Teresa de tal cutra*, o por qué la caridad debe ser secular
En el imaginario mediático de la caridad, la Madre Teresa destaca junto con el Buen Samaritano de los evangelios, San Francisco de Asís y el padre Damián de Molokai. Considerada entre los verdaderos altruistas de la historia, dedicó su vida a los pobres, inauguró su primer albergue en Calcuta en 1952, y luego muchos más en todo el mundo. Al correrse la voz de su misión, capturó la imaginación pública y millones de dólares empezaron a entrar, todos los cuales sirvieron para ayudar a quienes más lo necesitaban. Al menos, esa es la versión oficial. La realidad, sin embargo, es bastante diferente.
Escribe: Iván Antezana Q., Director de la SSH
Hace 18 años, Agnes Gonxha Bojaxhiu, más conocida como la Madre Teresa, murió rodeada de comodidades y el mejor cuidado médico del mundo. Obviamente, su aura de santidad ha tenido como principal consecuencia la casi completa falta de interés en contrastar sus acciones y declaraciones con la realidad. Afortunadamente, para llevar a cabo esa tarea existen fuentes de información (que han sido debidamente indicadas). En el siguiente texto, se verá cómo, al contrario de su imagen pública, tenía altos estándares de vida, sus servicios a los desamparados eran más problema que solución y sus manejos financieros daban lugar a muchas dudas. La impresión final es que se involucraba mucho más con el dinero y la política de lo que se esperaría de parte de quien se dedica a la caridad. Podemos conceder que, en sus inicios, la Madre Teresa fue movida por un auténtico ideal social. Pero también se debe conceder que terminó construyendo un tinglado de influencia política, una industria devoradora de dinero conseguido con el sufrimiento de los más desamparados, una máquina de propaganda fundamentalista maquillada con compasión. La polémica, en nuestra opinión, no estaría en negar una u otra etapa, sino en establecer en qué momento dio el paso de una a otra.
En este punto, las afirmaciones que se acaban de hacer podrían motivar al lector a abandonar la lectura, ya sea por estar de acuerdo y no necesitar un refrendo, o por estar en desacuerdo y preferir evitar un desafío a sus creencias. Ello sería dejarse llevar por la ley del mínimo esfuerzo, o tomar una decisión dogmática. La otra opción es seguir leyendo. Lo que sigue es un texto largo (muy largo), cuya lectura, al margen de la opinión que se tenga de Madre Teresa, podría resultar fascinante y reveladora.
Nace una estrella
A fines de los años 60, el periodista y autor británico Malcolm Muggeridge (1903-1990) tenía muchos contactos en medios de comunicación escritos y audiovisuales, tanto del Reino Unido como de los EUA. Muggeridge era un anglicano conservador, anticomunista y antijudío para mayores señas, que en su juventud había viajado a muchos lugares, uno de los cuales fue la India. Estuvo en Calcuta en los años 30, y guardaba malos recuerdos de su estancia en esa ciudad. Ya sexagenario, su obsesión por los temas religiosos y el combate contra el control de la natalidad empezaban a teñir sus actividades de cada vez más fanatismo e intolerancia. Un día, en marzo de 1968, uno de sus contactos le preguntó si quería entrevistar a una «monja india de Calcuta» que estaba de visita en Londres, y aceptó encantado.
Sin embargo, Muggeridge encontró mucho más de lo que esperaba. Su activismo religioso lo había llevado a buscar incesantemente ejemplos de «santos simplones» que permitieran poner de relieve la agenda católica más ortodoxa y extrema. Descubrió, alborozado, que esa monja no era india, sino albanesa, lo que conectó con sus propias actividades como promotor del cristianismo tras la Cortina de Hierro. En esa entrevista, Madre Teresa simplemente habló de su trabajo con los desposeídos en la India, y de cómo buscaba darles alivio espiritual y material. En una época en que británicos y otros occidentales acudían a la India en busca de «riqueza espiritual», alguna fibra especial tocó esa entrevista en los espectadores que la vieron en mayo de 1968 y su subsiguiente repetición, porque las donaciones espontáneas alcanzaron las 20 000 libras esterlinas. Muggeridge, sin embargo, había quedado disconforme porque Madre Teresa no mostraba interés en promover activamente la fe católica.
Muggeridge fue conociendo más virtudes de su recién descubierta heroína, y supo que la única manera de hacerla conocida era mediante una película para la televisión. Convenció a la BBC de filmar en locación en Calcuta, pero Madre Teresa no estaba entusiasmada por la idea. Muggeridge empleó sus influencias para presionarla, y finalmente la monja le escribió «hagamos ahora algo hermoso para dios».
