Gracias a Dios, vivimos actualmente en un contexto en que tantos oradores nos incitan a que sigamos nuestra pasión, a que realicemos nuestros talentos, a que nos ganemos la vida haciendo lo que nos gusta.
Fueron muchos siglos de represión, en que las moralidades de la época y las estructuraciones sociales hacían muy difícil que la vida interior de los individuos pudiera desplegarse. También fueron siglos con muchas guerras, con unas condiciones de salubridad de dudosas para abajo y con unos niveles de analfabetismo importantes.
Pero he aquí que vino el siglo XX, y tras la resaca de la Segunda Guerra Mundial, que parece habernos disuadido definitivamente de las guerras de gran alcance, y tras la comprensión de que el materialismo del consumismo no va a traernos una felicidad duradera, henos aquí que nos hallamos, cada vez más personas, con el entusiasmo de realizar algo, como si ésta fuera nuestra gran oportunidad.
¿La gran oportunidad de qué? Buena pregunta. Diríamos… la gran oportunidad de expresar lo que llevamos dentro, de realizar algún talento, de comunicar a los demás nuestras comprensiones, sin que nos importe demasiado el hecho de que haya y haya habido gigantes de la espiritualidad, del pensamiento y del arte que hayan realizado y dicho cosas más afinadas, ciertas e inspiradoras de lo que el resto de nosotros llegaremos a realizar y expresar en toda la vida. Nos da igual; queremos hacer nuestra propia contribución. Sentimos que, por poco que podamos aportar, una nueva estrella brillará en el firmamento cuando podamos expresarnos. Aspiramos a sentirnos bien gracias a ello, y a poder exhalar el suspiro definitivo con la sensación de una especie de deber cumplido.
Las condiciones han mejorado para que esto pueda ser así. La mayoría tenemos un nivel cultural aceptable, no estamos sujetos a las restricciones sociales del pasado y, además, tantos oradores nos instan a que sigamos nuestra propia estrella. Si tenemos recursos económicos, bien, y si no los tenemos, también bien, porque «las crisis son oportunidades» y tenemos la posibilidad de buscar cómo salir de nuestro bache de una manera tal que en lo sucesivo podamos ser más fieles a nuestros dones.
Las condiciones han mejorado, sí, pero también han empeorado. Al ser tantos los que despertamos a la conciencia de realizar nuestros talentos, cada vez somos más los que sentimos que tenemos algo que decir. Y, claro, hay una saturación de mensajes. Hay muchos libros que apenas se venden, y muchísimos más que nunca serán publicados. Al tener cada vez más personas algo que decir nos acercamos al punto, si no lo hemos alcanzado ya, en que faltan «receptores» para tanto mensaje. Si todo el mundo piensa en dar, ¿quién va a estar interesado en recibir? Al fin y al cabo, si tenemos que «realizarnos a nosotros mismos» tampoco precisamos tantas lecturas; nos basta con algunas que sean clave para nosotros. De hecho, ni aunque quisiéramos leerlo todo podríamos hacerlo, así que tenemos que seleccionar.
Y he aquí que, así como tiempo atrás la sociedad y las guerras truncaban los sueños de muchos, hoy día muchos sueños se ven truncados debido al alud de aspirantes, que hace difícil abrirse hueco. Por ejemplo, cuando estudiamos literatura, música e historia nos encontramos con un par o tres de exponentes de cada período que de algún modo marcaron la pauta de la cultura de la época. Había menos alfabetización, sí, pero también había menos recursos y menos personas. Así que las mismas condiciones sociales y tecnológicas imponían un filtro, y un porcentaje significativo de los que conseguían asomar marcaban el ritmo de los tiempos. Hoy día, ¿quién marca el ritmo de los tiempos? Puede ser que tengamos a gigantes de esas épocas caminando hoy entre nosotros, reencarnados, y que sea imposible verlos porque están apretujados entre la muchedumbre. Las condiciones han cambiado, y por ello también es importante que dimensionemos correctamente lo que significa realizar nuestra propia aportación en esta tierra. De otro modo, las viejas frustraciones surgirán, bajo otra forma.
