Nos encontramos con un nuevo contexto emergente: el del pluralismo sociocultural que afecta también a las creencias
En Occidente ha sido el monoteísmo el credo religioso prácticamente único hasta nuestros días, aunque hubiera distintas corrientes desde las cuales se abordaba la afirmación de un Dios único (judaísmo, cristianismo e islam), todas emparentadas y con múltiples interdependencias. Hoy nos encontramos con un nuevo contexto emergente, el del pluralismo sociocultural que afecta también a las creencias. El proceso de globalización está posibilitando el descubrimiento de tradiciones religiosas que se presentan como alternativas válidas a la creencia monoteísta que ha determinado la escena europea, y a su religión hegemónica: el cristianismo. Por Juan Antonio Estrada.
No cabe duda de que, con la globalización, estamos pasando de creencias universales y únicas al pluralismo y la fragmentación de tradiciones particulares heterogéneas. El mismo concepto de religión resulta hoy difícil de precisar, ya que no hay un contenido universal que se pueda aplicar por igual a todas las tradiciones que se presentan como religiosas [1].
Tenemos que contentarnos con una aproximación a la religión, definiéndola con Wittgenstein por el parecido de familia, a partir de la religión monoteísta que hemos conocido en Occidente. Es inevitable que a la hora de hablar de la religión partamos de las formas que nos son más conocidas y familiares, y desde ellas nos refiramos a otras más lejanas y diferentes, aunque hay que evitar la tendencia de asimilarlas e interpretarlas desde nuestros propios cánones.
La filosofía actual se plantea el universalismo desde los derechos humanos, que pretenden ser transculturales , pero que tienen una inevitable particularidad en su contenido, mayoritariamente establecido por la tradición occidental. ¿Cómo es posible defender principios éticos universales que, sin embargo, han surgido en una cultura particular? ¿Cómo llegar a un consenso intercultural mínimo: ¿abstrayendo de las culturas particulares o asumiendo una de ellas como eje directivo para la universalización? Y, en el último caso, ¿cómo evitar la caída en el socio o etnocentrismo europeo, en la línea de Hegel que hacía de Occidente la vanguardia de la humanidad y el portador del espíritu absoluto?
Esta problemática se da también hoy en las creencias religiosas. En el plano de las religiones el problema se plantea desde la tensión entre una tradición que tiene un contenido sustancial particular (el monoteísmo judío, cristiano o musulmán) y su pretensión de universalidad y absolutez: la de ser la religión válida para toda la humanidad. Esta tensión de particularidad y pretensión universal, se agudiza por la pluralidad fáctica de religiones, cuya mera existencia plantea interrogantes a una religión única y universal.
Por eso, hoy es necesaria una filosofía y teología de las religiones que tome en cuenta la pluralidad existente y explique el estatuto epistemológico desde el que se hacen las distintas propuestas. Vamos a abordar las distintas respuestas que se han dado y evaluar los intentos de reconciliar la exigencia de validez universal con la condición fáctica de cada tradición particular. Veremos cómo detrás de las distintas teologías de las religiones hay soluciones y propuestas filosóficas.
El trasfondo hegeliano e ilustrado
La primera propuesta es la tradicional. La afirmación de que una religión es la verdadera y que las otras son falsas creencias. Es la concepción que subyace al conocido postulado “extra ecclesiam nulla salus”, que en un primer momento se dirigía contra los herejes y cismáticos cristianos, para amonestarlos a volver al seno de la Iglesia. Luego se convirtió en un principio teológico en relación con las otras religiones [2].
Fue el planteamiento inspirador del cristianismo en relación con las religiones precolombinas y con las grandes tradiciones religiosas asiáticas. A partir del postulado de que el error no tiene derecho a existir, se combatían las creencias rivales y se les negaba valor epistemológico y significación salvífica.