En marzo de 1969, el equipo de la BBC trabajó en Calcuta por cinco días, en medio de una tensa atmósfera de enfrentamientos políticos en las calles. Muggeridge subtituló el especial, según las palabras de su estrella, como «Something Beautiful for God» («Algo hermoso para dios»), pero reservó su mayor jugada maestra para el título: «Madre Teresa de Calcuta». Era la primera vez, a pesar de todas las notas de prensa y los reportes escritos sobre la monja albanesa, que se asociaba su nombre a la ciudad donde trabajaba. Esa construcción capturó la atención de la opinión pública, tocó más fuertemente las profundas fibras que la entrevista del año anterior había revelado, y puso a Madre Teresa en el imaginario de esa caridad usada como expiación de cargos de conciencia.
Probablemente, los malos recuerdos que Muggeridge tenía de Calcuta y su ambiente de ciudad progresista y efervescente lo llevaron a darle un tratamiento en la película que ha resultado estigmatizante hasta el día de hoy: el retrato de la ciudad como un deprimente amontonamiento de basurales, pobreza y delincuencia. Tal atmósfera, sin duda, exaltaba el supuesto trabajo de caridad de su monja heroína, pero contribuyó también a granjearle el resentimiento de muchos de sus compatriotas.
El estreno televisivo fue el viernes 5 de diciembre de 1969, pero Muggeridge sabía que se trataba de una simple película de propaganda, como las producidas por el régimen soviético. Entonces, durante los meses previos se dedicó a promover a su pop-star en sus viajes entre el Reino Unido y los EUA, con especial mención al «primer auténtico milagro fotográfico». ¿A qué se refería esto? Básicamente, una de las escenas en el interior del albergue de Madre Teresa fue filmada con tan poca luz que nadie esperaba que pudiera servir. Pero luego del revelado, ocurrió que la escena se veía muy bien, con todo detalle. Y ese hecho fue explotado hasta el hartazgo por Muggeridge. Entrevistado en 1994 para el documental «Hell’s Angel», el camarógrafo de esa ocasión, Ken Macmillan, reveló que antes de viajar a Calcuta, había llegado una nueva película Kodak que aún no habían probado, y la pusieron en el equipaje. Fue con esa nueva película con la cual se filmó la escena, dado que el stock de los otros rollos se había terminado. Cuando proyectaron el resultado en la sala de pruebas, Macmillan iba a decir «tres hurras por Kodak», cuando Muggeridge se levantó exaltado a explicarle a los presentes que esa era la luz de una santa. Al día siguiente, el camarógrafo recibió llamadas de periódicos de Londres que deseaban una explicación sobre el «milagro» en Calcuta.
La película fue bien recibida en Inglaterra, pero en los EUA casi causó histeria. Había nacido una estrella, y Muggeridge había sido el padrino y artífice del mito de Madre Teresa. Sin embargo, no se detuvo allí, pues al año siguiente publicó un libro con el mismo título de la película, el cual fue el inicio de todas las siguientes hagiografías y piezas de propaganda literaria publicadas sobre Madre Teresa. Más aún, el propio Muggeridge coordinó la muy profesional campaña (con pesos pesados de la política estadounidense incluidos) que llevó a su heroína a recibir en 1979 el premio Nobel de la Paz, luego de sus fallidas nominaciones de 1975 y 1977.
Voces disidentes
Los cuestionamientos a Madre Teresa y su trabajo en el país donde está localizado el centro de su imperio de la caridad vienen desde hace varios años. No se refieren únicamente al ya mencionado hecho de la pésima imagen de Calcuta que va amarrada a la exaltación de Teresa y sus Misioneras de la Caridad (MDC). Se enfocan también en lo sectario de esa labor, y su evidente sobredimensionamiento en el contexto del trabajo social, sea en Calcuta o en cualquier otra parte. En Occidente, sin embargo, la versión que los medios suelen rebotar es la de la propaganda católica. Y tal como ocurre con las imágenes labradas por la propaganda, esta no sólo se esmera en resaltar algunas facetas, sino también en ocultar otras.
Desde su salto al estrellato en 1969, Teresa gozó de complacientes hagiografías, hasta que a inicios de los años 90 algunos empezaron a investigar. Primero fue Mary Loudon, exvoluntaria de la casa de los muertos de Teresa en Calcuta, quien publicó el 3 de mayo de 1992 una fuerte crítica a sus métodos y políticas. El reporte, sin embargo, no generó mayor respuesta, quizás porque sus críticas no eran ideológicas, sino factuales y por lo tanto irrebatibles. Poco después, el Dr. Robin Fox, editor de la revista médica británica The Lancet, quien había visitado el mismo albergue donde había trabajado Loudon, describió el cuidado de los pacientes como «caótico» («Calcutta Perspective: Mother Theresa’s care for the dying», The Lancet, Vol. 344, Núm. 8925, 17 de setiembre de 1994, pp. 807-808). La prensa conservadora buscó desacreditar sus observaciones, pero el velo había empezado a descorrerse.
