Históricamente la exégesis bíblica sobre el tema de las relaciones hombre-mujer ha sido exclusivamente jerárquica. Solamente a partir de la última generación un número importante de exégetas han mantenido que las Escrituras enseñan igualdad y sumisión mutua en vez de jerarquía entre los dos sexos.
¿Se debe considerar que el abandono de una interpretación tradicionalista significa al mismo tiempo un abandono de la autoridad bíblica? Muchos evangélicos temen llegar a conclusiones diferentes de las que durante siglos se han mantenido, pensando que de alguna forma se está atentando contra la autoridad de las Escrituras.
Sin embargo, si estudiamos la historia de la exégesis, observamos que el abandono de la interpretación tradicional no siembre significó el abandono de la autoridad bíblica. Es el caso, por ejemplo, de la Reforma del siglo XVI y del movimiento abolicionista del siglo XIX.
En el caso concreto de la mujer, durante siglos se defendió que su status subordinado se basaba en su naturaleza inferior. Hoy día, los que defienden dicha subordinación la basan en el concepto de «igualdad esencial y diferenciación funcional», sin que por ello piensen que están atentando contra los supuestos hermenéuticos que usaban quienes defendían la inferioridad de la mujer estaban equivocados.
Así por ejemplo, Agustín de Hipona pensaba que la mujer sola por sí misma, no es la imagen de Dios. Para Tomás de Aquino, está de forma natural sujeta al hombre, porque en el hombre predomina la razón. Este concepto sobre la mujer no cambió con la llegada de la Reforma. Tanto Lutero como Calvino pensaban que la mujer era inferior al hombre. En palabras de éste último «las mujeres por naturaleza (esto es, por la ley natural de Dios) nacen para obedecer, porque todos los hombres sabios siempre han rechazado el gobierno de las mujeres, como monstruosidad contranatura».
Todos ellos estaban convencidos de que sus puntos de vista descansaban en bases bíblicas, sin darse cuenta de que sus propios horizontes culturales les habían conducido realmente a una exégesis errónea. La tradición, por tanto, no siempre nos deja los mejores ejemplos de exégesis.
Por otra parte, se puede pensar que actualmente también estamos influenciados por nuestro horizonte cultural, y por tanto, tener recelos ante los cambios que se están produciendo en la exégesis de los textos referentes a la relación hombre-mujer. Sin embargo, aunque eso es algo de lo que nadie está exento, también es posible que el horizonte cultural presente esté corrigiendo una interpretación errónea del pasado, debido a que dicho horizonte cultural se basaba en supuestos falsos. Por otra parte, a lo largo de la historia se han levantado voces a favor de la igualdad y la sumisión mutua en las relaciones hombre-mujer, en momentos en los que mantener dichas posturas era contrario a la posición que prevalecía en la sociedad (Katherine Zell, George Fox, Margaret Fell, William y Catherine Booth, Katherine C. Bushnell, etc.).
En realidad, hoy disponemos de unos conocimientos lingüísticos e históricos que nos ayudan a hacer una exégesis más exacta del texto bíblico, puesto que la exégesis no sólo depende del horizonte cultural del exégeta sino también del conocimiento que se tenga del horizonte cultural del propio texto. Por otra parte, es un error recurrir sólo a ciertos versículos a través de los cuales interpretar el resto de la Palabra, como se hace con frecuencia, en vez de recurrir a toda la información que corporativamente nos ofrecen las Escrituras. En muchos casos, los demás textos han sido desfigurados porque desde el primer momento se han examinado a través del prisma dogmático, forzándolos a decir solamente lo requerido por una determinada tradición teológica.
Una vez hechos estas reflexiones previas, pasemos al análisis de algunas de las interpretaciones que tradicionalmente se han usado para limitar el liderazgo de la mujer en la iglesia.
PRIORIDAD EN LA CREACIÓN
En primer lugar vamos a analizar lo que se ha venido en llamar la «prioridad de la Creación». De acuerdo con esta posición, Dios estableció la jerarquía hombre-mujer con anterioridad a la Caída, lo cual justifica la prioridad del liderazgo de los hombres en la iglesia, la familia y la sociedad, aunque en este último caso ya no se mantenga. (Sin embargo, a principios de siglo, en pleno movimiento sufragista, todavía se apelaba a las Escrituras para negar el voto a las mujeres, por considerar que su papel de subordinadas les impedía estar en paridad política con los hombres).
Del análisis de Génesis 1:26-28 podemos decir lo siguiente:
La designación «hombre» es un genérico para «seres humanos», que incluye tanto al hombre como a la mujer. Esto se ve todavía más claro en Génesis 5:2
A los dos se les asigna la tarea de señorear la tierra. Es por eso que el verbo en hebreo está en plural: «tengan potestad». La mujer no formaba parte de la creación sobre la cual el hombre iba a tener dominio. Ambos son igualmente autorizados por Dios para actuar como sus vice-regentes en la tarea de señorear la tierra.
Tanto el hombre como la mujer son portadores de la imagen de Dios, por lo que lo femenino refleja la imagen de Dios tanto como lo masculino.
Los llamados Padres de la Iglesia, aunque equivocados, al menos eran coherentes cuando postulaban que la naturaleza subordinada de la mujer le impedía simbolizar la excelencia de la imagen divina. Hoy día, sin embargo, los que defienden dicha subordinación mantienen que la mujer también es portadora de la imagen divina, pero en ese caso, ¿cómo puede ser uno subordinado al otro si los dos géneros están contenidos dentro de su Ser?
En este relato del proyecto creador de Dios no hay nada que indique que el propósito de la diferenciación sexual tuviera la intención de que una mitad de la humanidad gobernara a la otra mitad. Por otra parte, el hecho de que no se haga ninguna referencia a roles de autoridad entre el hombre y la mujer en un capítulo que está impregnado del concepto de organización jerárquica (el universo entero, desde las estrellas en el firmamento hasta los peces en el mar, es cuidadosamente organizado en una jerarquía de orden), indica que su relación era de igualdad y reciprocidad y que cualquier concepto de supremacía de uno sobre otro le es ajeno y no puede ser impuesto sobre él. Tal principio ni se menciona ni está implícito en el relato de la Creación.
Pasemos ahora a analizar el argumento de que Eva fue creada como «ayuda idónea» para él, y que tanto subordinada a él. Como el análisis lingüístico debe preceder siempre a la interpretación teológica, vamos a pasar, en primer lugar, al análisis de la palabra «ayuda».