Del exclusivismo al inclusivismo
El cristianismo no sólo postulaba la verdad absoluta de su propio credo, sino además el monopolio de salvación. Tenía la exclusividad en el acceso a Dios, lo cual se legitimaba con teologías que afirmaban que las otras religiones eran inventos de Satanás para confundir a la humanidad, o de forma más moderada y moderna, que el cristianismo era la única religión de salvación, mientras que las otras religiones eran creaciones humanas. Incluso se afirmó que el cristianismo no era una religión, es decir, obra humana, sino fe, inspirada por el mismo Dios.
De ahí, la moderna contraposición entre fe y religión que subyace, por ejemplo, al planteamiento de la teología dialécticai [3]. Son distintas formas de establecer la diferencia cualitativa entre el cristianismo y las otras religiones, a las que se niega capacidad para establecer la comunicación entre Dios y el hombre.
En este contexto hay una posición particular que se erige en la única verdadera, por ello, la única universal posible. Y esto se ha dado tanto en la relación del cristianismo con las otras religiones, como dentro de él entre cada Iglesia o confesión respecto de las demás. La asimetría entre verdad única y errores, totales o parciales, hacía inviable no sólo el dialogo entre las religiones, sino también el ecumenismo que ponía el acento en lo común subsistente en medio de las diferencias. Desde esta perspectiva, que ha durado hasta la primera mitad del siglo XX, sólo se podía hablar de un retorno de los cismáticos y herejes a la única Iglesia verdadera, no de un reconocimiento muto entre Iglesias, ya que el error no tiene razón de existir.
Respecto a las otras religiones ha generado una política misionera proselitista, que se integraba dentro de la dinámica expansionista colonial que ha marcado la modernidad. La justificación hegeliana de la expansión colonial de Occidente, con el objetivo de llevar la cultura y la civilización a los pueblos subdesarrollados, servía de marco para legitimar la misión religiosa y la destrucción de las religiones y tradiciones locales. No siquiera había un esfuerzo por inculturar al cristianismo en otras culturas y tradiciones, ya que se consideraba a éstas inferiores y poco civilizadas. Sino que se implantaba el modelo eclesial y religioso de las metrópolis, se rechazaba cualquier intento de fusión entre horizontes religiosos distintos (como ocurrió en el conflicto de los ritos malabares de la China y la India) e incluso se excluía a los indígenas del acceso a los puestos de poder en las religiones, los ministerios eclesiales, por considerarlos poco capaces para ello.
Esta teología de las religiones es de clara raíz hegeliana, ya que parte del presupuesto incuestionable de la superioridad de la religión y cultura occidental respecto del resto del mundo. La religión del Dios encarnado, que es la forma por excelencia de la religión absoluta, no podía ponerse al mismo nivel que las otras religiones, afirmadas, a lo más, como intentos del hombre por comunicarse por Dios, más que revelación o inspiración de éste último. La mayor diferencia entre el planteamiento hegeliano y el exclusivismo cristiano está en que Hegel puede asumir que las religiones “inferiores” se integren y subsistan en la superior (Aufhebung), desde la síntesis dialéctica, mientras que el planteamiento teológico se movía más en el marco de la disyuntiva dualista (verdad y error) que resaltaba los contrastes y las tensiones, sin que hubiera una universalidad dialéctica en la religión absoluta. Esto es lo que ha cambiado en el siglo XX.
Del exclusivismo a la aceptación limitada de la pluralidad
En la segunda mitad del siglo XX se ha llegado a un nuevo modelo. El proceso de descolonización, a partir de la segunda guerra mundial, así como la toma de conciencia del sustrato etnocentrista occidental ha favorecido la autocrítica y la apertura a lo diferente. Hay también conciencia de que los conflictos sociopolíticos y las guerras tienen un componente religioso que exige una reflexión sobre la religión como fenómeno sociocultural, se crea o no que sea revelación divina. A esto se añade la mayor movilidad e interdependencia planetaria, que hoy se refuerza a partir del proceso de globalización. Todo esto ha generado un replanteamiento teológico y filosófico del exclusivismo de la etapa anterior.
