Por más que a veces querremos pensar otra cosa, lo más probable es que la vida no tenga un propósito definido. Las investigaciones admirables de Charles Darwin y Gregor Mendel (entre otros varios) hicieron ver al ser humano que la vida simplemente surgió en algún momento del desarrollo de este planeta, por azar e inexplicablemente, que después se abrió paso y persistió, pero sin ningún tipo de propósito ulterior o plan definido. Si acaso, a juzgar por lo ocurrido entre los primeros organismos unicelulares con vida, todo lo que pasó después y todo lo que vemos ahora, podría decirse que el único objetivo de la vida es conservarse. Esto no es poco, pero no parece existir evidencia material u objetiva que permita ir más allá. Quedémonos pues con eso, que ya es suficiente: la vida busca preservarse.
La conciencia humana es en este sentido parecida. Aunque como especie hemos creado una imagen de nosotros mismos valiosa y grandilocuente, lo más probable también es que nuestra cualidad más preciada sea fruto del accidente y el azar. Es cierto, es fruto de la evolución y sus mecanismos, y todo parece indicar que nuestra llamada “inteligencia superior” es el resultado de distintos factores acumulados a lo largo del tiempo y quizá de algún evento decisivo que cambió la historia de nuestra especie para siempre. Al intentar resolver ese misterio, una de las hipótesis contemporáneas más aceptadas parece indicar hacia la capacidad de los antepasados del Homo sapiens para, de entrada, formar grupos, después para ser capaces de manejar sociedades cada vez más numerosas, pero sobre todo para ser capaces de colaborar juntos en la consecución de un mismo objetivo.
Seguir leyendo ¿Y SI LA CONCIENCIA SE DESARROLLÓ EN NUESTRA ESPECIE PARA ESTE FIN?