Supervolcán es un término que se refiere a un tipo de volcán que produce las mayores y más grandes erupciones de la Tierra. La explosividad real de estas erupciones varía, si bien el volumen de magma producido por la erupción es suficiente para alterar radicalmente el paisaje circundante, e incluso para alterar el clima global durante años, con un efecto cataclísmico para la vida, similar al que pudiera tener un invierno nuclear. El término fue acuñado en el año 2000 por los productores del programa de divulgación científica Horizon, de la cadena televisiva BBC, para referirse específicamente a este tipo de erupciones. Esta investigación dio a conocer el tema ante el público no especializado, permitiendo así otros estudios referentes a los posibles efectos de los supervolcanes. En principio, supervolcán no es un término técnico usado en vulcanología, aunque ya desde el año 2003 ha sido empleado en varios artículos. Empecemos con una leyenda. El volcán Iztaccíhuatl es la tercera montaña más alta de México, con varios picos. La silueta de la montaña, normalmente nevada, tiene forma de una mujer recostada con el cabello extendido hacia el lado opuesto de su cuerpo. Por esta razón se le suele llamar como “mujer blanca” o “mujer dormida”. Cuenta la mitología azteca, que en un castillo vivía una princesa. El rey tenía varios guerreros. De entre todos ellos, la princesa se había enamorado de uno y éste le correspondía. Un día el padre se enteró y decidió mandarlo a luchar. Sin embargo, el rey le dijo a la princesa que él había muerto, cuando en realidad seguía vivo. La princesa murió de pena, quedándose acostada. El guerrero, cuando vio a la princesa muerta, se mató y quedó junto a ella. Se supone que la mujer es el hermoso volcán Iztaccíhuatl, que nos permite ver claramente la silueta de una mujer y que el guerrero es el volcán Popocatéptl, que se logra distinguir a su espalda. El volcán se encuentra a unos 70 kilómetros al sureste de la Ciudad de México y está compuesto por capas de flujos de lava viscosas. Los tipos de roca más comunes son andesitas y dacitas.
Hace alrededor de 3600 años un enorme volcán destruyó Thera, la isla hoy conocida como Santorini. Quienes habitaban aquel pequeño rincón del mar Egeo ignoraban todavía el poder de destrucción de aquellas fuerzas desconocidas. Pero en algún momento hacia el año 1600 a.C. la actividad sísmica dio paso a un fuerte terremoto que destrozó numerosas viviendas de la isla. Los habitantes del puerto de Akrotiri lograron salir a tiempo a la calle. Durante unos días debieron de verse obligados a acampar al raso, mientras retiraban escombros e iniciaban las tareas de reconstrucción. Sin embargo, aquel seísmo no fue sino el amargo preludio de lo que vendría un par de semanas después. El volcán entró en erupción. Situada en el llamado arco Helénico, Santorini se encuentra en una zona de gran actividad sísmica. Entre 150 y 170 kilómetros por debajo de la isla, la placa Africana se hunde por debajo de la Euroasiática. Como consecuencia de este proceso de subducción, en la corteza terrestre se va acumulando magma. En aquella ocasión la acumulación fue tal, que la presión abrió las puertas del infierno. Aquel día apocalíptico de poco les sirvió a las gentes del Mediterráneo todo el conocimiento acumulado a lo largo de su historia sobre las fuerzas que dominaban su mundo. Todo comenzó con un rugido sordo y una oscura nube gris, casi negra, que se elevaba desde la profunda caldera, abierta unos 20.000 años antes por otra erupción volcánica en la parte occidental de la que hasta entonces había sido una isla redonda. Sobre Akrotiri empezó a caer una lluvia de ceniza y piedra pómez. Quien pudo agarró atropelladamente unas pocas pertenencias antes de emprender la huida. Entonces se produjo un estruendo ensordecedor. Una columna de cenizas y rocas volcánicas de más de 30 kilómetros de altura se elevó hacia el cielo. Flujos piroclásticos candentes barrieron la isla, y la cámara magmática se vació en un abrir y cerrar de ojos. Como consecuencia, el techo del volcán se vino abajo y se formó una caldera de hasta 400 metros de profundidad. El mar que bañaba la isla empezó a hervir como un cazo de leche a punto de desbordarse. La enorme cantidad de material volcánico eyectado formó depósitos de hasta 60 metros de grosor, tal y como hoy puede apreciarse en los actuales acantilados de Santorini, que son las paredes de la antigua caldera. Todo quedó sepultado: personas, edificios y prácticamente todo ser vivo.
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