Estados Unidos, Israel y Europa sofocan revoluciones en Oriente Medio. Las revueltas libertarias que sacudieron la región en los últimos meses parecen esfumarse ante la acción de Estados Unidos y Europa, que se montan sobre los movimientos sociales y les imponen dirección y objetivos. Un clan de Arabia Saudita, los Sudairi, es el eje de la ola contrarrevolucionaria
En unos meses, tres gobiernos pro occidentales han sido derrocados en el mundo árabe: en Líbano, el parlamento expulsó del poder al gobierno de Saad Hariri y los movimientos populares derrocaron a Zine el Abbidine Ben Ali en Túnez y, en Egipto, a Hosni Mubarak, posteriormente arrestado.
Estos cambios de régimen se acompañan de manifestaciones contra la dominación estadunidense y el sionismo. Favorecen, políticamente, al eje de la resistencia conformado, en el plano estatal, por Irán y Siria, y en el plano infraestatal, por los movimientos Hezbolá y Hamas.
Para imponer la contrarrevolución en la región, Washington y Tel Aviv han recurrido a su mejor apoyo: el clan de los Sudairi, que representa mejor que cualquier otra fuerza el despotismo al servicio del imperialismo.
Los Sudairi
Aunque es posible que el lector nunca haya oído hablar de ellos, los Sudairi son desde hace varias décadas la organización política más rica del mundo. Los Sudairi son siete de los 53 hijos del rey Ibn Saud –el fundador de Arabia Saudita–. Son específicamente los siete hijos de la princesa Sudairi. Su cabecilla fue el conocido rey Fahd, cuyo reinado se extendió de 1982 a 2005. Desde la muerte de Fahd, sólo quedan seis Sudairi.
El mayor es el príncipe Sultan, ministro de Defensa desde 1962, de 85 años. El más joven, con 71 años, es el príncipe Ahmed, ministro adjunto del Interior desde 1975. Desde la década de 1960, es el clan de los Sudairi el que ha venido organizando, estructurando, financiando los regímenes títeres pro occidentales del “Oriente Medio ampliado”.
Arabia Saudita es una entidad jurídica que los británicos crearon para debilitar el Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial. A pesar haber sido el inventor del concepto de “nación árabe”, Lawrence de Arabia nunca logró convertir el nuevo país en una nación, y menos aún, en un Estado. Arabia Saudita era, y sigue siendo, una propiedad privada de la familia Saud. Como se demostró a través de la investigación judicial británica que tuvo lugar durante el escándalo del acuerdo Al Yamamah en pleno siglo XX, no existen hoy en día cuentas bancarias ni presupuesto del reino. Son las cuentas de la familia real las que se utilizan para administrar lo que sigue siendo la posesión privada de los Saud.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido ya no contaba con los medios necesarios para mantener su imperialismo, así que el territorio de Arabia Saudita pasó a depender de Estados Unidos. El presidente Franklin D Roosevelt concluyó entonces un acuerdo con el rey Ibn Saud: la familia Saud se comprometía a garantizar el aprovisionamiento de petróleo a Estados Unidos a cambio de la ayuda militar necesaria para que los Saud pudieran mantenerse en el poder. Esa alianza se conoce como el Acuerdo del Quincy por haberse firmado a bordo del navío del mismo nombre. Se trata de un acuerdo, no de un tratado, porque no fue firmado entre dos Estados, sino entre un Estado y una familia.
El rey fundador, Ibn Saud, tuvo 32 esposas y 53 hijos, lo cual rápidamente dio lugar a graves rivalidades entre los potenciales candidatos a la sucesión. Ya tardíamente se decidió, por lo tanto, que la corona no pasara de padre a hijo, sino de medio hermano a medio hermano.
Cinco hijos de Ibn Saud han ocupado el trono hasta el momento. El actual rey, Abdalá I, de 87 años, es un hombre más bien de mente abierta, aunque totalmente desconectado de las realidades contemporáneas. Consciente de que el actual sistema dinástico conduce a la catástrofe, el rey Abdalá quiere reformar las reglas de sucesión. El soberano sería designado entonces por el Consejo del Reino, es decir por una serie de representantes de las diversas ramas de la familia real, lo cual pudiera poner el poder en manos de una generación más joven.
Pero a los Sudairi no les conviene esta sabia iniciativa. Como resultado de varias renuncias al trono, ya sea por razones de salud de los renunciantes o por sibaritismo, los tres próximos aspirantes son miembros de ese clan: el ya mencionado príncipe Sultan, de 85 años; el príncipe Nayef, de 78 años; y el príncipe Salman, gobernador de Riad, de 75 años. Si llegara a aplicarse, la nueva regla dinástica perjudicaría a estos personajes.
Lo anterior explica por qué los Sudairi, que nunca han sentido demasiado cariño por su medio hermano, el rey Abdalá, actualmente lo odian. También explica por qué han decidido utilizar todas sus fuerzas en la actual batalla.
El regreso de Bandar Bush
A fines de la década de 1970, el futuro rey Fadh dirigía el clan de los Sudairi. Y se fijó en las raras cualidades de uno de los hijos de su hermano Sultan: el príncipe Bandar. Lo envió a negociar contratos de armamento en Washington y le gustó la manera como Bandar logró comprar el consentimiento del entonces presidente James Carter.
Al llegar al trono, en 1982, el rey Fadh convirtió al príncipe Bandar en su hombre de confianza. Lo nombró agregado militar y, posteriormente, embajador en Washington, puesto que Bandar ocupó hasta el fin del reinado de Fahd y el momento en que se produjo su brutal expulsión por parte del rey Abdalá, en 2005.
