Situada a 900 kilómetros de las costas orientales de Madagascar, esta isla perdida en el océano índico ha cautivado a distintas civilizaciones a lo largo de los siglos. Conocida por los marinos y piratas desde el siglo X, fue el hogar de una especie desconocida de pájaro que los portugueses llamaron «Dodo» -ver recuadro-, manteniéndose deshabitada hasta 1598. En ese año arribaron a sus costas los primeros colonos holandeses quienes la bautizaron con el nombre de Mauritius en honor al entonces príncipe de Orange, Mauricio de Nassau. Casi dos siglos después, Francia tomaría el control de la isla, que posteriormente pasaría a manos inglesas.
Durante este periodo colonial llegaron a Mauricio una gran cantidad de chinos, hindúes o malgaches como mano de obra barata dando lugar, con el paso de los años, a generaciones de mauricianos.Yfuecon ellos también con quienes llegó la sega -ver recuadro-, la melodía de ritmos africanos más característica de la región. Con todo, cuando el moderno Airbus de Air Mauritius tomó tierra en el aeropuerto internacional y pusimos el pie en este lugar de ensueño, pronto nos sorprendió que, a pesar de estar geográficamente más cerca de África que de la India, la estética del país y la mayoría étnica era la hindú.
La tierra de Shiva
A bordo del BMWX5, que el lujoso hotel The Residence había puesto
a nuestra disposición para trasladarnos por la isla, cruzamos vastísimas extensiones de caña de azúcar, y pequeñas poblaciones de pescadores con modestos chamizos como viviendas. De repente, a la salida de una curva, la carretera apareció parcialmente bloqueada por una carroza muy colorista y decenas de personas que la portaban.
«Son peregrinos que van al Maha Shivaratri -explica nuestro guía, Reubén, en un francés con acento peculiar-. Aquí el 52% de la población es hinduista frente al 26% de católicos o el 17% de musulmanes».
Supimos después que el Maha Shivaratri es un festival anual dedicado a Shiva, la deidad hindú que representa la destrucción como preparación para la regeneración y, a pesar de hallarnos a nada menos que 3.943 kilómetros del suroeste de la India, se vive sorprendentemente con una pasión y devoción increíbles.
«Una leyenda asegura que los primeros colonos depositaron agua del Ganges en el lago sagrado y, desde entonces, todos los años durante el mes de febrero, los hiduistas pere-
grinamos hasta allí para realizar nuestras ofrendas», precisa Reubén.
Cruzamos una mirada cómplice:
-¿Por qué no nos llevas hasta ese lugar?
El lago sagrado
A medida que nos acercamos a los alrededores del lago Ganga Talao, en Grand Bassin, el número de peregrinos y carrozas con figuras de dioses y flores va en aumento. Se calcula que 300.000 peregrinos, vestidos de color blanco, han acudido en procesión al lago sagrado. Algunos han invertido tres largos días en llegar al distrito de Savanne, en el sudoeste de la isla. Por ese motivo, es fácil hallar diseminadas a lo largo de las carreteras pequeñas tiendas de campaña a modo de puestos de avituallamiento gratuito.
Una gran cola de vehículos, policías vigilando cualquier altercado, mujeres vestidas de blanco portando arcos de madera decorados con flores y hombres transportando esos carritos con imágenes de sus dioses hindúes… Estamos en plena celebración del Maha Shivaratri. Según cuenta la leyenda, la noche del dios Shiva se celebra en este antiguo cráter de un volcán extinguido, ya que sus aguas están en contacto directo con las sagradas aguas del río Ganges a través de unos conductos subterráneos que se extienden cerca de expresión, justo antes de la Luna nueva, entre los meses de febrero y marzo.
¿Y por qué está relacionado con la Luna? Pues porque este satélite natural está relacionado con las mareas. Según cuentan los yoguis, nuestro cuerpo y nuestro cerebro están compuestos fundamentalmente de agua. Por ello, la noche en la que la Luna está en su menor expresión, antes de Luna nueva, afecta en menor medida a nuestro poder energético: la mente. Como para los hinduistas la mente es la llave de nuestro estado en el mundo en el que vivimos, nos esclaviza o libera, en esa noche somos algo más libres para acercarnos al dios Shiva.
Y allí es donde comienzan sus ritos para venerar a Shiva, fuente de poder del Universo y la energía vital. Hacia aquel ambiente tan cargado, energéticamente hablando, acercamos nuestros pasos. El lago, rodeado de gente, revestía un color
especial con las flores y sobre todo, sus aguas, llenas de ofrendas.
La piedra sagrada
El día era lluvioso, pero no evitó que los devotos pasearan descalzos por los alrededores para encaminarse a la Shiva Linga, la piedra sagrada que representa la gran capacidad creadora del citado dios Está situada tras las vitrinas del mandir, los turistas observan la ceremonia con curiosidad mientras un guía les explica lo que está sucediendo y lo que significa la ceremonia.
Después de descalzarnos y tocar la campana, nos decidimos a entrar en silencio y con total respeto al santo de los santos de los hinduistas. Los fieles no parecen molestarse mientras tomamos fotos y siguen con sus oraciones.
Fuera, alrededor del lago, una multitud sigue con sus ofrendas y oraciones. Cada peregrino viene hasta aquí por una razón distinta; para formular diferentes peticiones, sanarse, hallar respuestas trascendentes… Encienden cientos de barras de incienso, vierten leche y frutas; cocos, plátanos y también flores que, a menudo, interceptan monos y peces. En los accesos al lago, en medio de la multitud, es fácil toparse con algún santón que te anuda en la mano un cordón de color rojo para protegerte del mal. La sensación de que te has trasladado a la India es increíble. Los ritos más sagrados se han posado en ese lago que, más tarde, traslada a la gente a uno de sus pequeños templos donde hacen sus ofrendas, toman hojas de un pequeño árbol sagrado al que le echan igualmente leche de coco y pasan ese líquido por su cara.
El olor que recorre el sobrecogedor lugar es indescriptible, pero lo más sorprendente es la devoción y felicidad con la que los peregrinos intentan llegar al final de su camino. Con la tranquilidad de saber que su dios se siente satisfecho y no tiene nada por lo que bailar… Ya que Shiva baila cuando está tremendamente enojado o al comienzo de alguna batalla. La nuestra, obviamente, estaba muy alejada de todo aquello pero no por eso dejó de impresionarnos. Al fin y al cabo nadie podía esperar hallar un lugar hinduista tan importante a miles de kilómetros del Ganges.