En ese mismo 1994, las indagaciones del médico Aroup Chatterjee, nacido en Calcuta, llegaron a oídos del periodista británico de origen pakistaní Tariq Ali, quien a nombre de Bandung Productions convocó a Christopher Hitchens para ser el presentador de un documental titulado «Hell’s Angel» («Ángel del infierno: Madre Teresa de Calcuta»), que finalmente fue difundido en la televisión británica el 8 de noviembre por la señal de Channel Four. En 1995, sobre la base del mencionado documental, Hitchens publicó «The Missionary Position: Mother Teresa in Theory and Practice» («La pose del misionero: Madre Teresa en la teoría y en la práctica»). Este título fue reeditado el 2012, pero hasta la fecha ninguna editorial se ha atrevido a publicarlo en castellano.
En setiembre de 1997, Walter Wüllenweber, periodista de la revista alemana Stern, viajó para asistir al funeral de Madre Teresa, y quedó impactado al ver de cerca el trabajo en sus albergues. Se obsesionó con contar la verdad, pero sus editores buscaron continuamente desanimarlo por implicancias de mala imagen o juicios. Finalmente, al año siguiente, la revista publicó el reportaje con el irónico título «Nehmen ist seliger denn geben» («Tomar es más dichoso que dar»), que incluía el testimonio de Chatterjee y de la desengañada excolaboradora norteamericana Susan Shields. Shields menciona, entre otras cosas, el alto ritmo de recepción de cheques enviados por donantes, muchos de ellos de US$ 50 000 como mínimo, en los locales de Nueva York, Roma y San Francisco donde ella prestó servicios durante más de nueve años. En el artículo, se estimaba que en 1991, sólo el 7% de las donaciones recibidas fue usado en caridad. Si el reportaje de Wüllenweber parece poderoso así como fue publicado, cabe preguntarse cómo habría sido su versión original, antes de las múltiples objeciones que recibió de sus editores.
Pero la mayor cantidad de información está sin duda en el libro que finalmente el propio Aroup Chatterjee publicó en 2003, con más de 400 páginas que relatan el nacimiento del mito de Teresa, los ingentes esfuerzos propagandísticos para mantenerlo vivo y el descarado doble discurso de su principal protagonista. Debido a su carácter de publicación independiente, esta obra no ha tenido la repercusión que debería, mucho menos traducciones a otros idiomas, y son pocas sus reseñas en la red.
Tremendamente decepcionado de su experiencia de dos meses como voluntario en 2008, Hemley González creó el año siguiente la página STOP The Missionaries of Charity, cuya versión en Facebook cuenta ya con más de 20 000 fans. En agosto de 2010, un crítico reportaje con información proporcionada por él y otros activistas apareció en el portal de Forbes India, con tal repercusión que las MDC tuvieron que cerrar la casa de la muerte de Nirmal Hriday para renovaciones, y no la reabrieron hasta el 2012. Pero González no se quedó en las denuncias, pues en 2010 también fundó su propia organización benéfica, Responsible Charity.
Más recientemente, el tema fue agitado por los académicos Serge Larivée, Geneviève Chénard (Univ. de Montréal) y Carole Sénéchal (Univ. de Ottawa), quienes en marzo de 2013 publicaron en la revista Studies in Religion / Sciences Religieuses el artículo «Les côtés ténébreux de Mère Teresa» («El lado oscuro de Madre Teresa»). Para ello, los investigadores canadienses recopilaron 502 documentos publicados sobre la religiosa, y descartaron 195 por duplicidad de información. De los restantes, concluyeron que la santificada imagen de la beata de Calcuta «no resiste el análisis de los hechos, fue fabricada, y su beatificación orquestada por una efectiva campaña mediática». Indicaron también que en más de su mitad, los libros y artículos sobre ella son complacientes hagiografías.
Albergues del sadismo
Cuando se ve un poco más allá de las fotos de propaganda, el cuidado brindado a los pacientes en los albergues de Madre Teresa no sólo no les proveía de alivio en sus horas postreras, sino promovía su dolor y alimentaba su sufrimiento. Varios voluntarios renunciaron a seguir apoyando debido a las malas prácticas, y algunos hicieron declaraciones muy enfáticas al respecto, incluso lo han publicado.
El ya mencionado Dr. Robin Fox observó que, debido a la falta de médicos en el hospicio, las monjas y los voluntarios, algunos sin conocimientos médicos, debían tomar decisiones sobre el cuidado de los pacientes. Fox responsabilizó a Madre Teresa de las condiciones en ese albergue, y resaltó que no se distinguía entre pacientes curables e incurables, de modo que gente que podía sobrevivir quedaba en riesgo de morir por infecciones y falta de tratamiento. A pesar de la limpieza, el tratamiento de las heridas y la amabilidad, Fox notó que el manejo del dolor por parte de las monjas era «perturbadoramente insuficiente». El listado de medicinas del local visitado carecía de analgésicos fuertes, lo que en opinión de Fox separaba claramente el servicio de Madre Teresa de la idea de un hospicio. Fox también anotó que las agujas eran lavadas en simple agua tibia, lo que las dejaba inadecuadamente esterilizadas, y en el local no se aislaba a los pacientes con tuberculosis.
