Regresan de forma cíclica y cansina las falacias sobre el horror de la conquista española en América, a veces sustentada en torpes peticiones de perdón repletas de soberbia, entre otras cosas porque no hay nada más soberbio que pedir perdón por el supuesto pecado del otro.
Quien pide perdón, además, o cae en el anacronismo, es decir, enjuicia con criterios de su tiempo a personas de otro tiempo, que no participaban de ellos; o bien participa de la idea de que la conciencia ética de nuestro tiempo le capacita para enjuiciar desde su Olimpo moral las acciones de los hombres en cualquier otro tiempo.
Más probable parece que sean las dos cosas, puesto que enjuiciar moralmente otra época exige haber desarrollado la conciencia de que la de uno lo amerita. Sería, por eso, ineludible plantearse tal cuestión como primera providencia: ¿está cierto el peticionario de ese perdón de que nuestra moralidad es superior a la de aquellos hombres, en este caso los de los siglos XVI ó XVII, pongamos por caso? ¿está seguro de que los supuestos morales que sustentan un tiempo en el que se han producido dos guerras mundiales con casi un centenar de millones de muertos, un comunismo que lo rebasa con largueza o más de mil millones de abortos son los más adecuados para proclamarse los severos jueces de todo hombre en todo tiempo?
Durante la mayor parte de la historia humana, la guerra ha sido una actividad que con frecuencia concluía con la esclavización de los derrotados, y esto siguió siendo así tras la cristianización: a partir de entonces se justificaba la esclavización de los derrotados a condición de que estos no fuesen cristianos. La esclavitud siguió existiendo como una institución civilmente consagrada e incluso avalada por la Iglesia.
Esto no debe inducir a escándalo alguno, pues la esclavitud era una propia de ese tiempo y la Iglesia tiene también un aspecto de sujeción al tiempo. Los papas, las órdenes religiosas y los monasterios tenían esclavos, y aunque los jesuitas (no todos) se oponían a esclavizar a los indios en América, tenían miles de esclavos negros para trabajar en sus ingenios y estancias. Sólo en la plantación de Santa Cruz Acalpixca había doscientos negros esclavizados para trabajar las tierras.
La esclavitud existente en América tomó forma en la medida en que la Iglesia lo permitía; y, de hecho, las poblaciones de esclavos allí eran siempre de negros, no de indios, porque eso era lo que prescribía la Iglesia. Pero convendría, con todo, que conociésemos cuál era el régimen jurídico real de los esclavos en las colonias hispanas.
(Eso no quita para que hubiese voces en América contra la esclavitud de los negros, como la de Montúfar o la de Domingo de Soto. En algún caso, como el de Bartolomé Frías de Albornoz su obra fue proscrita porque cuestionaba el derecho mismo de hacer esclavos; la obra fue proscrita por….la Inquisición.).
No sería sino hasta el siglo XVII, y más enfáticamente en el XVIII, cuando la Iglesia se manifestaría de modo más rotundo contra la esclavitud. Pero es hecho innegable -y todos los autores lo conceden de mejor o peor gana- que, de no haber sido por la entrada de los noreuropeos en el negocio del tráfico en el XVII, la Iglesia católica hubiera acabado con la esclavitud en ese mismo siglo XVII. (Por cierto, y para ser justos, hay que decir que algunos filósofos, como Bodino, ya propugnaban la abolición a fines de la centuria anterior).
Por lo tanto, había eclesiásticos a un lado y al otro, como había autoridades civiles en la misma situación; era el tiempo histórico. Pero la Iglesia justificó la esclavitud durante largos siglos y desde el principio. Lo cual es lógico salvo que se juzguen situaciones del pasado con criterios actuales, monstruosidad que no me voy a ocupar en pormenorizar porque, como escribió el eminente historiador Trevor Roper “Cada época tiene su propio contexto social, su propio clima, y lo da por sentado… Desdeñarlo, empleando términos como “racional”, “supersticioso”, “progresista”, “reaccionario”, como si solo fuese racional lo que obedece a nuestras reglas de razonamiento, y sólo fuese progresivo lo que apunta hacia nosotros, es peor que una equivocación; es una vulgaridad”.
Pues eso.
Dicho lo cual: la actitud de España difiere del resto de colonizaciones enormemente. España, de hecho, no colonizó propiamente (al modo que se hacía entonces, de factoría, apenas penetrando en el territorio y desentendiéndose de todo lo que no fuera comercio) sino que se transportó a América como un todo. Con sus virtudes y con sus defectos.
Lo cual viene atestiguado por las iglesias y catedrales, por las universidades, por las ciudades que construimos y por los cientos de millones de indios y mestizos que hoy existen en América (del centro y del sur, ni que decir tiene).