La palabra «ayuda» aparece 21 veces en el Antiguo Testamento, y se usa generalmente para referirse a Dios cuando se encuentra ocupado en actividades de socorro, alivio, consuelo o redención entre su pueblo (Exodo 18:4: Deuteronomio 33:7, 26, 29; Salmos 33:20, etc…). Si el término «ayuda» implica necesariamente subordinación, en ese caso Dios se subordina a los seres humanos. En realidad, el término «ezer» significa etimológicamente «un poder o fuerza que puede salvar». La palabra viene de dos raíces, una que significa «rescatar», «salvar», y otra que significa «ser fuerte». Por lo tanto, el sacar de la palabra «ayuda», referida a Eva, el sentido de una persona subordinada contradice su uso constante en el Antiguo Testamento.
Por otra parte, el término hebreo «knegdwo», que en español traducimos como «idónea», en el original está formado por dos preposiciones y un pronombre. La primera preposición significa «igual», «como». La segunda significa «enfrente», en el sentido de uno que está en la presencia de otro como un igual. Por lo tanto, Eva sería, como Adán, de la misma clase y especie, alguien igual a él.
Es interesante notar cómo traduce este término la Septuaginta al griego. En el verso 18 usa la preposición «kata», que implica una comparación entre iguales, es decir, alguien colocado en otro lugar, ocupando la misma posición. En el verso 20 usa la palabra «homoios», que significa «igual en fuerza», «del mismo rango».
Por lo tanto, el hecho de que en español y otras lenguas, la expresión «ayuda idónea» pueda hacer referencia a personas subordinadas no debe hacernos caer en el error exegético de imponer al texto nuestro propio pensamiento.
Además, la creación de Eva no tuvo como objetivo principal resolver la soledad de Adán. En realidad respondía a una necesidad ontológica derivada de la misma naturaleza de Dios: lo femenino era también un aspecto de la «Imago Dei», por eso cuando en Génesis 1:26 se nos narra la solemne decisión divina de crear al género humano, la mujer ya formaba parte de ese plan.
Resumiendo, podemos decir que la teoría de que el hombre tiene que ejercer el liderazgo porque fue creado primero, no se puede deducir ni implícita ni explícitamente del relato de Génesis 1 y 2. La primacía temporal por sí misma no confiere un rango superior. En ese caso, los animales deberían señorearse de los humanos, ya que fueron creados primero. Por otra parte, una aplicación honesta de dicha teoría requeriría que ningún hombre, excepto los primogénitos, tuvieran posición de liderazgo sobre sus hermanos en la iglesia y en la familia.
En los textos de la creación está visiblemente ausente cualquier referencia a un mandato divino en el sentido de que el hombre ejerza autoridad sobre la mujer. Si tal estructura hubiera formado parte del propósito de Dios, habría sido claramente ordenado como en los otros casos. La total ausencia de tal comisión indica que no formaba parte de la intención de Dios, por lo que antes de la Caída ambos disfrutaron de una relación de completa igualdad.
PRIORIDAD DE CULPA
Los exégetas que mantienen una posición jerárquica en las relaciones hombre-mujer, mantienen que la Caída se produjo no sólo por la desobediencia a la orden divina, sino también porque la relación señalada por Dios entre los dos sexos fue violada. La conclusión es que sólo puede haber desastre cuando el orden establecido por Dios se viola.
Esta interpretación presenta varios problemas:
- Si con anterioridad a la Caída ya existía una relación jerárquica, ¿por qué la maldición para la mujer consistió en que el hombre se enseñorease de ella?
2. Si el pecado de Eva hubiera sido la usurpación del liderazgo masculino, lo lógico es que hubiera sido recriminada por ello. Dios pide cuentas a Eva por haber desobedecido la orden, pero no por haber tomado la iniciativa.
- Si la consecuencia de la violación del orden establecido por Dios es el desastre, ¿cómo es que a lo largo de la Biblia aparecen mujeres que asumieron posiciones de liderazgo tanto a nivel familiar, como político, como religioso y no provocaron ningún desastre, sino todo lo contrario; fueron de bendición para su familia, liberaron al pueblo de la opresión de sus enemigos e iniciaron un avivamiento espiritual?
Del relato de Génesis 3 no se puede deducir que hubiera ninguna relación jerárquica entre Adán y Eva con anterioridad la Caída. La relación de subordinación empezó como consecuencia de la misma, pero no formaba parte de los planes originarios de Dios en la Creación. En realidad en el versículo 16 se está haciendo una descripción de lo que va a ocurrir como consecuencia del pecado y no una prescripción, ya que en las lenguas semíticas el futuro, como el aoristo, nunca implica un sentido de obligación. Por otra parte, si Génesis 3:16 describiera los efectos de la Caída como regla normativa a seguir, igualmente deberíamos promover el pecado y la muerte, puesto que también fueron consecuencias de la Caída.
En este punto puede resultar interesante saber cómo interpretó Jesús el relato de la creación. Es importante notar que no mencionó para nada el principio de jerarquía, y sí de igualdad. Cuando Jesús respondió a la pregunta de los fariseos sobre el divorcio (Mateo 19:3-10), no basó su enseñanza ni en la Caída ni en el Antiguo Pacto, sino que la basa en el ideal de la Creación. El marco de referencia que usó para la definición de las relaciones hombre-mujer fue el relato de Génesis 1 y 2. Génesis 3 y sus consecuencias debían ser vistas como desviaciones del modelo original. Por tanto, la nueva comunidad establecida por Jesús, lo normativo es el modelo de la Creación, quedando abrogada la estructura jerárquica que se había derivado de la Caída.
Para los exégetas que defienden la subordinación de la mujer, la redención no alteró la relación hombre-mujer, porque dicha relación fue establecida antes de la Caída, aunque tal conclusión no se desprenda ni del relato de la Creación, ni de la interpretación que Jesús hizo del mismo.
EL LIDERAZGO DE LA MUJER
Los exégetas que defienden que la subordinación de la mujer fue establecida en la Creación, mantienen que las Escrituras enseñan que el gobierno, el liderazgo, la responsabilidad y la iniciativa recaen sobre los hombres y que la mujer debe seguir, obedecer y depender de él en sus decisiones y actuaciones para no caer en el error de Eva. Según estos exégetas, Eva fue engañada y en su decepción asumió el liderazgo sobre Adán. Tan catastrófico fue el efecto de ese acto que nunca más, por determinación divina, se le permitiría asumir ninguna posición de liderazgo sobre el hombre. Vayamos a las Escrituras para comprobar si esto es así.
1. El liderazgo de la mujer en el Antiguo Testamento.
Cuando leemos el Antiguo Testamento observamos que hubo mujeres que asumieron posiciones de liderazgo, tanto en la vida religiosa, como en la civil, como en la familiar.
El ministerio profético era la más alta función religiosa en el Antiguo Pacto. El pueblo hablaba a Dios a través del sacerdote, pero Dios hablaba al pueblo a través del profeta. Entre estos profetas se cita a María, que había sido nombrada por Dios como líder sobre Israel, junto con Moisés y Aarón, según leemos en Miqueas 6:4.