Hijo del príncipe Sultan y de una esclava libia, el príncipe Bandar es una personalidad brillante y carente de escrúpulos que ha sabido imponerse en el seno de la familia real, a pesar del “deshonor” del origen de su madre. Bandar es actualmente el brazo ejecutor de los gerontócratas del clan Sudairi. Durante su larga estancia en Washington, el príncipe Bandar se hizo amigo de la familia Bush, en particular de George Bush padre, a tal punto que ambos llegaron a ser inseparables. George Bush padre llegó incluso a presentar al príncipe Bandar como el hijo que le hubiese gustado tener. En Washington, llegaron a llamarlo señor Bandar Bush. Lo que despierta el agrado de George Bush padre –exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y, posteriormente, presidente de Estados Unidos– es la inclinación del príncipe Bandar por la acción clandestina.
El señor Bandar Bush se integró a la alta sociedad estadunidense. Es al mismo tiempo administrador vitalicio del Aspen Institute y miembro del Bohemian Grove. El público británico descubrió su existencia a través del escándalo Al Yamamah: el contrato armamentista más grande de la historia, y también el mayor caso de corrupción.
Durante unos 20 años (desde 1985 hasta 2006), British Aerospace, rápidamente rebautizada como BAE Systems, vendió armamento por 80 mil millones de dólares a Arabia Saudita mientras que depositaba discretamente parte de esa fortuna en las cuentas bancarias de políticos sauditas y, probablemente, de políticos británicos. Dos mil millones de dólares engrosaron así la fortuna del príncipe Bandar.
El asunto es que su alteza tiene muchos gastos. El príncipe Bandar dio empleo a muchos de los combatientes árabes reclutados en la época de la Guerra Fría por los servicios secretos de Arabia Saudita y Pakistán para luchar contra el Ejército Rojo en Afganistán, a pedido de la CIA y del MI6. Por supuesto, la figura más conocida en ese medio no era otro que el millonario anticomunista convertido en gurú yihadista: Osama bin Laden.
Es imposible decir con exactitud de cuántos hombres dispone el príncipe Bandar. A lo largo de los años, su mano se perfila en numerosos conflictos y actos de terrorismo a través de todo el mundo musulmán, desde Marruecos hasta el Xinkiang chino. A modo de ejemplo, basta con citar el pequeño ejército que había implantado en un campamento de refugiados palestinos en el Líbano, en Nahr el Bared, bajo el nombre de Fatah al Islam.
La misión de aquellos hombres consistía en sublevar a los refugiados palestinos, mayoritariamente sunnitas, proclamar un emirato independiente y combatir al Hezbolá chiíta. Pero aquello salió mal porque los salarios de los mercenarios no se pagaron a tiempo. Así que, en 2007, los hombres del príncipe Bandar se atrincheraron en el campamento palestino; 30 mil refugiados tuvieron que huir de allí y el ejército libanés tuvo que librar una batalla durante dos meses para retomar el campamento. Aquella operación costó la vida a 50 mercenarios, de 32 civiles palestinos y 68 soldados libaneses.
A principios de 2010, el príncipe Bandar fomentó un golpe de Estado para derrocar al rey Abdalá y poner en el trono a su propio padre, el príncipe Sultan. El complot se descubrió y Bandar cayó en desgracia, aunque sin perder por ello sus títulos oficiales. Pero a fines de 2010, los problemas de salud del rey y las operaciones quirúrgicas a las que tuvo que someterse permitieron a los Sudairi recuperar su influencia e imponer el regreso de Bandar con el respaldo de la administración de Obama.
Fue después de una visita al rey, cuando éste se encontraba hospitalizado en Washington, y habiendo llegado erróneamente a la conclusión de que el monarca estaba agonizando, que el primer ministro libanés Saad Hariri se alió a los Sudairi. Nacido en Riad, Saad Hariri es saudita pero tiene también la ciudadanía libanesa. Heredó la fortuna de su padre, que se había enriquecido gracias a los Saud. Tiene, por lo tanto, una deuda con el rey Abdalá y se convirtió en primer ministro libanés debido a la presión del monarca, aunque el Departamento de Estado abrigaba dudas en cuanto a su capacidad para ocupar el cargo.
Durante su periodo de obediencia al rey Abdalá, Saad Hariri se esforzó por reconciliarse con el presidente sirio Bachar el Assad. Retiró las acusaciones en contra de este último que lo vinculaban al asesinato de su padre, el exprimer ministro libanés Rafik Hariri, y se disculpó por haberse dejado manipular para crear una tensión artificial entre el Líbano y Siria. Pero al aliarse a los Sudairi, Saad Hariri dio un giro político de 180 grados. De la noche a la mañana, renegó de la política de conciliación del rey Abdalá hacia Siria y el Hezbolá y emprendió una ofensiva contra el régimen de Bachar el Assad para obtener el desarme del Hezbolá y un compromiso con Israel.
Pero el rey Abdalá salió de su estado semicomatoso y no demoró en pedirle cuentas. Sin el indispensable apoyo del monarca saudita, Saad Hariri y su gobierno fueron expulsados del poder por el parlamento libanés, que decidió poner en el cargo de primer ministro a Najib Mikati, otro millonario con doble nacionalidad, pero menos aventurero. Como castigo para Saad Hariri, el rey Abdalá abrió una investigación fiscal sobre la principal empresa de la familia Hariri en Arabia Saudita y detuvo a varios de sus colaboradores por fraude.
Las legiones de los Sudairi
Los Sudairi han decido desencadenar la contrarrevolución en todos los sentidos. En Egipto, país donde financiaban a los Mubarak con una mano y a los Hermanos Musulmanes con la otra, impusieron ahora una alianza entre los Hermanos Musulmanes y los militares pro estadunidenses.
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