Otros reportes han documentado la desatención al cuidado médico en los locales de la orden. El 15 de octubre de 1994, David Jeffrey, Joseph O’Neill y Gilly Burn publicaron en la misma revista The Lancet (vol. 344, núm. 8929) un artículo crítico sobre los cuidados brindados en los albergues de Madre Teresa. Puntos de vista similares también han sido expresados por algunos exvoluntarios que trabajaron en la orden de Madre Teresa, y vieron cómo voluntarios sin la debida capacitación atendían a pacientes con enfermedades altamente contagiosas. O cómo los niños díscolos eran zarandeados o golpeados. O cómo quienes operaban los albergues rehusaban donaciones de equipos y accesorios que podrían haber automatizado de modo seguro esos procesos y salvar vidas. El librepensador indio Sanal Edamaruku lo sintetiza muy bien: «En sus sobrepoblados y primitivos albergues, muchos pacientes deben compartir cama con otros. Aunque muchos sufren de tuberculosis, sida y otras enfermedades altamente infectantes, la higiene no es una preocupación. Los pacientes son tratados con buenas palabras e insuficientes medicinas (a veces vencidas). Algunos gritan por las punzadas de gusanos en sus heridas abiertas, sin recibir paliativo alguno para el dolor. En principio, los analgésicos no se administran, ni siquiera en casos extremos».
La propia Madre Teresa admitía repetidamente que no era una trabajadora social, y que sus albergues no eran hospitales, sino «casas de los moribundos». Dado que sus seguidores continúan afirmando lo mismo hasta el día de hoy, cabe preguntarse cuáles son sus motivaciones para atender a los pobres y desamparados. Y entonces, se descubre que el mantra de la organización se basa únicamente en la creencia de que la pobreza y el sufrimiento son maneras de amar a dios. Porque según la grotesca filosofía de Madre Teresa, «el más hermoso regalo para una persona es poder participar del sufrimiento de Cristo». En una ocasión, trató de confortar a un paciente que gritaba de dolor: «¡Estás sufriendo, eso significa que Jesús te está besando!». Furioso, el hombre respondió: «Entonces dígale a su Jesús que deje de besarme». Con su rechazo público a la planificación familiar, a la modernización de sus instalaciones y a cientos de iniciativas basadas en soluciones prácticas, la Madre Teresa se revelaba no como una amiga de los pobres, sino como una promotora de la pobreza. Sin embargo, el inmenso aparato propagandístico católico ha hecho que esta política de desprecio hacia el dolor de los más necesitados sea vista como la más pura compasión.
Dime con quién andas
Madre Teresa es vista como una peregrina de la caridad, una emisaria del amor hacia los más necesitados en sus viajes por el mundo. Se podría pensar que en esos viajes entraba en contacto con líderes políticos y de opinión adscritos a esas ideas, y comprometidos a darle todas las facilidades para cumplir con sus objetivos caritativos. Pero en contra de eso, el registro fotográfico de muchos de esos viajes nos muestra a Madre Teresa en grandes migas con personas de dudoso perfil, por decir lo menos, y con fines no precisamente de gran altura moral.
En enero de 1981, viajó al pauperizado y atrasado Haití para recibir la «Légion d’Honneur», junto con su respectivo sustancioso cheque, de manos de uno de los regímenes más corruptos y subdesarrollados del planeta: la dinastía fundada por Jean-François «Papa Doc» Duvalier, presidente de 1957 a 1971, y a cuya muerte le sucedió su hijo de 19 añosJean-Claude «Baby Doc». A su llegada a Haití, Madre Teresa fue recibida por Michèle, la elegante esposa del presidente y líder de la élite blanca y creole haitiana. Ante su anfitriona, la albanesa se prodigó en elogios como «La señora presidenta es alguien que siente, que sabe, que desea demostrar su amor no sólo en palabras, sino en acciones concretas y tangibles». Más aún, existe metraje de esa visita (mostrado en el programa «Sesenta Minutos» de la CBS), en el cual Madre Teresa sonríe ante la cámara mientras dice de Michèle Duvalier que «nunca había visto entre los pobres y sus jefes de Estado una familiaridad como la que vi con ella. Fue una hermosa lección para mí». Obviamente, tales declaraciones fueron repetidas una y otra vez durante una semana en la televisión estatal, y Madre Teresa jamás protestó por la difusión de esas grabaciones. Ni siquiera cinco años después, cuando ese hermoso pueblo se sintió tan familiarizado con sus gobernantes que los expulsó del país. Los Duvalier, claro está, se llevaron algunos cientos de millones de dólares del erario nacional para su sufrido exilio en la Riviera francesa. Por su parte, el Vaticano hacía mucho que tenía una postura favorable a la oligarquía Duvalier. Al empezar su campaña contra el régimen, que culminó con su elección como presidente del país, el padre Jean-Bertrand Aristide encontró la hostilidad de la iglesia, que terminó por suspenderlo de su orden. Cuando Aristide fue derrocado por un golpe militar y luego repuesto por intervención internacional, el Vaticano fue el único gobierno del mundo que todavía mantenía relaciones diplomáticas con la dictadura usurpadora. El activismo de Madre Teresa era, por lo tanto, consecuente con el ala más dura del catolicismo organizado. Y hay más ejemplos.