También se menciona a Hulda, profetisa que ejerció su ministerio durante el reinado de Josías (2ª Crónicas 34). Esta mujer fue usada por Dios para enseñar su voluntad a un rey, a un Sumo Sacerdote y a todo un pueblo, promoviendo una reforma religiosa de gran alcance.
El Antiguo Testamento relata, además, la vida de varias mujeres que alteraron el curso de la historia: entre ellas, Ester y, especialmente, Débora a quien se nos presentó en su doble condición de profetisa y juez. El pueblo estaba haciendo frente a tres clases de dificultades: desintegración religiosa, derrota militar y falta de liderazgo político adecuado para resolver los problemas del pueblo. La respuesta de Dios a su clamor, en una sociedad patriarcal, fue una mujer. Como profetisa ella asumió el liderazgo espiritual y como juez ejerció poder político y judicial. Bajo su mandato el pueblo de Israel gozó de 40 años de paz.
El Antiguo Testamento también muestra ejemplos de esposas que ejercieron el liderazgo en el gobierno de su familia. En el primer caso, vemos nada menos que a Dios diciéndole a Abraham que, en contra de lo que era su opinión, hiciera caso de lo que Sara le decía en cuanto a su hijo Ismael (Génesis 21:9-12).
Otro ejemplo lo tenemos en el caso de los padres de Sansón. Cuando el Ángel del Señor se aparece para anunciar el nacimiento de un niño que liberará al pueblo de Israel, no lo hace al padre, sino a la madre. ¿Por qué Dios no transmitió un mensaje tan importante al que se suponía que era el líder espiritual de la familia? A lo largo del diálogo se aprecia que Manoa era el menos preparado de los dos, tanto a nivel de conocimiento, como de madurez espiritual y es por eso que Dios se dirige a ella, que es la mejor preparada para asumir dicho mensaje.
Encontramos también el caso de una mujer que se negó a aceptar la decisión de su marido y tomó otra opuesta a la de él, con la bendición de Dios. Se trata de Abigail. En el relato no se presenta como algo reprobable la actuación de Abigail, contraviniendo las órdenes de su marido. Por el contrario, David vio en ello la mano de Dios.
Estos ejemplos arrojan serias dudas sobre la teoría de que la mujer no puede asumir el liderazgo, por imperativo divino. En las Escrituras no encontramos la desaprobación de Dios, ni su condena, a la actuación de mujeres que ejercieron posiciones de liderazgo, ya fuera en la familia, en la vida civil o en la esfera religiosa.
2. El liderazgo de la mujer en el Nuevo Testamento
Pasemos ahora al Nuevo Testamento, donde una lectura androcéntrica y una exégesis, en muchos casos incorrecta, ha dejado en el anonimato a muchas mujeres que ejercieron labores de liderazgo.
Uno de los ejemplos más llamativos quizá sea el de Junia, a quien Pablo menciona en Romanos 16:7, donde la saluda junto a Andrónico, diciendo que «son muy estimados entre los apóstoles». A lo largo de los siglos se ha pretendido convertir a Junia en varón, por considerar que una persona que hubiera ejercido tal autoridad en la iglesia primitiva no podía ser mujer. Sin embargo, tanto Orígenes, que vivió al final del siglo II, como Jerónimo y Juan Crisóstomo, que vivieron en el siglo IV, en sus comentarios la consideran como una mujer. El primer comentarista que la consideró como hombre fue Aegidus de Roma, hacia finales del siglo XIII.
Por otra parte, Junia es un nombre latino de mujer, por lo que aquellos que la convirtieron en hombre le añadieron una «s» al final y concluyeron que era un diminutivo de Junianus. El único problema es que en latín los diminutivos se hacen alargando el nombre y no reduciéndolo. Además, si tal fuera el caso, se encontrarían en fuentes extrabíblicas varones con este nombre, cosa que no ocurre. Lo que sí se encuentran son casos de mujeres que llevaban el nombre de Junia.
Afortunadamente, en la actualidad son pocos los exégetas que siguen manteniendo que Junia fuera un hombre, aunque la mayoría de ellos no llegan a asumir las implicaciones practicas que tal afirmación tiene, por ejemplo, en el tema del liderazgo de la mujer en la iglesia, convirtiendo tal descubrimiento en un puro ejercicio de erudición bíblica, en vez de aceptar esa realidad pasada como cuestionadora de la realidad presente.
Otro ejemplo de cómo se ha querido ensombrecer el papel que las mujeres tuvieron en la iglesia primitiva, en este caso negando la importancia de su liderazgo, es el de Febe, la portadora de la carta de Pablo a la iglesia de Roma. Pablo usa dos palabras para describirla: «diakonos» y «prostátis».
La primera palabra «diakonos», que aparece en masculino, cuando Pablo la usa para referirse a sí mismo o a otros como Timoteo, Epafras o Apolos, la mayoría de los intérpretes traducen la palabra como «ministros» dedicados a la obra de predicación y enseñanza de la Palabra. Sin embargo, para algunos, simplemente porque Febe es una mujer, no puede ser llamada «ministro», aunque no hay ningún argumento lingüístico para hacer distinciones entre ella y otros ministros varones.
El concepto de diácono o diaconisa como persona que hace un trabajo principalmente de carácter social y administrativo, formando una orden menor dentro de la jerarquía ministerial, no existía en aquel momento. Fue a partir del siglo II, cuando aparece lo que se llama el episcopado monárquico, es decir, el gobierno de una iglesia por un solo obispo, que escogía al clero subordinado, formado por presbíteros y diáconos. Tanto Ignacio de Antioquía, a principios del siglo, como Hipólito, al final del mismo, no justificaban sus ideas por mandamientos del Señor o por autoridad bíblica, lo mismo que Jerónimo, para quien el episcopado jerárquico es el resultado de la costumbre, pero no de la revelación.
Por tanto, pensar en Febe como diaconisa encargada de asuntos de carácter social, como visitar a los enfermos, o ayudar en la distribución de alimentos, es minimizar su ministerio, proyectando de manera inconsciente al siglo primero las tareas ejercidas por las diaconisas en siglos posteriores.
Es interesante, además, analizar otro de los términos aplicados por Pablo a Febe: «prostátis». Esta palabra significa «alguien que se pone al frente, alguien que preside». Tanto en la literatura extrabíblica como en todo el Nuevo Testamento, esta palabra se usa para hacer referencia a alguien que está ejerciendo una posición de autoridad, y no labores secundarias. Pablo usa la forma verbal de esta palabra para describir a los que dirigen y presiden la congregación (1ª Tesalonicenses 5:12; Romanos 12:8; 1ª Timoteo 5:17). Los Padres de la Iglesia usaban la forma masculina de «prostátis» para describir a aquellos que presidían en la comunión. Josefo la usa para referirse al líder de una nación, una tribu o una región.
