«No matarás». Es uno de los diez mandamientos y sin embargo el menos cumplido, incluso dentro de la propia Iglesia católica, que se fue alejando desde sus inicios del mandato de Jesús de Nazaret. De hecho Roma fue, durante siglos, el principal ejecutor de la Historia. Ahora, el papa Francisco rompe con una tradición milenaria y elimina cualquier atisbo de justificación a la pena de muerte en el Catecismo.
En concreto, el artículo 2267, que desde ahora dice lo siguiente: «La Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo».
Sin embargo, la pena de muerte fue legal, al menos sobre el papel, en el Estado vaticano hasta 2001, siendo el último estado europeo en eliminar esta práctica en su Código Penal.
No todos están de acuerdo con la decisión de Francisco. De hecho, una mayoría de los católicos estadounidenses, el 53%, se han mostrado en contra de la abolición de la pena de muerte. Entre los sectores ultracatólicos también se ha criticado la medida tomada por Bergoglio, al considerar que echa por tierra todo el Magisterio de los últimos dos mil años. Y, en cierta medida, no andan desencaminados.
Del ‘ojo por ojo’ a la Inquisición
Ya los primeros teólogos de la Iglesia, como San Ambrosio o San Agustín, aseguraban que los clérigos debían defender, e incluso practicar, la pena de muerte en casos graves, mientras que, en el medievo, Santo Tomás de Aquino o Duns Scotto sostenían que el Antiguo Testamento respaldaba el poder de las autoridades legítimas para aplicar este castigo. El ‘ojo por ojo’ ha seguido estando muy vivo en la institución, pese a que fue Jesús quien dijo aquello de «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra» para impedir la lapidación de una mujer acusada de adulterio.
La Iglesia católica institucionalizó la pena de muerte durante la Contrarreforma luterana, con la creación de la Inquisición. Durante siglos, decenas de miles de personas fueron quemadas vivas, colgadas o acabaron sin cabeza al ser considerados herejes, brujas o asesinos. De hecho, uno de los verdugos profesionales más conocidos de la Historia fue, precisamente, Mastro Titta, «el verdugo de Roma», quien en el siglo XIX ejecutó a varios centenares de personas. Esa época, entre 1796 y 1870, es la única con datos de penas de muerte en el Vaticano. Sólo entre ahorcamientos y decapitaciones, el estado del papa alcanzó el sombrío récord de 527 ejecuciones.
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