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Las mitocondrias son muy pequeñas. Una sola célula humana puede contener cientos de miles de estos orgánulos con forma de patata, dependiendo del tipo de tejido. Impulsan las reacciones bioquímicas en las células mediante la producción de adenosín trifosfato (ATP).
Estas centrales térmicas a menudo se han pasado por alto, no estudiándose en serio hasta la década de 1970, siendo objeto ahora de una intensa investigación por su destacado papel en la aparición de ciertas enfermedades comunes y complejas. Pueden ser, dicen los científicos, fundamentales para la etiología de enfermedades como el cáncer y el Alzheimer, epidemias en las que se han gastado por parte de investigadores y empresas miles de millones de dólares, pero pocos progresos se han realizado.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con la hipótesis de las mitocondrias. Algunos investigadores dicen que las enfermedades complejas es un asunto muy complejo. Las mitocondrias son esenciales para la fisiología humana, y no hay pruebas suficientes para demostrar que la disfunción de las mitocondrias juegue un papel importante en estas enfermedades. De considerar que sí puedan tener alguna relación con las enfermedades complejas, entonces habría que discutir si esa disfunción en la producción de energía contribuye a la patología de la enfermedad o por el contrario es una consecuencia de ella. “La pregunta que nos debemos hacer es: ¿con qué frecuencia las mitocondrias juegan un papel importante?”, se pregunta Marvin Natowicz, médico especializado en autismo y enfermedades mitocondriales del Hospital de Cleveland, en Ohio.
Los estudios de las funciones mitocondriales son invasivos, costosos y largos. Sin embargo, en los últimos cinco años, se han realizado un creciente número de investigaciones relacionadas con las disfunciones de las mitocondrias en muchas enfermedades de difícil tratamiento, como son el autismo, el Parkinson y el envejecimiento. Y quien lleva parte de la carga de todo este trabajo es un respetado miembro de la Academia Nacional de Ciencias, que se autoproclama radical y fanático: un hombre de quien sus colegas temen comentar algo, un inconformista que no duda en poner por delante cualquier excusa para pontificar sobre la fuerza vital, la medicina oriental o E=mc2.
Una fresca mañana de febrero, el Dr. Douglas Wallace camina por los pasillos del Centro de Medicina Mitocondrial y Epigenómica, un nuevo centro de investigación del Hospital Infantil de Filadelfia, filosofando: “Cada una de las enfermedades que no podemos tratar, adquiere su lógica si ponemos en el centro el asunto de la energía. Es algo que ya pensaba en 1970, y ahora sigo pensando lo mismo”.
Es un hombre de baja estatura, alegre, unas gafas con montura de oro, una corbata amarilla y verde y unos enormes pantalones con tirantes azules, Wallace es uno de los fundadores de ese campo de estudio que es la Genética Mitocondrial humana. Como investigador, ha publicado más de 230 artículos y recibe consultas de los médicos sobre algunas de las enfermedades más difíciles de tratar. Pero también es un hombre cuya misión es la de convencer a las comunidad científica de que las cosas se están haciendo mal.
La Medicina no es capaz de afrontar muchas de las enfermedades complejas y comunes de hoy en día. Wallace afirma que el paradigma actual falla: el establishment médico ha pasado demasiado tiempo dedicándose a la anatomía, haciendo caso omiso de la energía, específicamente de las mitocondrias.
Es su lucha desde hace más de 30 años, aunque a menudo la comunidad científica ha hecho oídos sordos. Pero hoy en día, la idea de que una deficiencia energética puede desempeñar un importante papel en las enfermedades humanas está ganando terreno, a medida que más y más estudios científicos relacionan las enfermedades con la disfunción de las mitocondrias. Este cambio ha hecho que el Hospital Infantil destine parte de su dinero a esta investigación, y ha llevado a muchos científicos a preguntarse: ¿Está loco Doug Wallace? ¿Será verdad lo que dice?