Por otra parte, cuando en 1ª de Timoteo se mencionan los requisitos de los diáconos, llama la atención que sean prácticamente los mismos que los de los ancianos, por lo que se puede concluir que sus funciones estaban muy relacionadas. De estos requisitos hay dos que indican función. El primero es el don de guiar («gobiernen bien sus hijos y sus casas»). El segundo, se descuida generalmente. Tiene que «guardar el misterio de la fe». La palabra guardar es la traducción de la palabra griega «exeinti», que se usaba para designar a una persona a quien se le encargaba algo, a quien le incumbía el llevarlo, observarlo, ejecutarlo y cumplirlo. Es decir, el diácono no sólo tenía que conocer y comprender el evangelio y el plan de salvación, sino que también tenía una parte importante en su proclamación al mundo. Esto se hace más claro en la última característica mencionada: «gran confianza en la fe». La palabra «parresía» que la Reina-Valera traduce como «confianza» significa «facilidad de palabra». También puede significar «hablar en público» (Juan 18:20), características que son más apropiadas para aquellos que se dedican al ministerio de la predicación y enseñanza, que a tareas sociales o administrativas.
Por tanto, en la iglesia primitiva el/la «diakonos» no era una persona dedicada a dichas tareas. La jerarquización que hoy conocemos por la que el diácono o la diaconisa en la práctica es menor, por ejemplo, que el anciano, no existe ni tiene fundamento en el Nuevo Testamento. Es interesante que Pablo usa indistintamente el término anciano y obispo. Esta última palabra significa literalmente «el que preside o supervisa» y para referirse a Febe usa la palabra «prostates», que significa «el que está al frente, preside o dirige», y «diakonos», que significa «ministro». Es evidente que todos estos términos estaban relacionados. Si el hecho de que Pablo use algunos de estos términos para referirse a una mujer choca con otros textos del mismo apóstol que parecen restringir el ministerio de la mujer en la iglesia, esto nos obliga a comprobar si la exégesis de dichos textos es correcta puesto que la Palabra no puede contradecirse.
En realidad, no hay ningún argumento lingüístico para hacer distinciones entre Febe y otros «ministros» varones, por lo que los traductores y exégetas que le niegan tal derecho, están imponiendo una interpretación teológica al texto, que por ser más deductiva que inductiva tiene el peligro de alejarse de la verdad. Tal reflexión siempre debe hacerse con posterioridad al análisis lingüístico, al del contexto, al de los pasajes paralelos y al del fondo histórico, y no con anterioridad.
El caso de Febe, como mujer que ejercía funciones ministeriales relacionadas con la predicación de la Palabra y la enseñanza, no era una excepción. Veamos en primer lugar el caso de Priscila. Pablo usa la palabra «sunergon» para referirse a ella y a Aquila, su marido. Esta palabra, que se suele traducir como «colaborador» la usa también para referirse a Timoteo, Silas, Apolos, Tito, Epafrodito, etc.
La palabra «sunergon» puede significar simplemente «ayudante» si se usa en el caso dativo. Pero en el caso genitivo, que Pablo siempre usa para referirse a estas personas, significa «alguien del mismo oficio». Por tanto, para Pablo el colaborador es más que un ayudante, es alguien que él considera un colega situado en una posición de autoridad similar a la suya propia. Y Pablo llama a Priscila «sunergon», con lo cual podemos decir que la está considerando una colega, alguien en su misma posición.
En 1ª Corintios 16:16 Pablo dice algo más sobre estas personas: «Os ruego que os sujetéis a todos los que ayudan (sunergonti) y trabajan». Por tanto, Priscila, que es una «sunergon», es alguien a quien otros deben someterse. Es lo que hizo Apolos cuando Priscila lo instruyó en las cuestiones doctrinales que desconocía, a pesar de ser un varón elocuente y poderoso en las Escrituras.
La sujeción que Pablo demanda no es la obediencia debida a un superior jerárquico, derivada de la misma naturaleza desigual de dicha relación, sino que es la aceptación voluntaria de los criterios de aquellos que «ayudan y trabajan», independientemente de sí son hombres o mujeres, porque no es la propia naturaleza del hecho, es decir, el ser líder o el ser varón, que determina el que otros se sujeten a ellos, sino el deseo voluntario de proponerse a la consideración de otra persona, puesta allí por Dios para su perfeccionamiento. Así lo entendió Apolos.
Pablo menciona también a cuatro mujeres que trabajaban en la obra del Señor: María, Trifena, Trifos y Pérsida (Romanos 16:6,12). El verbo que usa Pablo para referirse a estas mujeres es «kopiao». Pablo recomienda a los Corintios, como hemos visto anteriormente, que se sujeten a personas como ellos, es decir, a los que ayudan y trabajan (kopiounti).
En 1ª Tesalonicenses 5:12 vuelve a insistir en la misma idea: «Os ruego, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan (kopiountas) entre vosotros y os presiden en el Señor y os amonestan». Es decir, los que «trabajan» son los que están dedicados al ministerio, son los que presiden y amonestan, y son personas a quienes hay que sujetarse y reconocer. Entre estas personas Pablo menciona a estas cuatro mujeres.
¿Por qué, entonces, las mujeres hoy día no pueden predicar, si el primer mensaje del cristianismo fue encomendado a mujeres directamente por Jesús, si en la iglesia primitiva podían profetizar, lo mismo que en el Antiguo Pacto, si estaban al frente de iglesias, y el apóstol Pablo las consideraba sus colegas en el ministerio? ¿Por qué hoy día no pueden ejercer posiciones de liderazgo si tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento vemos ejemplos de mujeres que fueron puestas en esa posición por Dios mismo, al concederle los dones necesarios?
ALGUNOS TEXTOS CLAVES: 1ª CORINTIOS Y 1ª TIMOTEO.
Pasemos ahora al estudio de aquellos textos que tradicionalmente se han usado para apoyar la posición de subordinación de la mujer y, por tanto, limitar su ministerio dentro de la iglesia. Muchos de estos textos están llenos de notorias dificultades exegéticas. Sin embargo, estas dificultades nunca han sido un obstáculo para que se hayan usado a modo de prisma a través del cual interpretar todos los demás, aunque de acuerdo con el principio de analogía de la fe, todo pasaje, en especial si es oscuro, ha de examinarse a la luz de los demás, presididos por los más claros y recurriendo a todos los datos que nos ofrece la Escritura.
1ª Corintios 11 y 14
En primer lugar vamos a analizar la exégesis que tradicionalmente se ha hecho de 1ª Corintios 11:2-16, y algunos de los problemas que plantea el interpretar este pasaje desde un punto de vista jerárquico, como si Dios estuviera estableciendo una cadena de mando.
