar el suceso original que generó estos mitos, tan importantes para conocer el origen de la civilización en estas tierras.
El notable filósofo Mircea Eliade decía que los mitos son realidad puesto que son los instrumentos que el ser humano utiliza para describir lo sagrado.
Es sorprendente que no demos la importancia que se debe a los mitos de creación del Antiguo Perú y que, al mismo tiempo, no tengamos ninguna duda de la historia de Moisés bajando del monte Sinaí con las tablas de los diez mandamientos. Son relatos que deberían tener el mismo valor para un historiador puesto que describen el encuentro de dos pueblos, el hebreo y el peruano, con lo sagrado. Cabe aclarar, para quienes no conocen a ciencia cierta los relatos de la Biblia, que no existen pruebas que sustenten históricamente el relato de Moisés y los diez mandamientos.
Si los españoles no hubiesen conquistado el Perú y no nos hubiesen impuesto la fe católica, seguiríamos respetando nuestros mitos puesto que son testimonio de lo que sucedió en estas tierras. Así como los mitos judíos, relatados en el Antiguo Testamento, son testimonio de lo que sucedió con el pueblo hebreo. En ambos casos, la verdad se oculta detrás del mito y es labor del historiador emprender esta búsqueda.
Se hace necesario entonces sentar los fundamentos de la otra historia del Perú. Una historia del Antiguo Perú que nos ayude a responder las preguntas planteadas líneas atrás, que revalorice nuestros mitos como relatos de un contacto primigenio entre los antiguos peruanos y lo sagrado, y que cree una identidad peruana que pueda ser transmitida en las clases de historia en los colegios.
Los historiadores peruanos no pueden seguir mirando al Perú precolombino como si se tratase de una fotografía. La historia del Antiguo Perú sí puede ser interpretada de una manera diferente a aquella que nos han presentado como única e inamovible.
Pero ¿Por qué ha sucedido esto?
Esta visión estática de la historia del Antiguo Perú es fruto de varios factores sobre los que es necesario reflexionar: ningún descubrimiento arqueológico ha sido suficiente para que los historiadores peruanos replanteen sus puntos de vista, la mayoría de las bases de esta historia fueron escritas por arqueólogos y no por historiadores, se condenó arbitrariamente a ciertas crónicas de la conquista que contienen información que merece ser investigada, se relegaron los mitos de creación peruanos a simples a historias que no tienen relación alguna con la realidad y el sectarismo de la comunidad de historiadores peruanos ha cerrado la puerta a las hipótesis que no encajan con lo establecido.
Un ejemplo de excepción de un descubrimiento arqueológico de los últimos años que debería habernos obligados a replantear ciertos aspectos de la historia del Antiguo Perú fue Caral.
Caral no cambió la historia del Antiguo Perú
En 1965, el viajero arqueólogo norteamericano Paul Kosok llamó la atención de la comunidad arqueológica al referirse a una serie de estructuras antiguas ubicadas en el valle del rio Supe, a 150 kilómetros al norte de Lima, en una zona conocida como Chupacigarro. Estos son los restos arqueológicos conocidos popularmente como Caral que vienen siendo estudiados por la arqueóloga peruana Ruth Shady desde 1994.
El descubrimiento de la ciudadela de Caral revolucionó el concepto del nacimiento de las ciudades que habían establecido historiadores, arqueólogos y antropólogos desde hacia más de cien años.
Allí se probó, contra lo que se creía hasta entonces, que las ciudades no nacen como fruto de la violencia entre tribus o clanes, sino que también pueden generarse por intereses comerciales comunes. En Caral no se han encontrado armas, restos de destrucción o violencia. En cambio sí se encontró gran cantidad de plantas alucinógenas y afrodisíacas.
Caral desmintió aquel dogma de que las ciudades habían aparecido, alrededor de 3,000 años a.c., en el norte de África y en Mesopotamia. Caral está datada cerca de 2,500 años a.c. y está ubicada en el hemisferio sur. Caral es lo que se denomina una Ciudad Madre o, en otras palabras, el embrión de una ciudad, contemporánea a las famosas pirámides egipcias.
Si alguien hubiese planteado la existencia de una ciudad como Caral antes de ser descubierta, esta habría sido considerada inconcebible. Antes de Caral, no se conocía de ninguna ciudad en esta parte del hemisferio y, menos aún, de una ciudad construida con rudimentaria tecnología.
Un descubrimiento de este calibre haría suponer una serie de revisiones en la historia de cualquier región del mundo.
