El grueso de nuestros problemas proviene de nuestra rígida identificación con un yo fijo, estable, aislado. Una especie de absolutismo personal. Sólo soy yo, este cuerpo y esta historia mental -escrita con un carácter aparentemente indeleble- de la cual emerge mi sensación de ser un individuo, un sí mismo separado de todo el universo, el cual se muestra como una serie innumerable de objetos que existen en oposición a mi identidad, y los cuales me generan aversión o avidez y ante los cuales se esgrime mi existencia como una lucha de poder, como un ejercicio de establecer mi voluntad. Pero aunque esta identidad se me presenta con un carácter estructural, con una realidad definida y concretamente limitada, el mundo alrededor es siempre cambiante, fluido e inasible. A veces se me presenta como deleite, maravilla y seducción, a veces como horror, angustia y tortura. Cuando me produce placer suelo aferrarme a él; cuando me produce dolor suelo rechazarlo. En ambos casos me apego a un estado interno, ya sea (transitoriamente) real o ideal, con el cual me identifico y a través del cual -como un lente o una categoría de percepción- miro y juzgó el mundo.
El hecho de que el mundo empírico sea cambiante hace que, por la más básica lógica, el mundo sea sufrimiento siempre que uno se apegue a algo, fundamentalmente a una identidad que busca preservar o incluso dirigir hacia un objetivo. Esta es la lógica budista en su más simple expresión: si el mundo es cambio, y la mente se aferra a algo -teniéndolo en ese acto como inmutable-, la mente se condena al sufrimiento. En cambio, si uno es capaz de existir abiertamente, sin referir toda experiencia a la propia identidad, es posible que el mundo y todas sus apariencias sean experimentadas como un proceso siempre fresco y siempre creciente en sabiduría, donde no deja de haber dolor o placer, pero estos no dejan huella, como el vuelo de un ave en el cielo. Sin la autorreferencia, la experiencia se vuelve incondicionada e ilimitada, pues la condición y el límite es fundamentalmente la adherencia a un yo y a su designación conceptual a los fenómenos que experimenta. Sin este yo-referente, los fenómenos dejan de ser meras experiencias conceptuales, o condicionadas por nuestros conceptos, que son siempre conexiones que hacemos con otros conceptos, los cuales configuran nuestra identidad, nuestro flujo o historia mental. En cierta forma el budismo sugiere que el yo fijo es la gran categoría kantiana que impide que conozcamos el mundo tal como es, la percepción sin concepto -el noúmeno en su paradójica unidad con lo fenoménico, lo absoluto en lo relativo, el dharmata (el cual es conciencia pura no-dual, mente libre de sus categorías y representaciones)-. Pero si fuera posible una existencia sin el lente del yo, entonces sería posible una existencia real en sí. Y veríamos el mundo tal como es, acaso vibrante, siempre abierto, luminoso. Como dijo Blake: «si las puertas [las categorías] de la percepción fueran depuradas, veríamos el mundo como en realidad es: infinito.»
De aquí surge la pregunta de los 84 mil (por usar un número budista), ¿cómo liberarse de la rígida identificación a un yo fijo y separado, a esta rancia, tiesa y fosilizada casa existencial que es nuestra mente apegada a un cuerpo y a una identidad psíquica? Evidentemente quien pueda responder cabalmente a esta pregunta será ya no un hombre común, sino un hombre despierto, un buda. Habiendo dicho eso, y notando que esta respuesta supera por mucho mis capacidades, uno puede apelar a la tradición e intentar responder conforme a los preceptos filosóficos de la misma, y en un acto que conjuga tanto la fe como la razón, tentativamente formular la posibilidad de que dicha existencia, que fue descrita afortunadamente como «fluir en el sin-yo» por el científico mexicano Jacobo Grinberg, es una actualidad -incluso una naturaleza primordial- a la cual el ser humano puede acceder, justamente cuando se libera de los constructos mentales que se han convertido en una segunda naturaleza, pero que de ninguna manera, como el mismo Kant demostró, constituyen un conocimiento de la auténtica esencia de lo real, sino solamente una visión fosilizada por la proyección metafísica de nuestras propias categorías de
Seguir leyendo Tres formas de cultivar el desapego a la identidad personal →