Un escritor inspirado como Pablo sabe exactamente cómo describir una jerarquía en una escala de importancia decreciente. Si estuviera describiendo una cadena de mando, es evidente que trastocó el orden de dicha jerarquía de poder. Empieza con Cristo-hombre, lo cual en una jerarquía de poder estaría en segundo lugar, continúa con hombre-mujer, lo cual estaría en tercer lugar, y termina con Dios-Cristo, que debería estar en primera posición.
Si entendemos que la palabra «cabeza» significa «autoridad» encontramos otro problema, si cabe más grave. Pablo dice que «Dios es la cabeza de Cristo», con lo cual debemos concluir, al estar el verbo en forma presente, que antes de su encarnación, durante la misma, y en estos momentos, después de su resurrección y ascensión, Cristo continúa bajo la autoridad de Dios. Aunque los que defienden el sentido de autoridad para la palabra «cabeza», en el caso de Cristo, normalmente lo interpretan como referencia a su voluntaria sumisión durante su encarnación, eso requeriría que el verbo estuviera en pasado.
Creemos que el sentido de este texto ha sido desfigurado porque desde el primer momento se ha examinado a través de la interpretación dogmática. Así, una idea teológica previa ha producido una interpretación acrítica del texto, obligándosele a decir lo que su autor no tenía en mente cuando lo escribió. Sin embargo, la verdadera exégesis consiste en que el exégeta saque del texto el pensamiento del autor y no al revés. Por ello, el análisis lingüístico debe preceder a la interpretación teológica.
La palabra «kefalé» era usada en el mundo secular y religioso griego con el significado de «fuente» u «origen», y no con el de «gobernante». Este hecho lo confirma la traducción al griego del texto hebreo del Antiguo Testamento conocido como la Septuaginta. La palabra hebrea para cabeza «ros», comúnmente usada para líder o gobernante, es traducida al griego por otra palabra diferente a «kefalé» más de 150 veces.
Otra constatación de que en griego no se usaba esta palabra en el sentido de autoridad, la tenemos cuando analizamos las palabras que aparecen en el Nuevo Testamento para referirse a personas que estaban en posiciones de autoridad.
- En general, se una la palabra «arché» o «hegemon», y sus derivados. En ningún caso se menciona el término «kefalé».
- Para hablar del «cabeza de familia» se una la palabra «oikodespotes» (Lucas 13:25; 22:11). Es interesante notar que Pablo usa la forma verbal de esta palabra cuando recomienda a las viudas jóvenes que se casen, críen hijos y «gobiernen su casa» (1ª Timoteo 5:14), con lo cual vemos que para Pablo, el «gobierno» no era algo exclusivo de los hombres. El verbo significa «ser cabeza o guía de una familia» y lo aplica tanto a hombres como a mujeres.
Por otra parte, cuando Pablo habla de los dones espirituales en 1ª Corintios 12, comparándolos con las diferentes partes del cuerpo, no le da ninguna connotación especial a la cabeza, a la que cita como una parte más del mismo, comparándola con los pies. Si Pablo hubiera entendido el término cabeza como hoy lo entienden quienes hacen una interpretación jerárquica del mismo, no lo habría puesto como un ejemplo más para enseñar el concepto de diversidad dentro de la unidad. Cita, además, el ojo y la oreja como partes del cuerpo, con lo cual es evidente que para él la cabeza no era una parte diferente del cuerpo dotada de una capacidad rectora, y que cuando atribuye a Cristo el término «cabeza» no lo entendía en sentido jerárquico sino de origen. Cristo es el origen del cuerpo, que incluye la cabeza como parte del mismo, que es la iglesia.
Es interesante también analizar otros textos donde aparece la palabra «kefalé» para determinar su sentido. Por ejemplo, la expresión «Kefalé gonias» que se suele traducir como «piedra angular» (Mateo 21; 42; Marcos 12:10; Hechos 4:11; 1ª Pedro 2:7). Esta expresión hace referencia a la parte de los cimientos del edificio, de donde éste surge y se fundamenta. La yuxtaposición de «fundamento» y «piedra angular» en Efesios 2:20 confirma la idea de que en griego la palabra «kefalé» se usaba en el sentido de «origen» y no de «autoridad».
En realidad, la única ocasión en que aparece la palabra «autoridad» en este pasaje es para hablar de la autoridad de la mujer (verso 10). El término usado es «exousia», que aparece 103 veces en el Nuevo Testamento, siempre en voz activa, con lo cual la expresión «tener autoridad sobre» no se refiere nunca a una autoridad externa diferente del sujeto de la oración. Su significado es claro en todos los casos (Marcos 6:7; Lucas 19:17; Apocalipsis 2:26, etc.), excepto en este texto, donde la mujer, que es el sujeto, no es la que ejerce la autoridad, sino que es objeto de dicha autoridad. La única razón para entenderlo así, no es el análisis lingüístico del término, sino el supuesto previo de que la mujer no puede ejercer ningún tipo de autoridad, ni siquiera sobre ella misma.
En realidad, el tema en estos versos no es el diferente status de hombres y mujeres en términos de señorío y sumisión, pues tanto el hombre como la mujer se describen ejerciendo el mismo ministerio al profetizar (versos 4 y 5). Si Pablo hubiera querido enseñar la subordinación de la mujer en virtud de la primacía del hombre en la creación, lo propio habría sido prohibir a la mujer el ejercicio del liderazgo al profetizar. El profetizar era el segundo ministerio en cuanto a autoridad, como aparece definido en el Nuevo Testamento. Era un rol difícilmente aplicable a los miembros subordinados de la congregación. El hecho de que Pablo no haga tal prohibición indica que la subordinación no es el tema de este pasaje.
El tema no son los diferentes roles de hombres y mujeres, sino el protocolo en la adoración. Pablo probablemente quiere combatir ciertos conceptos que estaban arraigados en la sociedad corintia, debido a la práctica existente en ciertos cultos paganos de cambio ritual de sexo, como en los cultos a Cibeles y a Dionisos. Pablo no quiere que se confunda la nueva libertad en Cristo, donde ya no hay ni judío ni gentil, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, con este cambio ritual de sexos practicados por los paganos.
Por otra parte, también quiere dejar claro que la mujer no es un ser inferior ni maligno, como defendían los filósofos de la época. En el contexto de una iglesia formada por personas que tenían arraigadas estas creencias, las afirmaciones de Pablo en este pasaje van encaminadas a afirmar la común humanidad de hombres y mujeres. La mujer fue formada de la misma sustancia que el hombre y compartía las mismas cualidades, sin menoscabo de las diferencias externas que a ambos caracterizaban y cuya desaparición resultaban indecorosas.