En mayo de 1985, el presidente norteamericano Ronald Reagan le otorgó a la monja la Medalla Presidencial de la Libertad. El mismo mandatario cuya política en Centroamérica había llevado unos años antes al asesinato de cuatro monjas estadounidenses y el arzobispo de San Salvador, monseñor Óscar Romero (olímpicamente basureado por Juan Pablo II, dicho sea de paso). Reagan había tratado de maquillar los hechos diciendo que el propio papa le había mandado un mensaje personal de apoyo a su política, pero luego tuvo que retractarse. Eso, más los entripados de Oliver North en la organización de los «contras» nicaragüenses, le habían causado mucha impopularidad al régimen. En ese contexto, las palabras de Madre Teresa en la Casa Blanca no podían ser más oportunas, al declararse no merecedora de la distinción: «Pero la acepto para mayor gloria de dios y en el nombre de millones de pobres, en cuyos corazones entrará este regalo de espíritu y de amor». Este apoyo a Reagan no era casual, pues Teresa y Juan Pablo II asumieron como una de sus causas la de combatir el socialismo con catolicismo en Latinoamérica. Ambos estaban particularmente preocupados por la «Teología de la liberación», promovida por el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, que sirvió para nuclear el trabajo social de muchos curitas de izquierda a la luz del innombrable Concilio Vaticano II y de la Conferencia de Medellín en 1968. Y en ello ambos coincidían con Reagan, cuyo comité de campaña había elaborado en mayo de 1980 el Documento de Santa Fe I, donde decía que «la política exterior de los EUA debe comenzar a enfrentar (y no simplemente a reaccionar con posterioridad) a la teología de la liberación tal como es utilizada en América Latina». Por su parte, Madre Teresa no veía con buenos ojos a los curitas comprometidos: «Le digo a todos los sacerdotes: ustedes no se han convertido en sacerdotes para ser trabajadores sociales».
Pero eso no fue todo. En el mismo discurso de aceptación, la religiosa agregó: «Nunca me di cuenta de que usted amaba tan tiernamente a la gente. Tuve la experiencia, la última vez que estuve aquí, en que una hermana de Etiopía me buscó para decirme «Nuestra gente está muriendo. Nuestros niños están muriendo. Madre, haga algo». Y la única persona que me vino a la mente mientras ella me hablaba, era el señor presidente. Inmediatamente le escribí y le dije, «No sé, pero esto me ha pasado». Y al día siguiente, él hizo los arreglos para llevarle comida a nuestra gente. […] Juntos, estamos haciendo algo hermoso para dios». Aparte de elevar a Reagan a la categoría de filántropo, esas palabras eran un respaldo a su política en Etiopía, que consistía básicamente en respaldar a una junta militar que como arma contra los insurgentes de Eritrea (y cualquier otro opositor) usaba precisamente el hambre.
En el mismo período, Madre Teresa había visitado Nicaragua, donde amonestó al gobierno sandinista (que en 1979 había depuesto al dictador pronorteamericano Anastasio Somoza), pero no hizo mención de la guerra civil en curso promovida por los EUA a través de los «contras» y respaldada por el cardenal de Managua, Miguel Obando, aunque los objetivos de ese grupo armado solían ser hospitales, escuelas y lecherías. Menos aún le importaba a Teresa que las vidas que tomó la guerra «contrasubversiva» en Nicaragua fueran muchas más que las salvadas en sus albergues de Calcuta. No contenta con ello, también se dio el tiempo de visitar Guatemala, donde el asesinato de los indígenas en campos de exterminio era parte de la política oficial de la oligarquía y los terratenientes. Sin embargo, se limitó a decir que «Todo estaba pacífico en las partes del país que visitamos. Yo no me involucro en esa clase de política».
Una extraña conexión era el carismático psicólogo y profesor de inglés Roger Hinkins, quien en 1971, autorrebautizado como John-Roger, había fundado la iglesia new-age MSIA (Movement of Spiritual Inner Awareness, Movimiento de Conciencia Espiritual Interna). Proponía particulares recetas místicas tomadas de técnicas orientales de meditación y organizaba los lucrativos seminarios «Insight», al tiempo que afirmaba tener mayor «conciencia espiritual» que Jesús. El crecimiento de su organización fue exponencial cuando logró atraer a algunas celebridades, como la actriz Sally Kirkland. Desde 1983, consolidó su presencia mediática en ceremonias conocidas como «International Integrity Awards» («Premios Internacionales a la Integridad»), donde seleccionaba a algunas celebridades mundiales para obsequiarles una especie de pirámide de cristal y un cheque de US$ 10 000. Estas ceremonias contaban con la presencia de tantas celebridades que eran cubiertas por el programa televisivo «Entertainment Tonight». Ello no libró a John-Roger de denuncias por oscuros manejos financieros o por haber creado una secta de culto a la personalidad, ni de acusaciones de haber «espiritualmente seducido» a algunos seguidores para tener sexo con él. No parecía una personalidad compatible ni con las acciones ni con las ideas de Madre Teresa, pero al parecer, un cheque de US$ 10 000 hacía ver lo demás como nimiedades. En 1988, John-Roger aparecía posando junto con la monja viajera en una foto tomada con un fondo en blanco, al que luego se le añadió una toma de pobres en las calles de Calcuta, como si fuera una foto en locación.
