La tecnología digital, al estar basada en una economía de la atención, pone en jaque la autonomía humana. Lo había notado Huxley cuando habló de cómo en el futuro el entretenimiento se convertiría en una especie de religión y el control de la población no ocurriría a través de la censura y la opresión, sino a través de la distracción. Neil Postman luego comentaría que la distopía imaginada por Huxley estaba destinada a predominar sobre la de Orwell y en la década de los 80 imaginaba como estaríamos «entreteniéndonos hasta la muerte» (Amusing ourselves to death era el título de un libro que publicó en 1985) y «ahogados en un mar de irrelevancia». Innumerables estímulos, programas de entretenimiento, bits de información trivial, pero poca sustancia y poca reflexión profunda. Los componentes que el idealismo alemán identificó como el «espíritu» (la auténtica cultura), el arte, la religión y la filosofía pasaban a ser cada vez menos importantes. Sólo quedaba la ciencia, pero ésta no podía proveer significado ni sentido, sólo describir el mundo material y transformarlo en tecnología. El poder de la ciencia era usado para hacer más cómoda la vida y para producir más gadgets y aplicaciones que permitieran que la economía siguiera creciendo. Para eso era necesario seguir consumiendo. Mientras que los recursos naturales eran limitados, y empezaban a escasear, la tecnología digital había creado un mundo virtual casi infinito, donde se podía seguir expandiendo la economía capitalista. Sin embargo, esta nueva economía digital debía alimentarse de algo que no era infinito: la atención humana.
Huxley escribió en un interesante texto llamado Propaganda en un sociedad democrática: «Solo los que están constante e inteligentemente en el aquí y en el ahora pueden