Para Pablo, el estado de descontrol y desorden que reinaba en la iglesia de Corinto, podía provocar confusión si un desconocido entraba durante la celebración del culto, porque podía pensar que estaban bajo la misma locura de los que adoraban a Dionisos. Por otra parte, la mayoría de las mujeres, tanto judías como gentiles, no recibían instrucción religiosa, por lo que era normal que durante los cultos preguntaran cuando no entendían lo que estaba sucediendo, creando mayor confusión todavía. Es en este contexto que hay que entender el capítulo 14 de 1ª de Corintios. A tres grupos diferentes les pide que guarden silencio: a los que hablan en lenguas sin que haya un intérprete, a los que profetizan al mismo tiempo, y a las mujeres. En los dos últimos casos Pablo les exhorta al autocontrol (versículos 32 y 34), usando el mismo verbo «hupotasso», que en voz media indica que la persona realice la acción sobre sí misma. Esta idea normalmente aparece en las traducciones del verso 32, pero no así en las del 34. ¿Cómo es posible traducir el mismo verbo de forma tan diferente cuando se refiere a las mujeres? La única explicación es que el traductor está imponiendo sobre el texto sus supuestos teológicos. Literalmente el texto dice: «que las mujeres se controlen a sí mismas, como la ley dice».
Los eruditos bíblicos han tratado de encontrar tal ley en el Antiguo Testamento o en la tradición judía, sin conseguirlo. La razón es que Pablo no está aludiendo a la Ley con mayúscula, como traduce la Reina-Valera. Sería inconcebible que Pablo, el gran defensor de la gracia frente a la ley, acudiera a hora a ella. Pero, además, es que no hay ni un solo texto en el Antiguo Testamento que afirme tal cosa.
En realidad, parece que Pablo estaba haciendo referencia a la ley civil de la sociedad Greco-Romana, que ponía límites a los excesos de ciertas prácticas religiosas, especialmente llevadas a cabo por mujeres. Algún culto, como el de Isis, era considerado políticamente como peligroso, ya que proclamaba la igualdad entre hombres y mujeres, algo que socavaba los fundamentos de la sociedad de la época. El Senado Romano también tomó acciones en contra del culto a Dionisos, uno de los más populares entre las mujeres, que a veces usaban la religión como un medio de protesta y de hostilidad hacia los hombres. Se entiende, por tanto, el interés de Pablo porque las reuniones de los cristianos no pudieran confundirse con estos cultos, incumpliendo las leyes y provocando escándalo. Y en este contexto hay que entender este pasaje.
De ninguna de las maneras puede significar que las mujeres debían abstenerse de ministrar con sus dones en la iglesia, puesto que en el capítulo 11 habla del atuendo adecuado para aquellas que oran o profetizan en la iglesia. En el capítulo 14, verso 34, posiblemente está exhortando al autocontrol a aquellas mujeres que proferían gritos sagrados al estilo de sus religiones de origen. El verbo «laleo» que aquí se traduce como «hablar», puede ser usado para hacer cualquier tipo de ruido y es usado repetidamente en este capítulo para describir palabras incomprensibles (verso 9). En el verso 35 puede estar haciendo referencia a las conversaciones privadas de las mujeres durante cultos o ceremonias donde no entendían lo que estaba sucediendo. Por eso dice Pablo que pregunten a sus maridos en casa.
En realidad, Pablo rompe aquí una lanza a favor de las mujeres, a quienes considera capaces de autocontrol y con derecho a ser instruidas, cosa que les negaba la sociedad de su época. Él aboga porque pregunten y aprendan, aunque de forma que no alteren el orden en los cultos. El guardar silencio no significaba necesariamente abstenerse por completo de hablar, sino prestar atención a lo que otra persona estaba diciendo, como se puede apreciar en Hechos 12:17; 15:12,13; 21:40; 22:2. El «guardar silencio» de 1ª Corintios 14:34 no significa, por tanto, que las mujeres estén excluidas del liderazgo espiritual.
1ª Timoteo 2:8-15
Este pasaje, especialmente el verso 12, es el más usado para negar a las mujeres la posibilidad de ejercer el ministerio de enseñanza en la iglesia. Es interesante notar que se trata de la única doctrina importante de la Biblia que se basa en un solo versículo, y que la comprensión de este verso depende fundamentalmente de la traducción de un solo verbo, cuyo significado no está claro, y que es usado una sola vez en todo el Nuevo Testamento. Esto, sin embargo, no es obstáculo para que muchos interpreten todos los pasajes que hablan del ministerio de la mujer a través de la óptica de este verso.
Veamos algunos de los problemas que plantea la interpretación tradicional:
Ya hemos visto que a lo largo de la Biblia aparecen mujeres en posición de liderazgo, con la bendición de Dios, y el reconocimiento de los que las rodeaban.
Si se interpretan los versos 13 y 14 en el sentido de que la superioridad del hombre procede del hecho de haber sido creado primero, como hemos visto anteriormente, el texto de la creación no le da ninguna significación a este hecho. El relato de Génesis muestra que tanto el hombre como la mujer fueron comisionados igualmente por Dios para ejercer dominio sobre la tierra, sin ninguna referencia a la existencia de roles jerárquicos entre ellos.
Si la razón para la prohibición es que las mujeres, como Eva, son crédulas y fácilmente engañables, por lo que no deben enseñar o dirigir, este argumento no se sostiene, ya que en momentos cruciales de la historia del pueblo de Dios, surgieron una serie de mujeres que hicieron frente a problemas que los hombres no habían sabido solucionar (1ª Samuel 25:3-35; 2ª Samuel 14:2-23; 20:16-22; Jueces 4; Ester 8:17; 9:11-12; 29-32). Por otra parte, supondría sostener que la mujer, por naturaleza, es inferior.
Interpretar este pasaje en el sentido de que las mujeres deben continuar siendo castigadas por el pecado de Eva, representa una seria contradicción teológica. De acuerdo con 1ª Juan 1:9 «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad», por lo que esto afecta a todos los redimidos por la sangre de Cristo, y no sólo a la mitad de los mismos. Por otra parte, ¿por qué los hombres no son responsables del pecado de Adán, y las mujeres sí lo son por el de Eva? 1ª Timoteo 2:11-15 no puede ser, a la luz del resto de las Escrituras, un decreto de castigo perpetuo y universal para todas las mujeres.
Por último, el Nuevo Testamento enseña que «tenemos dones diferentes, según la gracia que nos es dada» (Romanos 12:6), no según el sexo.
