El budismo tibetano enseña que existen dos tipos de mente o dos formas en las que opera la mente: una mente relativa y limitada conocida como sem, la cual es el estado usual de nuestra percepción -inestable y dualista y anclada en la idea de un yo separado del mundo-, y un estado primario del cual emerge el otro y que es igual al espacio base de los fenómenos -cognoscitividad pura y luminosa, sin dicotomías sujeto-objeto-. La práctica budista fundamental, entonces, es reconocer este estado natural de la mente, el cual existe y ha existido desde siempre como la esencia de nuestra propia mente y de la realidad en su conjunto. No se trata de realizar algún tipo de hazaña espiritual o de lograr alguna meta u objetivo de suma importancia y mérito, sino solamente de des-cubrir la naturaleza esencial y residir ahí sin crear obstáculos y oscurecimientos. Ese espacio base en el que podemos habitar con tranquilidad, libres de las construcciones y los conceptos de nuestra personalidad, disfrutando de la realidad como es, es la unión de la vacuidad y la capacidad cognitiva de la mente, o en otras palabras, la inseparabilidad del espacio y la luz.
Los robots serán parte indispensable en la nueva revolución industrial – Archivo
¿Cuál será la cuarta revolución industrial?
Hasta este momento tres revoluciones han transformado la vida de los seres humanos: la primera con la mecanización industrial, la segunda estuvo marcada por la electricidad y la tercera propició la aparición de la manufactura en masa.
En el siglo XVIII surgieron dos inventos revolucionarios que hicieron la vida mucho más sencilla: la máquina de vapor y el primer telar mecanizado. Su difusión permitió la introducción de sistemas de producción mecánicos con tracción hidráulica y de vapor.
En la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX la segunda revolución industrial trajo consigo la producción en serie, la división del trabajo y el uso de sistemas eléctricos. Nuestros antepasados asistieron con júbilo al nacimiento de la industria química, la automovilística y la eléctrica.
El pistoletazo de salida de la tercera revolución industrial –la última hasta el momento- se produjo en la década de los sesenta del siglo pasado con la aparición de los primeros ordenadores personales. Esta innovación provocó la incorporación de la microelectrónica y la tecnología de la información en la automatización de la producción.
Presente en casi un millar de productos alimenticios, el E171 afecta la microbiota intestinal, lo que puede conducir a enfermedades inflamatorias en ese órgano, entre otros daños.
Siguiendo los rastros que el tiempo ha dejado en las rocas del Gran Cañón, nos remontamos a la época del supercontinente Pangea y el momento en el que sus habitantes tuvieron que encontrar una mejor manera para reproducirse.
En un lugar de la Tierra hay un portal del tiempo.
Ahí puedes ver la historia de nuestro planeta, pues tiene una conexión directa con un pasado misterioso, cuyos secretos están escritos en el lenguaje de la geología y revelan un mundo perdido hace mucho, mucho tiempo.
La evidencia que desbloquea ese pasado antiguo está oculta en las rocas, los paisajes e incluso algunos animales, y habla de un momento definitorio que transformó la evolución y cambió la historia humana.
Se trata del Gran Cañón.
Sus rocas, por extraordinario que parezca, son nuestro punto de partida para entender el sexo.
Toda la tierra junta
Hace 413 millones de años, el norte y el sur de América estaban separados por miles de kilómetros de océano.
Pero estaban rumbo a una colisión, un choque en cámara lenta que levantó enormes montañas a lo largo de la zona de impacto.
En ese momento, todas las masas de tierra del planeta se unieron y formaron un solo supercontinente gigante: Pangea.
El norte y el sur de América estaban en el corazón de Pangea, a ambos lados de una masiva cordillera.
Y todavía hay rastros de ese mundo, en lugares como Manhattan, donde se pueden encontrar muy cerca de la superficie e incluso en la superficie, rocas de unos 300 millones de años de antigüedad, conocidas como esquisto.
Dormir lo suficiente es fundamental para nuestro bienestar, pero a menudo se pasa por alto un factor clave.
El ciclo de sueño y vigilia es uno de los comportamientos humanos más importantes. A tal grado, que pasamos una tercera parte de nuestras vidas durmiendo y no podríamos sobrevivir sin dormir.
Durante el sueño, nuestro cerebro almacena y procesa información. El cuerpo elimina toxinas y se repara, permitiéndonos así funcionar correctamente cuando estamos despiertos.
Incluso la falta de sueño durante periodos cortos afecta significativamente nuestro bienestar.
La mayoría de nosotros empezamos a dejar de funcionar bien con tan solo una noche sin dormir. Y después de tres noches (sin dormir) funcionamos muy por debajo de los niveles normales.
Un estudio sugirió que, después de 17 a 19 horas de permanecer despierto, el desempeño en tareas cognitivas puede ser similar a haber ingerido demasiado alcohol.
Y los efectos empeoran con el tiempo.
El periodo más largo sin dormir que se haya documentado es de 11 días, lo cual provocó serios cambios cognitivos y de comportamiento, así como problemas de concentración, memoria a corto plazo, paranoia y alucinaciones.
Si bien los científicos comprenden bien desde hace tiempo la importancia de dormir lo suficiente, a veces se puede pasar por alto el rol fundamental que desempeña la exposición a la luz.
El reloj del cuerpo
La razón por la cual la luz es tan importante es porque ayuda a establecer nuestro ritmo circadiano —o reloj corporal— a través de sensores de luz especializados dentro del ojo.
Nuestros ojos detectan el ciclo de luz y oscuridad en nuestro entorno y ajustan el ritmo circadiano del cuerpo para que el día interno y externo coincidan.
Este proceso es tan importante que las personas que tienen lesiones oculares graves pueden encontrarse con que su reloj corporal está fuera de sintonía, lo que provoca problemas de sueño.
Sin ningún acceso a la luz, el reloj del cuerpo humano parece quedar a la deriva,agregando aproximadamente media hora a su ciclo de 24 horas por cada día de oscuridad.
El jetlag, o descompensación horaria que se vive al viajar largas distancias a través de varias regiones horarias, es el ejemplo más obvio del efecto que puede tener la luz.
La exposición a a la luz en la nueva zona horaria ayuda a restablecer nuestro reloj corporal a la hora local, diciéndonos la hora correcta para dormir.
En 1800 la mayoría de las personas de todo el mundo trabajaban fuera y estaban expuestas al cambio de día a noche.