Por más increíble que parezca, las implicancias del descubrimiento de Caral no han sido exploradas y menos aún incorporadas a la historia oficial del Antiguo Perú. Lo único que se ha hecho con Caral es ubicarla en uno de los horizontes que clasifican la aparición y el desarrollo de las culturas del Perú. En pocas palabras, como si fuéramos coleccionistas, hemos puesto a Caral en el cajón que le corresponde sin hacernos las preguntas necesarias sobre su creación, sobre su relación con otras culturas, sobre quienes la construyeron…
No solo está Caral sino también Supe, Casma y todo el valle de Vichama pero sobre todo Sechín, que ha sido datado con una antigüedad de 3,500 años a.c.. Es decir, antes de la construcción de la primera pirámide en Egipto.
Ninguno de estos hallazgos arqueológicos han sido incorporados a un relato orgánico y articulado de la Historia del Antiguo Perú.
Los arqueólogos historiadores
Otra de las razones que puede explicar este fenómeno es el hecho de que la historia del Antiguo Perú ha sido escrita e investigada, en gran parte, por arqueólogos y no por historiadores.
Es el caso, entre otros, del gran arqueólogo Julio C. Tello quien, en 1919, descubrió y estudió la cultura Chavín definiéndola como la primera gran influencia cultural panandina . Hoy en día, sabemos bien que Chavín fue un oráculo y un lugar de peregrinación al cual llegaban visitantes de todas partes de la región. Sabemos que los que vivieron en Chavín no construyeron un imperio ni sojuzgaron culturas o influenciaron lingüísticamente a otros como sí lo hicieron los Incas o los Huari.
Lo normal entonces sería revisar el rol que se le había otorgado a Chavín en la historia oficial del Antiguo Perú y otorgarle uno nuevo que encaje con la información que hoy conocemos. Hasta ahora no se ha corregido el rol de Chavín en la historia oficial del Antiguo Perú. La cultura Chavin, a pesar de ser un lugar de peregrinación, sigue siendo el primer Horizonte Cultural del Antiguo Perú. Es decir, la primera cultura que influenció la mayor parte del territorio del Antiguo Perú.
En los libros de historia que se utilizan en los colegios o en aquellos al alcance de la población, Chavín también sigue siendo una civilización y no un lugar de peregrinación al que asistía gente, de todas partes del ande, para consultar a la deidad que, según los sacerdotes de Chavín, moraba en el templo.
Así como Tello con Chavín, Max Uhle hizo lo propio con otras culturas preincaicas como la Moche. Luego Federico Kauffman, Doig y Luis Guillermo Lumbreras seguirían este mismo camino, llegando este último a descubrir nuevas culturas como la cultura Huari. Así se forjó esta tradición de arqueólogos que hacían las veces de historiadores, más por necesidad que por voluntad propia.
En otros casos, ingenieros y matemáticos como por ejemplo, Paul Kosok y Maria Reiche, fungieron de historiadores para explicar manifestaciones culturales de algunas civilizaciones costeñas. Si bien el esfuerzo de Kosok y de Reiche es admirable, pedirle a un matemático que cumpla el rol de un historiador es algo así como pedirle a un filosofo que realice los cálculos necesarios para enviar una nave espacial al planeta Marte.
El problema es que al no ser historiadores, estaban más preocupados en clasificar que en entender, más preocupados en mostrar piezas arqueológicas que en determinar la cosmovisión de las culturas peruanas y no le dieron a los mitos de todas aquellas culturas la importancia que merecían. Es decir, no estaban preparados para interpretar estos mitos y, menos aún, para incorporarlos a la historia del Antiguo Perú.
Todos ellos contribuyeron a difundir los logros de nuestras ancestrales culturas y eso es suficiente para estarles agradecidos. Sin embargo, fueron sus trabajos pioneros los que crearon y cimentaron la versión oficial de la historia del Antiguo Perú, que quedaría inamovible en el tiempo como una de las gigantescas piedras de la fortaleza de Sacsayhuaman.
Sus clasificaciones, casi matemáticas de la vida en el Antiguo Perú, han hecho que nuestra historia sea considerada, casi unánimemente, como el curso más aburrido de los colegios peruanos.
Bajo la sombra de Mr. Rowe
Cuando se habla de la civilización en el Antiguo Perú, la división cronológica que se enseña en los colegios, que se distribuye en exposiciones arqueológicas, que se repite en los pasillos de las universidades, y a la que acuden los arqueólogos o historiadores cuando se realiza un nuevo descubrimiento, es la clasificación de los horizontes culturales de la cultura peruana.
No es una coincidencia que quién realizó esta clasificación, que hasta hoy es la herramienta principal para evaluar cualquier hipótesis sobre la historia del Antiguo Perú, es también un arqueólogo, el reconocido arqueólogo y antropólogo norteamericano John Rowe (1918-2004).