En las grandes ligas financieras
Dictadores brutales como Duvalier o místicos estafadores como John-Roger no eran los únicos que se lavaban la cara haciendo donaciones a Madre Teresa. Había otros ejemplares raros, como Robert Hanssen, el famoso espía traidor del FBI, quien vendió secretos a los soviéticos (luego rusos) entre 1979 y 2001. Hanssen era además un devoto católico, iba a misa diariamente, colgaba crucifijos en todas sus paredes y estaba obsesionado con el sexo exhibicionista. Mientras urgía a sus amigos a estar más cerca de dios, traicionaba a su esposa y a su país. Parte del dinero obtenido por sus infidencias lo donó a Madre Teresa, y otra parte la gastó en strippers. Para ser justos, Madre Teresa no tenía nada que ver con la vida ni la obra de Hanssen, ni se involucró con él ni lo avaló públicamente. Eso lo hizo con otra persona.
En 1992, la Madre Teresa envió una carta al juez Lance Ito, quien en el estado de California veía la causa abierta contra el financista Charles Keating. Escudándose en típicas excusas como «no nos mezclamos en negocios, política o juicios», o «no sé del trabajo del Sr. Keating», la misionera aseguraba que siempre había sido «amable y generoso con los pobres de dios», por lo cual escribía para interceder por él ante el juez, a quien instaba a «rezar, ver en su corazón y hacer lo que Jesús haría en esas circunstancias». Lo que resaltaba en la carta era el encabezado, que junto al membrete de la orden presentaba la frase evangélica «Lo que hicieron con algunos de mis hermanos pequeños me lo hicieron a mí». La Madre Teresa le repite esa frase al magistrado enfatizado que es el lema de su orden, pero escribe «ME LO HICIERON A MÍ» en mayúsculas, en un evidente intento de referirse a sí misma. Es decir, usaba su prestigio de estrella mediática de la caridad para influir sobre un juez en favor de un acusado.
¿Pero quién era Charles Keating? Era un banquero y financista que a inicios de los 80 transformó la casi en quiebra American Continental Corp. en la mayor constructora de viviendas unifamiliares en el valle de California. La compañía creció hasta los seis mil millones de dólares en activos y más de 2500 empleados. Luego, en 1984, Keating compró la inmobiliaria Lincoln Savings de Arizona en US$ 50 millones, y la llevó a superar los cinco mil millones de dólares en activos. Pero cuando el mercado inmobiliario entró en crisis a fines de la década, todos esos activos resultaron ser simples papeles, respaldados por ventas y reventas meramente especulativas, sin dinero real. Cuando Lincoln Savings se hundió, lo hizo con muchos millones de dólares de los bolsillos de los jubilados, quienes vieron sus ahorros convertidos en bonos sin valor. Keating, por supuesto, se creía un ángel del libre mercado, y no dudó en sobornar a cinco senadores, que lo ayudaron a mitigar los intentos de las entidades reguladoras de limitar las enormes inversiones directas de Lincoln Savings. El escándalo explotó en 1989, año en que fue llevado a juicio. En 1992 fue condenado a diez años de cárcel, pero en 1996 un juez anuló los cargos y lo liberó. Keating murió pacíficamente en casa el 31 de marzo de 2014, a los 90 años, sin jamás disculparse ni aceptar su responsabilidad, y más bien creyendo que si lo hubieran dejado seguir adelante, todos sus inversionistas se habrían vuelto ricos.
Pues bien, resulta que Keating también era católico, y había sido funcionario del gobierno de Nixon, donde formó una comisión para investigar los perjudiciales efectos de la pornografía. Ya en la cima de su carrera en las grandes finanzas fraudulentas, se labró la imagen de filántropo efectuando diversas donaciones. Una de ellas, por un millón y cuarto de dólares, fue a los bolsillos de la Madre Teresa, a quien en algunas ocasiones le facilitó el uso de su jet personal. En agradecimiento, la religiosa le permitió usar su prestigio en algunas ocasiones importantes, y le regaló un crucifijo personalizado que Keating llevaba a todas partes. Ahora debe quedar más claro por qué la albanesa se tomó la molestia de interceder por él en el juicio que se le seguía.