Ni en la India ni en Africa hay mestizos.
Ni en la India ni en África hay universidades coloniales (y menos en las que pudieran estudiar los nativos).
Ni en la India ni en África tienen por idioma materno el inglés.
Ni en la India ni en África le rezan a Dios, ni los niños ni los adultos, en inglés.
Cuando un niño aprende a decir las primeras palabras en el Perú, en Costa Rica o en Cuba le habla en español a su madre, en un español como el mío. Es SU idioma, como es el mío. No es una impostura cultural, ni una lengua franca, ni una lengua aprendida en el colegio.
España admitió la humanidad de los indios (obviedad que entonces no era tal) prácticamente desde el principio y obró en consecuencia; el capitán Cook sostenía, en el siglo XVIII, que los indígenas de las islas del Pacífico eran monos, los australianos recogieron la inferioridad racial de los aborígenes en sus leyes hasta 1967 –a los que envenenaban y cazaban en el campo como a animales salvajes ¡entrado el siglo XX!- y los belgas, a principios de ese mismo siglo XX cometieron un genocidio de entre dos y tres millones de seres humanos contra los pobladores del Congo. La eliminación de estas poblaciones no fue una consecuencia indeseada de otro proceso que buscase una finalidad distinta, sino precisamente el objetivo que se buscaba.
En fin, recapitulando:
Que fue voluntad de los reyes y gobernadores de España ascender la condición de los seres humanos que en las Américas encontraron, es algo poco discutible, creo yo. Que no hay más que leer el testamento de Isabel la católica para ello, y examinar las leyes de Indias de 1512 y las posteriores de 1542; y que el emperador Carlos examinó la moralidad de la colonización española en América y del derecho que nos asistía a ello, es hecho poco discutible, y único en la Historia. Único.
Que España liberó millones de indios que gemían bajo la cruel e inhumana opresión de los imperios azteca e inca, también es poco discutible. Y que con respecto a los usos y costumbres de la época, el trato que se dio a los indios fue -salvadas las primeras dos décadas- incomparable con el que ningún otro país sobre la tierra dio a los naturales de las tierras que descubrían, es también un hecho.
Buscar un documento aquí y otro allá, la excepcionalidad de unos hechos en los que los colonizadores españoles mostraron su condición humana, avara, codiciosa, brutal, nada añade a esto; cabe archivarlo en el inventario de las debilidades humanas, pero en modo alguna achacarlo a la especificidad de la colonización española.
Que la colonización española no ofrece cotejo alguno con la de ninguna otra potencia de la historia humana, por su humanidad, por su generosidad, es indiscutible. España, en su recorrer del orbe, y particularmente en América, se dio entera, como es: con sus virtudes y sus defectos, España se trasplantó al otro lado del mar y los reyes quisieron gobernarla como sus otras posesiones, cometiendo con ella los mismos errores y aciertos que en sus otras tierras.
Que España ilustró a los indios, que los elevó de condición, que los consideró tan humanos como los propios españoles y que nos mezclamos con ellos, es irrebatible. España prolongó en América las costumbres de la Reconquista, edificó como en ella, evangelizó como en ella y extendió, entre otras minucias, el poder de la Iglesia hacia latitudes asombrosas.
NO tenemos tampoco que ocultar los propósitos económicos de la conquista española. Existieron, por supuesto, pero no se deben disimular como si hubieran sido ilícitos. No lo fueron, porque no estaban reñidos con la moral cristiana ni con el orden natural. Lo malo es, justamente, cuando apartadas del sentido cristiano, las personas y las naciones anteponen las razones financieras a cualquier otra; pero no fue el caso.
Las matanzas deliberadas de indios –con el propósito de asesinarlos o de blanquear la población- se produjeron tras la “gloriosa” independencia de la madre patria. Los ejércitos españoles –realistas- durante la guerra de Independencia estaban compuestos por indios, mestizos, negros, mulatos, cholos….mientras eran blanquísimos los de los libertadores de la patria. Que en las tropas de Boves o las de Abascal predominaban los negros, indios y mestizos, mientras los criollos constituían la base de los independentistas.
La causa de la actual situación en Hispanoamérica no tiene su origen en la colonización española, sino en su proceso de independencia y en los años posteriores. Cuando se produjo la independencia, la condición de los indígenas americanos era notablemente superior a la del proletariado europeo; en 1800, la Nueva España tenía un PIB calculado en unas 200 veces el de EE.UU. Los plateros mejicanos eran los mejores pagados del mundo después de los de Silesia, y su agricultura era la más productiva del mundo tras la francesa, multiplicando por 1.8 cada hectárea de la de Castilla.
Así fue la Historia. Qué le vamos a hacer.