Un factor que me parece clave es la consideración de que nuestra «aportación al mundo» o a los demás es importante sobre todo… ¿para quién? ¿Para los demás? No; para nosotros mismos. Es decir, podemos tener la pretensión legítima de realizar nuestro talento, pero deberíamos evitar caer en la trampa de creer que si no nos mostramos hemos, de algún modo, fallado a los demás. Debemos andar libres de esta carga. Los demás tienen su propia inteligencia y recursos, la humanidad en su conjunto también, y si no les inspiramos nosotros en algo otro lo hará, o bien cada cual se inspirará a sí mismo, preguntando directamente a la Fuente. Aunque muchísimo talento no haya podido florecer, aunque muchísimos grandes amores no se hayan visto nunca consumados, aunque muchos deseos individuales no se hayan podido cumplir, cada uno de nosotros hemos nacido, y hemos llegado como humanidad y como individuos hasta donde hemos llegado. Y seguimos avanzando. «Los demás» son muy inteligentes, nacieron para algo y en sus vidas gozan de tantas sincronías como «nosotros», con lo cual la asistencia no les va a faltar siempre que lo necesiten. Ocupémonos pues de dar lo mejor de nosotros mismos, ¡pero sin agobios!
Y ocupémonos, sobre todo, de ser. Es decir, una cosa es lo que queramos manifestar a través de algún tipo de obra o acción, y otra es lo que hay por detrás, lo que somos nosotros. Puedo ser alguien con muchos problemas internos y aun así quiero dejar mi legado… ¿Qué tal si primero aprendo a ser realmente feliz y a querer mejor a los demás? En este caso, mi propia presencia puede dejar una estela, acaso muy breve, pero significativa, que puede ser más capaz de ejercer un impacto que «mi contribución». Busquemos amar, y nuestra vida será nuestra mejor obra.
En cuanto al legado o no que dejemos… Esta dimensión es muy curiosa. Se dice que nuestra vida se esboza en otra dimensión, que elegimos unos padres y que más o menos venimos con la idea de realizar ciertas cosas en este mundo. Pero ¿qué cosas? Parece que «sirven» muchas más cosas de las que en principio nos gustarían. Más o menos todos querríamos una vida con el mínimo dolor posible, en que pudiésemos realizar nuestros deseos y expresar nuestros talentos. ¿Sería esto un éxito de vida?; bueno, pues depende. Puede serlo en determinados casos, pero en otros casos una vida de éxito habrá consistido en lidiar con un dolor superior a la media y haber aprendido algo importante de ello. O habrá consistido en no realizar ningún deseo pero en haber hallado la felicidad a pesar de ello. O en no haber hallado la felicidad, pero sí haber aprendido algo «para la próxima».
Hay un factor que a menudo se nos escapa, y es el hecho de que en este planeta no avanzamos mucho si las sincronías no nos acompañan. Así como hay una inteligencia inmanente en este mundo que permite que existan unas formas físicas coherentes, yo creo que hay también una inteligencia «extramanente» que es la que pone en nuestra vida todas las sincronías y «casualidades» que hacen que avancemos con cierto rumbo. Es la misma inteligencia que puede decretar una vida longeva o una muerte prematura.
Si eso es así, si tenemos un plan de vida y somos «monitorizados» hasta cierto punto desde otros planos, ¿por qué no se disponen las condiciones para que todos nosotros tengamos una vida de plenitud? ¿Por qué no se decreta la muerte prematura para todos quienes serán nocivos para los demás o para el mundo y, en cambio, sí se decreta muerte prematura para muchos seres que podrían seguir constituyendo un bien para todos? Y, también, ¿por qué se facilita la conexión de los artistas y los científicos con determinadas ideas y hallazgos y no con otros, que están conduciendo a la humanidad justo por el surco histórico por que transita?
¿Tantos errores y arbitrariedades tienen lugar en el más allá? ¿O es que todo es un caos?
Habida cuenta de lo imposible que es conjuntar tantos quintillones de átomos con coherencia para dar lugar a la realidad física, habida cuenta de tantos testimonios que nos hablan del más allá y de lo que es el período entre vidas, creo que no hay tal caos, y que se permiten o no las cosas en función de un objetivo ulterior, que debe ser el de nuestra evolución conjunta.