Esta clasificación fue establecida por John Rowe, en los años sesentas, basándose en los cambios de los estilos de los ceramios producidos en el valle del río Ica. Es decir, cuando los ceramios del valle de Ica presentaban, por un periodo de tiempo significativo, influencias de ceramios de otra región del Antiguo Perú, Rowe determinaba que la cultura que había creado los ceramios que ejercían la influencia era un Horizonte Cultural. Es así como Rowe estableció 3 horizontes: el Horizonte Temprano (Chavín), el Horizonte Medio (Huari) y el Horizonte Tardío (Inca). Los periodos que existieron entre horizontes fueron denominados como Intermedios.
Así Rowe determinó, a través de los ceramios, qué culturas del Antiguo Perú tenían más influencia sobre otras y cuanto tiempo había durado esta influencia. Rowe contó con el apoyo de otros académicos como Lawrence Dawson y Dorothy Menzel y contrastó dataciones de carbono catorce para tratar de ser lo más exacto en sus divisiones.
Nadie puede negar el gran logro de Rowe al proveernos con un arma para esbozar una división cronológica del Antiguo Perú. El problema es que esta división se basa, fundamentalmente, en el análisis de los manifestaciones artísticas de las culturas peruanas, específicamente los ceramios. Una cultura del Antiguo Perú no puede ser calificada como Horizonte cultural, es decir, como una cultura que influenció una buena parte del territorio del Antiguo Perú, basándonos exclusivamente en un análisis de la influencia de sus ceramios.
Deberíamos tener varias divisiones cronológicas que respondan a otro tipo de factores más trascendentes como la cosmovisión de una cultura, sus mitos de creación y sus divinidades. Sabemos, por ejemplo, que el Sr. de los Báculos, más conocido como Wiracocha, aparece en la Puerta del Sol de Tiahuanaco, en la estela Raimondi, en varios telares Paracas y en varios huacos de la cultura Nazca. ¿Por qué no establecemos una clasificación basándonos en la influencia de esta figura sagrada?
No es normal que la historia del Antiguo Perú esté regida por una clasificación basada en el análisis de ceramios. Es una forma pero no es necesariamente la mejor y no debe ser la única, o la que domine la visión predominante de la historia del Antiguo Perú.
Quizás, ante la falta de valoración de los mitos de creación de las culturas del Antiguo Perú, los historiadores peruanos se vieron frente a un vacío sin saber a qué acudir para establecer algún tipo de orden entre las culturas del Antiguo Perú. No esta demás pensar que ante este vacío, casi impenetrable si se toma en cuenta la supuesta falta de escritura en el Imperio Inca, los historiadores peruanos decidieron que su única posibilidad era clasificar ceramios.
En todo caso, la división de Rowe es la raíz de muchos problemas en la historia del Antiguo Perú puesto que no empuja a la reflexión o a la comprensión de la vida de los antiguos peruanos, sino que simplemente la clasifica.
La historia del Antiguo Perú, en general, es una lista de clasificaciones en lugar de ser un relato.
Al haber dejado de lado los mitos de creación del Antiguo Perú, los historiadores peruanos perdieron el eje más importante de la historia de un pueblo, sus creencias. Al no contemplar la posibilidad de que los mitos hacen referencia a un pasado real probablemente trastocado, los arqueólogos e historiadores deshumanizaron la historia del Antiguo Perú para disecarla y analizarla como si se tratara de un fósil.
Pero, como hemos mencionado líneas atrás, esta visión oficial e inamovible de la historia del Perú responde también a otros factores como la arbitraria condena a un grupo de crónicas de la conquista que contienen información que merece ser investigada, el relego de los mitos de creación peruanos a simples cuentos para niños y el sectarismo de la comunidad peruana de historiadores.
En la próxima entrega de este artículo, seguiremos analizando por qué la historia del Antiguo Perú necesita una urgente revisión para salir de su estado comatoso y por qué la actitud de quienes la escriben no es analizar y evolucionar sino encajar con lo establecido.
Fuentes:
– Raúl Porras Barrenechea, (1969). Mito, tradición e Historia del Perú. Ediciones IRPB.
– Raúl Porras Barrenechea, (2014). Los Cronistas del Perú. Editorial: biblioteca Abraham Valdelomar.
– Luis Guillermo Lumbreras, (1983). Orígenes del estado en el Perú. Editorial Milla Bartres.
– María Rostorowski, (2003). Pachacutec, 50 años después. Ediciones IEP.
– Brigitte Boehm de Lameiras, (1987). Fernando de Montesinos: ¿Historia o mito?. Revista Relaciones.
– Ruth Shady, (2011). La mujer que cambió la historia del Perú. Diario El Comercio.
– David G. Beresford Jones and Paul Heggarty, (2010). Broading our Horizons : Towards an Interdisciplinary Prehistory of the Andes. Boletin de Arqueologia PUCP/N.° 14.