En el caso que nos ocupa, creemos que el horizonte cultural del texto es fundamental para una exégesis correcta del mismo. Así, aunque generalmente se piensa que 1ª Timoteo fue escrita como un manual sobre gobierno eclesiástico para una iglesia que no era muy distinta de la nuestra, la realidad es diferente. 1ª Timoteo es una carta personal, dirigida a un joven ministro que se está enfrentando a una serie de problemas concretos en una iglesia concreta. Debido a que la carta hace referencia a problemas conocidos tanto por el escritor como por el receptor de la misma, éstos no se describen en su totalidad, lo cual dificulta la comprensión por parte del lector actual que tiene que inferirlos de las respuestas de Pablo, si quiere entender éstas últimas. De ahí la importancia de entender el contexto y las doctrinas falsas que algunos estaban difundiendo. Estas enseñanzas se caracterizaban por especulaciones inútiles y deseo de controversia (1ª Timoteo 1:4; 6:4; 2ª Timoteo 2:23), rechazo del matrimonio y abstinencia de ciertos alimentos (1ª Timoteo 4:3), prácticas inmorales (1ª Timoteo 4:2), dar mucha importancia a genealogías y mitos (1ª Timoteo 1:4; 3:9) y negar la resurrección del cuerpo (2ª Timoteo 2:18).
Todas estas creencias se ajustan bastante al Gnosticismo, movimiento religioso sincrético que tuvo sus primeras manifestaciones en el siglo I, y que floreció con esplendor en el siglo II. La mención que se hace en 1ª Timoteo 1:6; 6:20; y 2ª Timoteo 2:16 de discusiones inútiles, vana palabrería y los argumentos de la falsamente llamada ciencia («gnosis», de donde se deriva la palabra «gnosticismo»), es interesante porque los escritos Gnósticos están llenos de pensamientos ilógicos y de ideas sin sentido.
Pero si queremos encontrar el auténtico mensaje de este pasaje, debemos tener en cuenta una serie de consideraciones relacionadas no sólo con el contexto, sino también con la gramática y con los términos usados en el texto. En primer lugar, es importante notar el significado de la presencia o ausencia del artículo en este pasaje, ya que en griego la presencia del mismo indica identidad y la ausencia enfatiza la cualidad o el carácter.
En el verso 11 no hay artículo, con lo cual la mujer que no se está comportando correctamente, es la que debe «aprender en silencio con toda sujeción» (a Dios). Pablo está estableciendo en este verso la vía por la cual aquel tipo de mujer puede y debe ser restaurada. No es un mandato universal y atemporal.
En el verso 14 aparece el artículo delante de «mujer». Este uso del artículo, llamado de mención previa, hace referencia a Eva. Cuando no se interpreta correctamente este uso del artículo, la conclusión a la que se llega es que la mujer, por el simple hecho de serlo, es susceptible de ser engañada, y por lo tanto inferior al hombre. Es evidente que aquellos que entienden este texto en sentido genérico, pero al mismo tiempo no creen en la inferioridad de la mujer, están en clara contradicción.
Pasemos ahora a aun análisis más detallado del verso 11. Pablo exhorta aquí a las mujeres que tenían un comportamiento inadecuado a aprender en silencio, con toda sujeción. Esto que muchos han interpretado como algo denigratorio para la mujer, en realidad es todo lo contrario. Aunque en Deuteronomio 31:12 Moisés encomendó que se congregara a todo el pueblo, incluidas las mujeres, para enseñarles la Ley, con el paso del tiempo a las mujeres les fue vetado el aprender la Torah, y participar en las actividades que se celebraban en las sinagogas. La única esfera de la mujer era el hogar. Ahora Pablo, siguiendo el ejemplo de Jesús, exhorta a que las mujeres aprendan, algo que la mujer griega también tenía vetado. Este aprendizaje debía hacerse en silencio, porque es la actitud necesaria para cualquiera que esté aprendiendo. La palabra que se usa en griego, «besuchia», no significa refrenarse de hablar, sino que significa estar en quietud, la quietud necesaria para meditar o estudiar. Por eso, cuando Pablo le dice a las mujeres de la Iglesia de Corinto que guarden silencio, usa otro verbo, que es «sigao», ya que en este caso se trataba de abstenerse de hablar porque estaban interrumpiendo con sus preguntas.
En cuanto al sentido auténtico de la expresión «con toda sujeción», observamos, en primer lugar, que dicha sumisión, dado el contexto, no es al marido ni a los hombres en general, sino a los maestros, especialmente a Pablo y Timoteo. En vez de someterse a los falsos maestros deben hacerlo a aquellos que enseñan la sana doctrina. En segundo lugar, la ausencia del artículo indica otra cualidad de dicho aprendizaje. La palabra sujeción es la forma nominal del verbo «hupotassomai» que hace referencia a la disposición voluntaria de ser receptivo a las necesidades de los otros, en este caso la necesidad que tienen los maestros de comunicar sus enseñanzas sin ruidos molestos y con la debida atención.
Pasemos ahora al verso 12. Si entendemos que Pablo está prohibiendo a todas las mujeres el enseñar a cualquier hombre, encontraremos que esta interpretación se contradice con numerosos textos del mismo Pablo (2ª Timoteo 2:2; Colosenses 3:16; 1ª Corintios 14:3, 26, 31, etc.). Por otra parte, en las Cartas Pastorales el verbo «didaskein» se une en contextos que expresan o implican el contenido de la enseñanza, ya sea para hablar de la falsa doctrina, o de la enseñanza de la verdad. Si en el verso 12 se refiere a la enseñanza en general es la única vez que ocurre en las Pastorales. Por todo ello, debemos concluir que lo que está prohibiendo Pablo es que ciertas mujeres enseñen una doctrina errónea.
¿De qué doctrina se trata? La clave está en el tercer verbo que aparece en este verso, «authentein». El problema es que esta palabra aparece únicamente en este texto, y su significado varió con el paso del tiempo, con lo cual resulta realmente difícil saber su significado exacto en este contexto. Puede significar «usurpar, dominar, gobernar, ser responsable de un asesinato, proclamarse a sí mismo el autor u originador de algo, etc.». En el caso de que aquí significara «ejercer dominio sobre», Pablo no estaría haciendo otra cosa que recordarles las palabras de Jesús a sus discípulos cuando les exhorta a ser siervos en vez de «ejercer autoridad» unos sobre otros, como hacían los gobernantes de los gentiles (Mateo 20:25). En esta misma línea, Pedro amonesta a los ancianos que no apacienten a la grey de Dios como «teniendo señorío» sobre los que están bajo su cuidado (1ª Pedro 5:3). Se trataría, pues, de la enseñanza de un principio general, aplicado en este caso particular a las mujeres. En el verso 8, se da la circunstancia contraria, ya que se dirige de forma particular a los hombres, pero puede decirse que la enseñanza de orar sin ira ni contienda es de aplicación general.
El último verbo del verso 12 «einai en hesuchia», estar en quietud, en armonía, refuerza la idea de servicio que debe caracterizar las relaciones entre hermanos, sean del sexo que sean, en conformidad con las enseñanzas de Jesús. La enseñanza que se hacía ejerciendo dominio propiciaba ira y contienda.