Pero la historia no quedó allí. Paul Turley era abogado delegado distrital de Los Angeles, y uno de los fiscales que llevaban la acusación contra Keating. De su propia iniciativa como ciudadano, envió una carta de respuesta a la Madre Teresa, en la cual le contaba que Keating había estafado a unas 17 000 personas por unos 252 millones de dólares. Personas de todo tipo, incluyendo gente modesta que no entendía de altas finanzas, y un carpintero pobre que perdió todos los ahorros de su vida. También le recordó que, si bien ella tenía experiencia con los pobres, él tenía experiencia con los criminales y bribones, quienes suelen donar parte de su dinero mal habido a la caridad para comprar reconocimiento, respeto y perdón. Y dado el énfasis de la religiosa en citar las palabras de Cristo y lo que él haría en la misma situación, la invitó a preguntarse qué haría Jesús si estuviera en posesión de dinero robado a los humildes. Por supuesto, Turley concluyó que Jesús inmediatamente devolvería ese dinero a sus legítimos dueños, e instó a Madre Teresa a hacer lo mismo, a no permitir que Keating obtuviera la indulgencia que deseaba, y le dio todas las facilidades para contactarse con las víctimas del fraude. Como es de imaginarse, Madre Teresa jamás respondió a esa carta, mucho menos devolvió un centavo.
Ahora bien, al margen de los casos expuestos, notorios por tan diversas razones, el hecho es que la gran mayoría de donantes de Madre Teresa estaba convencida del buen uso del dinero enviado. El mundo rico tiene una pobre conciencia, de modo que no es extraño que tantas personas pudientes se sintieran bien consigo mismas apoyando a quien creían una activista de los «pobres entre los pobres». Cabe preguntarse en este punto qué clase de fibra en particular logró tocar Madre Teresa para conseguir tan lucrativo negocio. Quizás la respuesta esté en la hipótesis Singer-Unger, que responde afirmativamente a la pregunta de si es esencial, para llevar una vida decente y moral, donar lujos y placeres innecesarios para ayudar a los hambrientos y desposeídos del mundo. Para sus proponentes, Peter Singer y Peter Unger, la decencia moral requiere que los pudientes donen sus excedentes para aliviar la pobreza y sus consecuencias. Singer propone el famoso ejemplo de si se está obligado moralmente a salvar a un niño que se está ahogando en un río, aunque uno se moje y embarre la ropa. El que casi todos respondan afirmativamente refleja cuán afirmada y reverenciada está la ideología de ayudar a los pobres, especialmente niños. Pero, sobre todo, refleja que, como toda ideología, esa afirmación y reverencia se hace sin bases críticas, apelando directamente al lado emocional. La justificación de esa postura ha generado polémica y debate, pero al margen de las consideraciones teóricas, da la impresión de que se trata en realidad de una receta viejísima, aplicada por el cristianismo desde sus orígenes. No es que el cristianismo la haya descubierto (la solidaridad y la vida social están preestablecidas biológicamente en nuestra especie), pero sí es cierto que el invento posterior, autonombrado catolicismo, supo instrumentalizarlo políticamente. Unos 1600 años después, el tándem Muggeridge-Teresa sólo adecuó la vieja receta católica a la sociedad de los medios globalizados. Gracias a esos medios, en palabras de Sanal Edamaruku, «Madre Teresa no servía a los pobres en Calcuta, sino a los ricos en Occidente. Los ayudaba a limpiar su mala conciencia recibiendo de ellos millones de dólares. … Muchos de quienes la apoyaban, sin embargo, eran personas honestas con buenas intenciones y un cálido corazón, que compraron la ilusión de que la «santa de las alcantarillas» estaba allí para secar todas las lágrimas, acabar con toda la miseria y reparar toda la injusticia del mundo. Aquellos enamorados de una ilusión a menudo rehúsan ver la realidad».
Pero una cosa es entender el mecanismo moral o individual del altruismo, y otra entender que del otro lado de los aportantes está quien recibe, y en ese caso las consideraciones filosóficas no son las mismas, en particular si quien recibe no es el destinatario real, sino un autonombrado intermediario. Hitchens concluye que las amistades que cultivaba (políticos conservadores, dictadores brutales, estafadores descarados) muestran a Madre Teresa como lo que era en verdad: una fundamentalista religiosa, una operadora política, una sermoneadora primitiva y una cómplice de poderes mundanos. Sus viajes por el mundo no eran el peregrinaje de una predicadora, sino una campaña acorde con los requerimientos de los poderes de turno.
Muy lejos de la transparencia
En realidad, el episodio de Keating es simplemente una gota en el mar de turbiedad de las finanzas de la organización de la Madre Teresa. De hecho, su sucesora Nirmala Joshi (fallecida hace unos tres meses) dijo una vez que «sólo dios sabe cuánto tenemos en donaciones». En sus más de sesenta años de existencia, las MDC no han reportado el monto total de fondos que han recibido en donaciones, qué porcentaje usan para administración, ni dónde y cómo se ha usado lo demás. El dinero va directamente a cuentas en el IOR (conocido como el Banco Vaticano), y allí se pierde todo rastro de su destino final. Ese control monetario del Vaticano empezó en 1965, y es más fuerte desde la muerte de Madre Teresa en 1997. Periodistas y desertores de la organización estiman su patrimonio en un global de mil millones de dólares, y contando. Actualmente, la orden tiene 5000 hermanas y 450 hermanos en todo el mundo, y opera 700 locales en 120 países sin proveer datos sobre la eficacia de su trabajo.