Es así como se permite la alegría pero también el dolor. Se permiten los seres beneficiosos y llenos de amor y los perjudiciales y llenos de odio, o vacíos por dentro. Se permiten los seres que realizan sus aspiraciones y talentos y los que no tienen la oportunidad de hacerlo aunque dediquen a ello sus mejores esfuerzos. Con esta luz y oscuridad, con este yin y yang, con este toma y daca entre la alegría y el dolor se teje el cuadro de la experiencia. Y después, cada dos por tres, ¿sabéis qué?; obra terminada. Se cae el telón. Morimos, los planetas también mueren, las estrellas estallan, los universos se contraen, y vuelta a empezar. Monjes zen haciendo jardines zen, monjes budistas tejiendo los mejores mandalas posibles para, acto seguido, deshacerlos y volver a empezar.
Esto nos da la pista de que lo significativo en realidad no es lo que realizamos en este mundo, nuestro legado, puesto que todo terminará en polvo de cualquier modo. Ninguna herencia que dejemos será permanente. Lo que importa es lo que aprendemos con todas las cosas; con cada éxito, con cada fracaso, con cada deseo saciado, con cada deseo por saciar, con cada relación de pareja cumplida, con cada relación que permanece imposible, con la buena salud, con la mala salud, con la edad que tenemos o con la que no tenemos, con los recursos de los que disponemos y los que podemos aspirar a disponer y los que se hallan definitivamente fuera de nuestro alcance… con cada victoria de nuestro equipo deportivo y con cada derrota; bonita condensación metafórica del efecto péndulo, o del efecto noria, que nos eleva a las cimas del éxtasis para dejarnos caer acto seguido, tan solo para permitirnos resurgir de nuevo.
Incluso si creemos que hay gente que «tiene suerte», a la que «todo le va bien»… ¿cuántas vidas han pasado sin éxito alguno? ¿Cuánto han pasado en esta vida antes de lograrlo? ¿Sabrán aprovechar a su favor su éxito actual? ¿Sabrán desidentificarse y no apegarse a esos instantes de gloria?
Amigos, las dinámicas son complejas, pero la noria gira y gira, dejándonos siempre una lección de impermanencia y comunicándonos que es muy relativa la importancia de lo que consigamos realizar o no en este mundo. Así pues, demos lo mejor de nosotros mismos, pero sin apuro. Si tenemos que «triunfar», las condiciones se dispondrán para que podamos hacerlo; aunque tal vez sea necesario realizar un gran esfuerzo y sortear muchas dificultades, el empeño se verá recompensado. Si no, es que tenemos que aprender otras cosas. Y también estará muy bien. De hecho, los deseos de casi nadie se cumplieron, y aún así el cosmos sigue existiendo. Ningún cataclismo se desencadena porque alguien, porque muchos no cumplan sus sueños. Y es que lo más importante es otra cosa: la experiencia, cómo aprovechamos todo para amar mejor y ser más felices incondicionalmente.
Ánimo, compañero y compañera de fatigas. Todo está siempre bien si tu luz permanece brillando o si, tras haber estado un poco marchita, vuelve a refulgir de nuevo. Sólo sé lo mejor que puedas. El resto vendrá, o no, por añadidura.
Tal vez así contemplaremos, al final de todo, la sístole y la diástole del universo desde fuera; tendremos el corazón en nuestras manos. Sabremos que todo lo manifiesto tiene lugar en un instante único sin tiempo, baile de luces y sombras del que conseguimos salir cuando aprendimos a amar. Y, junto con todos los demás que también lo aprendieron, nos uniremos en un coro único del que seremos a la vez espectador y parte; y cantaremos a pleno pulmón. Seremos un talento realizado y expresándose, pero no habrá nadie a quien «salvar», nadie a quien acudir corriendo para mostrarle nuestro «descubrimiento», pues todos serán nuestros exactos iguales. Pero nos amaremos tanto que no tendremos ningún otro anhelo que el de seguir permaneciendo juntos, cantando himnos de alabanza al Creador. Y esta herencia tal vez sí que será perpetua, pero no será una herencia, sino un instante vivo y por siempre presente.
Al fin y al cabo, ¿qué queremos? ¿Que todos los seres sean felices, o satisfacernos y destacar nosotros en cierto modo? Atención a la pregunta; según hacia dónde bascule la respuesta, pueden esperarnos más o menos siglos de viaje en la noria.
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Francesc Prims Terradas
Compartido por LA CAJA DE PANDORA