Esta es una posible interpretación. Sin embargo, el verso siguiente, y especialmente su nexo de unión «gar», permite otra interpretación. «Gar» es una conjunción que, dependiendo del contexto, puede ser causal o explicativa. Tradicionalmente se le ha interpretado como causal (porque), resultando el verso 14, interpretado en clave de prioridad temporal y de prioridad de culpa, la causa por la cual las mujeres, en general, no pueden enseñar a los hombres ni ejercer liderazgo. Sin embargo, tal exégesis es totalmente contraria al relato de la Creación, como hemos visto, y se opone al resto de las Escrituras, por lo que es evidente que no se trata de una partícula causal. Por otra parte, esta partícula enlaza los versos 13, 14 y 15 con los anteriores, y su significado debe depender de la relación de éstos últimos con los versos 8 al 12, y no al revés.
Desde esta perspectiva, y considerando «gar» una partícula explicativa, y «authentein» en su acepción de «autor u originador», se entendería que lo que Pablo está prohibiendo es que la mujer enseñe o se proclame autora y originadora del hombre. En la zona de Asia Menor, lo femenino era considerado como la fuente de la vida. La Gran madre recibía diferentes nombres, uno de ellos era Artemisa, la diosa que se adoraba en Éfeso como Diana, cuyo templo era una de las siete maravillas del mundo. A veces se la identificaba también con Eva, a la que los mitos gnósticos consideraban como la que trajo la vida y el conocimiento a Adán. Por eso, el verso 13 puede entenderse como una refutación de dicha enseñanza. Se le prohibe a las mujeres que enseñen que la actividad femenina dio la vida al hombre, porque, de acuerdo con las Escrituras Adán fue creado primero. Por otra parte, Eva no trajo el conocimiento (gnosis), sino que, siendo engañada, cayó en transgresión.
Por lo tanto, los versos 13 y 14 no son la razón por la cual las mujeres no pueden ejercer el liderazgo, sino que se trata más bien de la refutación de una herejía ampliamente difundida en la zona por los mitos gnósticos o protognósticos que glorificaban a Eva. Esta interpretación, por otra parte, armoniza con otros ejemplos en los que Pablo primero indica la herejía y después la refuta: 1ª Corintios 15:12-57; 1ª Timoteo 4:3-5: 2ª Timoteo 2:17-19; Romanos 3:8.
CONCLUSIÓN
Para concluir, podemos decir que un estudio de todas las Escrituras y en especial de lo que Pablo realmente escribió, demuestra que él no relegó a la mujer a una posición de subordinación dentro de la iglesia. Él realmente desafió los roles sociales que desempeñaban las mujeres en su tiempo, y la filosofía y teología que los sustentaban. Sin embargo, sus palabras han sido interpretadas de forma que se usan para defender esos mismos roles. ¿Cómo pudo ocurrir tal cambio? Creemos que la respuesta está en el hecho de que la iglesia postapostólica interpretó sus escritos a través de la cultura y costumbres de su época. En un sentido, leyeron a Pablo a través de los ojos de Aristóteles, de Platón, de los Estoicos, etc., que veían en la mujer a un ser inferior, nacido para obedecer, necesitado de tutela e incapaz, por su propia naturaleza, de asumir ninguna actividad que implicara el ejercicio de autoridad o liderazgo.
Esto fue posible porque algunos de los llamados Padres de la Iglesia, como Orígenes, entendieron que la filosofía era sólo una preparación para el cristianismo. Su maestro, Clemente de Alejandría, sostenía que la filosofía era un don de Dios, concedido a los griegos, como la ley a los judíos. Su uso, según él, podía prestar importantes servicios al cristianismo. Con este criterio era posible trasladar toda la cultura greco-latina al cristianismo y convertir a éste en heredero de toda la cultura antigua, como en realidad sucedió.
Por otra parte, a los cristianos se les solía acusar de ser una secta secreta, que ponía en peligro la seguridad del Estado, que practicaba la magia, y toda clase de supersticiones, y cuyos adeptos eran personas vulgares, incapaces de razonar, de ahí que muchos de los Padres de la Iglesia pensaran que si el cristianismo quería captar la atención de los intelectuales y de la cultura pagana en general, debía asimilar la filosofía griega, por lo que empezaron a aplicar conceptos filosóficos a la hora de interpretar las Escrituras.
De esta forma, poco a poco, la teología cristiana fue produciendo una serie de interpretaciones que eran realmente paganas en sus asunciones. Por ejemplo, la mayoría de los Padres de la Iglesia, por influencia de los estoicos, que veían en la mujer el origen del mal, enseñaron que el matrimonio iba en detrimento de la vida espiritual. Agustín de Hipona y Jerónimo llegaron incluso a cuestionarse si una persona casada podría ir al cielo. Igualmente, la identificación de lo virtuoso con lo masculino, les llevó a negar que la mujer pudiera ser imagen de Dios, ya que un ser inferior no podía reflejar la excelencia de la imagen divina. Esta tendencia a interpretar las Escrituras a través del punto de vista de la filosofía griega alcanzó su máxima expresión con Tomás de Aquino, para quien «la virtud y la dignidad de la mujer es por naturaleza menor que la del varón». Para Aquino, esta carencia intelectual y moral de la mujer es la causa de que esté destinada por naturaleza a vivir bajo la dirección y responsabilidad de un varón y, asimismo, la causa de las tres reglas que el apóstol le manda guardar: silencio, disciplina y sujeción. La prueba científica que Tomás de Aquino aduce para explicar la imperfección somática, sensorial, intelectual y moral de la mujer es que su constitución es más húmeda, más abundante de humores. Evidentemente esta teoría no la sacó del relato de la creación sino de Aristóteles. La influencia de Aquino, no sólo en la iglesia Católica, sino también en las iglesias protestantes, ha hecho que durante siglos se hayan leído las palabras de Pablo a través de los ojos de filósofos paganos.
Por tanto, el hecho de que durante siglos las mujeres hayan sido relegadas de aquellos ministerios que implicaban el ejercicio de liderazgo, se debe a la influencia que ha ejercido una lectura sesgada de los escritos de Pablo, lectura basada en los supuestos de la filosofía griega y no en la Revelación. Un estudio cuidadoso del Nuevo Testamento demuestra que los ministerios y las posiciones de liderazgo eran ejercidos en función de los dones recibidos y no en función del sexo. Los testimonios acerca de Junia, Priscila, Febe, Evodia, Síntique, Trifena, Trifosa, Pérsida, o la receptora de la segunda epístola de Juan, demuestran que, en la iglesia primitiva, las mujeres tenían acceso a los mismos ministerios que los hombres.
http://www.mercaba.org/FICHAS/Teologia_latina/interpretacion_biblica_papel_mujer.htm