El giro intersubjetivo y lingüístico de la filosofía, así como la revalorización de las tradiciones y del mundo de la vida, que es la gran aportación fenomenológica y hermenéutica, han ido acompañadas por el descubrimiento del otro y la revalorización de las diferencias como elementos constitutivos de la propia identidad personal y colectiva. El ecumenismo intra-cristiano y el diálogo con las religiones se han convertido en elementos determinantes de nuestro tiempo.
El paso fundamental implica pasar del exclusivismo religioso (una creencia es la que tiene el monopolio del acceso a Dios) al inclusivismo: hay distintas religiones a través de las cuales Dios se ha manifestado a toda la humanidad. En este sentido todas son válidas, en cuanto que en ellas se posibilita la relación entre Dios y el hombre. Sin embargo, su grado de validez es diferente, siendo el cristianismo el que tiene la plenitud de la revelación y de la salvación, la religión superior que engloba y asimila, llevando a su perfección, las verdades parciales de las otras [4].
De esta forma se pasa del monopolio exclusivista al inclusivismo que acepta la validez de todos y proclama la superioridad universal de una en particular. Ya no es necesario contraponer una religión concreta a las otras como una disyuntiva de verdad y error, pero se mantiene la superioridad de un camino religioso sobre los otros, sea porque todas las creencias se orientan hacia el cristianismo como camino constitutivo por excelencia de la relación con Dios o porque es la mejor mediación por más madura y plena.
De la misma manera que los cristianos hablan de la religión judía como un camino de preparación que culmina en la revelación de Jesús, así también se podría hablar de grandes antiguos testamentos de la humanidad, que serían las religiones mundiales, por medio de las cuales es Dios mismo el que ha preparado a todos los pueblos hasta que llegue la plenitud del cristianismo [5] .
De esta forma se responde a la pluralidad fáctica de creencias, se asume que Dios no ha dejado a los hombres sin un camino para relacionarse con él, aunque no conocieran el cristianismo, y se conserva el carácter prioritario del monoteísmo cristiano sobre cualquier otra creencia. Lógicamente, el presupuesto está hecho desde la perspectiva cristiana (la de que es la verdadera) y se concede a las otras el ser legítimas y parcialmente válidas, en cuanto en ellas hay contenidos revelados por Dios, que no llegarían a alcanzar el grado de la propia tradición religiosa de pertenencia.
Hay aquí una concepción asimétrica y jerárquica de las religiones, que hace posible la convivencia pacífica entre todas, pero que hace del particularismo religioso occidental la creencia universal, no por ser la única sino por ser la mejor. El simbolismo del calendario cristiano, que divide la historia en antes y después de Cristo, permite ver las religiones como antiguos testamentos de la humanidad.
De la misma forma que el pueblo judío fue preparado por Dios para recibir la plena revelación en el mesías prometido, lo cual acaeció con Jesús, así también se pueden asumir tradiciones religiosas mundiales, sobre todo si son anteriores cronológicamente al cristianismo, como caminos preparatorios hasta que llegue la culminación de la religión plena. De esta forma se puede hablar de revelaciones fragmentarias y otra absoluta, para los cristianos la suya, mientras que el Islam plantea lo mismo respecto de judíos y cristianos.
En el fondo, se mantiene la tendencia occidental que hace de lo particular europeo, lo universal, erigiéndose en vanguardia y plenitud de la humanidad, en la línea del espíritu absoluto de Hegel. Se incluyen a todas las religiones en el plan de Dios y el cristianismo sería el mejor, aunque no el único. Por eso, sería la religión del futuro, la que está llamada a integrarlas a todas, aunque, a su vez, pueda ser enriquecida y perfeccionada con elementos que las demás puedan aportarle [6].
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