Sin embargo, a fines de junio se supo que el Ministerio del Interior de la India está investigando a las ONG que reciben fondos del extranjero. Ello involucra también a organizaciones religiosas, cinco de las cuales están entre las primeras diez. Cuatro de ellas, incluyendo a las MDC, son cristianas. Las cifras, publicadas por el gobierno indio, muestran que la organización de Madre Teresa recibió cerca de 85 millones de dólares en los períodos 2006-7 y 2013-14. Pero esas son sólo las donaciones extranjeras que se reportaron para la matriz de la India. No incluyen todas las donaciones internas, bienes, artículos de valor financiero, terrenos y concesiones otorgados por empresas privadas y entidades gubernamentales de la India. Y por supuesto, ello no incluye todas las donaciones registradas en las filiales de los demás países (cientos actualmente) en los últimos sesenta años. Sin contar, por supuesto, con que lo registrado de ningún modo reflejará las cifras totales reales de sus operaciones.
Con esta pista proporcionada por el gobierno indio, puede entenderse que las estimaciones patrimoniales de los excolaboradores de la organización no resultan en absoluto exageradas. Y en este punto, se hace imposible ignorar la abismal diferencia entre esos ingresos monetarios y los servicios tan deplorables que ofrecen los albergues de las MDC.
El catolicismo es funda mental
El pasado 23 de febrero, en Bharaptur, Rajastán, mientras inauguraba un albergue para mujeres y orfanato por cuenta de la organización que dirige,Mohan Bhagwat criticó la labor de las MDC. El presidente de la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS, Organización Nacional de Voluntarios, una ONG de caridad nacionalista hindú, de extrema derecha) comentó que el albergue «no proveerá un servicio como el brindado por la Madre Teresa». Explicó que ese servicio «puede haber sido bueno, pero había un motivo detrás de él: convertir a la persona atendida al cristianismo. El problema no es la conversión, pero si esta se hace en nombre del servicio, entonces ese servicio se devalúa». Sunita Kumar, vocera de la orden en la India, negó todo ante la prensa, mientras Sachin Pilot, congresista por Rajastán, atribuía tales «distorsiones históricas» al sesgo derechista de la RSS. Sin embargo, Meenakshi Lekhi, vocera del partido de gobierno BJP, recordó que la propia Madre Teresa dijo en una entrevista que mucha gente la confundía como trabajadora social, pero que no lo era, que ella estaba al servicio de Jesús y su trabajo era difundir el cristianismo y acercar a la gente a él.
¿Entonces, estaba en lo cierto Bhagwat? Antes de morir, Madre Teresa pidió que se destruyeran todas sus cartas y anotaciones, pero el pedido no fue cumplido, y el padre Brian Kolodiejchuk (encargado del proceso de santificación de Madre Teresa) las recopiló y publicó en setiembre de 2007 con el título de «Mother Teresa: Come Be My Light» («Madre Teresa: ven, sé mi luz»). El padre Leo Maasburg usó una parte para, junto con sus recuerdos personales del trabajo con ella, publicar en setiembre de 2011 el libro «Mother Teresa of Calcutta: A Personal Portrait» («Madre Teresa de Calcuta: un retrato personal»). En su página 135, Maasburg cuenta cómo Madre Teresa le explicaba que un moribundo no tenía que conocer toda la enseñanza de la iglesia católica para poderlo bautizar. Que al momento de la muerte, era suficiente para el moribundo entender el núcleo mínimo de esa enseñanza, el amor a dios. Y que entonces, bastaba preguntarle al moribundo si quería ir donde el dios que le envió a las hermanas. Además del testimonio personal de Maasburg, existen registros de un discurso en la Clínica Scripps de California, en enero de 1992, donde Madre Teresa dijo: «Algo muy hermoso… es que nadie ha muerto sin recibir el boleto especial para san Pedro, como lo llamamos. Al bautismo le llamamos el boleto para san Pedro. Le preguntamos a la persona, ¿quieres la bendición por la cual tus pecados serán perdonados y recibirás a dios? Nunca se han negado. Ninguno de los 29 000 que han muerto en esa casa [en Kalighat] desde que empezamos en 1952».
Por supuesto, bautizar a los moribundos era sólo la punta del iceberg. Para terminar de despejar las dudas sobre su posición ideológica, baste mencionar que durante las deliberaciones del Concilio Vaticano II (1962-65), bajo el liderazgo del papa Juan XXIII, Madre Teresa estaba entre los asistentes, oponiéndose a todas las sugerencias de reforma. Lo que se necesitaba, según ella, era más trabajo y más fe, no revisión doctrinal. Su posición era ultrarreaccionaria, incluso en términos católicos ortodoxos. Pero no era lo único en su agenda.
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