Una de las grandes preguntas de la historia de la humanidad es aquella que indaga sobre la libertad o el determinismo de la existencia humana y el universo. Existen diversas maneras de entender esta cuestión. Una sugiere que todo el universo está concatenado por la causalidad hasta el punto de que si conociéramos en un momento dado del tiempo las posiciones y velocidades de todas las partículas del universo, podríamos calcular su comportamiento en cualquier otro momento del tiempo. Esto hizo que Laplace le dijera a Napoleón, que no veía a Dios figurar en ninguna parte de su sistema: «No tengo necesidad de esa hipótesis». Una vez echado a andar el universo, o en palabras de Stephen Hawking, una vez que hubiera soplado el fuego a las ecuaciones, no era necesaria la participación de Dios. El universo corría solo, como un perfecto reloj suizo. De aquí luego la famosa frase de Einstein, «Dios no juega a los dados», el universo es racional y está gobernado por leyes exactas que hacen posibles predicciones y en última instancia determinan nuestros destinos individuales.
Einstein encontró cierto sosiego en la visión determinista del universo y en uno de sus escritos cita a Schopenhauer: «Un hombre puede hacer lo que quiere pero no puede querer lo que quiere», una frase un tanto enigmática que le sirvió a Einstein de consuelo, pues según él, le hizo relajarse y tomar las cosas con humor, pues a fin de cuentas él no estaba al mando de su vida, había una «voluntad», ciega pero perfectamente inteligente, (la naturaleza misma, el «Dios de Spinoza») moviendo el cosmos legítimamente. Schopenhauer en El mundo como voluntad y representación escribió: «ni un hombre puede obrar de otra manera a como lo ha hecho y ninguna verdad es más cierta que ésta, que todo cuanto ocurre, sea pequeño o grande, ocurre necesariamente por completo.» El estado de las cosas está determinado por lo que acaba de suceder, dice Schopenhauer, por lo cual todos los sucesos, a fin de cuentas, fueron determinados ya por el primer suceso en la cadena causal. Pues ese primer estado de las cosas, arbitrariamente estipulado, habría determinado y fijado irrevocablemente en su origen al estado que le sucede a continuación, tanto en el conjunto como en los más mínimos detalles, este segundo haría lo propio con el siguiente y así sucesivamente, por los siglos de los siglos…». Si se quiere mantener un universo completamente causal, sin la posible intervención de una divinidad o una inteligencia trascendente, en cierta forma hay que abandonar la idea de la libertad.
Otra carta para la visión determinista de la realidad es la barajada por los experimentos de Benjamin Libet. En su famoso estudio de 1983 Libet pidió a varios voluntarios que apretaran un botón en el momento en el que ellos así lo quisieran, mientras miraban un reloj especial que les permitía observar el tiempo con mucha precisión. Comúnmente la personas pensaban que estaban decidiendo apretar el botón 200 milisegundos antes de que sus manos se movieran –sin embargo, los electrodos revelaron que la actividad en el cerebro que controla el movimiento ocurre 350 milisegundos antes de que se tome una decisión, lo cual sugiere que nuestra mente inconsciente es la que lleva el mando y «decide» cuándo apretar el botón. Algunas personas han visto este experimento como una prueba de que no somos libres, hay una determinación electromagnética en nuestros actos de la cual no somos consciente. El libre albedrío sería un ilusión post-hoc generada por el cerebro.
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