INTRODUCCION
En este trabajo nos proponemos establecer las vinculaciones existentes entre el pensamiento político de Nicolás Maquiavelo con la actualidad. Tal vez pueda parecer aventurado y hasta utópico hallar una tal relación. No en vano han transcurrido casi 500 años desde la muerte de Maquiavelo (1527), y el mundo indudablemente ha dado mu-chas vueltas desde entonces ; entre otras cosas, se ha llevado a cabo el desarrollo del modo capitalista de producción, que por aquel entonces aún se hallaba en mantillas. No obstante, creemos que el pensamiento de Maquiavelo se mantiene vigente a pesar de todo, con los consabidos reajustes debidos al paso inexorable de los siglos. Prueba de ello es la actualísima ‘teoría del Estado’ de Antonio Gramsci, que no es otra cosa que una trasposición a nuestro siglo XX de la teoría política de Maquiavelo, tal como se refleja en ’El Príncipe’ y en el resto de su obra.
El plan de trabajo será el siguiente: tras establecer el marco teórico, procederemos a exponer las ideas de Maquiavelo sobre el ‘príncipe’, comparándolas con el ‘moderno príncipe’ gramsciano, reflejado en diversos artículos del pensador marxista italiano. Luego ampliaremos la información con un análisis de las ideas republicanas de Maquiavelo, a la luz de los ‘Discursos sobre Tito Livio’, también refiriéndonos constantemente a Gramsci. La conclusión a sacar será que Maquiavelo fue un adelantado para su época, pues, si bien sus ideas no fueron tomadas muy en serio, en su tiempo (o tal vez se le tomó demasiado en serio -fue incluido en el Indice y se le consideró en determinados círculos poco menos que un ‘engendro de Satanás’, o el propio diablo en persona), sus ‘maquiavélicas’ ideas han sido aplicadas por todos los gobiernos de todas las tendencias desde que el mundo es mundo, aunque, por supuesto, nadie se atrevió nunca a reconocerlo de una forma tan descarada y a veces cínica como el autor que comentamos.
Marco teórico
El acometer la redacción de un trabajo sobre una personalidad como la de Maquiavelo plantea siempre serios interrogantes, de los cuales opino que el principal es el del enfoqueque se le va a dar al susodicho trabajo. Este tema del enfoque es especial-mente problemático en el caso del autor que nos ocupa, por cuanto que Maquiavelo, aún siendo un hombre típico del Renacimiento italiano, es a su manera ‘atípico’ en su época dentro de su especialidad, la ‘teoría política’. Podríamos incluso decir que Maquiavelo se adelanta a su época en cuanto a ideas políticas se refiere, influyendo directa o indirectamente a cuantos después de él se dedicaron a estos menesteres, tanto teóricamente como en la práctica. Ahí radica precisamente el problema que decíamos: la personalidad y el pensamiento de Maquiavelo son lo suficientemente complejos y sugerentes para que no baste con exponer sus ideas en relación con su momento histórico concreto, sino que hay que referirse constantemente a la época actual para constatar la posible vigencia de sus opiniones en materia política. Y por ello es complicado decidir qué enfoque darle a nuestro estudio: desde la actualidad o centrándonos en el propio tiempo del autor que analizamos.
Ya de por sí el Renacimiento es una época conflictiva ; se trata de un período de crisis (“de perturbaciones”, diría Toynbee), y significa el tránsito del feudalismo medieval a las monarquías absolutas. En ese sentido todos los pensadores renacentistas son en sus producciones testigos más o menos conscientes de los cambios que se estaban realizando a nivel estructural. Para Jerez Mir, el ‘humanismo’ no es más que el órgano de expresión intelectual de la gran burguesía, que comenzaba entonces a tener importancia social (auge de la banca: los nobles necesitaban dinero para sus aventuras bélicas) ; así dice:
“El humanista puede que se sueñe libre en muchas ocasiones, que alardee de su independencia, pero, en definitiva, depende del mecenazgo de la aristocracia económica y, por tanto, su posición ideológica, por muy progresiva que alcance a ser, no lo será en tal grado que se transforme en revolucionaria. Las ondas expansivas del movimiento humano, sus imágenes, estarán siempre muy calculadas”.
Siguiendo en esta línea de razonamiento, considera Jerez Mir sintomático el uso del latín como medio de expresión por la casi totalidad de los intelectuales renacentistas ; indica un indudable afán humanista por monopolizar una cultura elitista. En ese sentido la teoría política de Maquivelo constituiría la justificación filosófica del régimen político bajo el que había consolidado sus cimientos la sociedad señorial: el absolutismo incipiente. Antonio Gramsci opina de manera similar. Para él (uno de los pensadores actuales más influidos por los puntos de vista maquiavelianos), como marxista que es, las ideas dominantes en una época histórica son las ideas de la correspondiente clase dominante. Por tanto, y ya refiriéndonos concretamente a la historia de Italia, hace una clara distinción entre Dante y Maquiavelo ; opina que “… Dante cierra la Edad Media (una fase de la edad Media), mientras que Maquiavelo indica que una fase del mundo moderno ha conseguido ya elaborar sus problemas y las correspondientes soluciones de un modo muy claro y profundo”. Considera Gramsci inútil tratar de establecer una conexión entre ambos autores, “… y aún menos entre el Estado moderno y el Imperio medieval”, y puntualiza:
“El intento de descubrir una conexión genética entre las manifestaciones intelectuales de las clases cultas italianas de las varias épocas constituye en realidad la ‘retórica’ nacional: la historia real se sustituye por las larvas de la historia (… no tiene significación científica … Es un elemento político ; o menos aún, un elemento secundario y subordinado de organización política e ideológica de pequeños grupos que luchan por la hegemonía cultural y política)”.
Maquiavelo, indudablemente, fue un adelantado para su época. El Estado moder-no a que Gramsci se refiere no existía aún cuando nuestro autor escribió ‘El Príncipe’ y los ‘Discursos sobre la primera década de Tito Livio’ , comenzaría a hacerse realidad en una época posterior. Pero, como dice Jean-Jacques Chevallier en el prólogo a ‘Los grandes textos políticos’, “… la historia está jalonada no sólo por los grandes acontecimientos, sino también por ciertas grandes obras políticas, que más de una vez, a más o menos largo plazo, han contribuido a la preparación de estos acontecimientos”. Por ello divide la historia desde el Renacimiento a nuestros días en 4 grandes períodos que citamos a continuación:
a) Marcha de los grandes Estados modernos hacia el absolutismo monárquico
b) Arranque y progresos de la reacción contra la monarquía absoluta
c) Consecuencias inmediatas de la Revolución Francesa
d) Socialismo y nacionalismo.
En cada uno de estos períodos detecta Chevallier diversas obras de teoría política, muchas veces publicadas antes de iniciarse la fase respectiva. Así, en la primera de ellas (que es la que nos interesa), referida a la génesis y consolidación del absolutismo monárquico, incluye ‘La república’, de Bodin, el ‘Leviathan’, de Hobbes, la ‘Política sacada de la Santa Escritura’, de Bossuet y, por supuesto, el ‘Príncipe’, de Maquiavelo.
Decíamos al principio que Maquiavelo, dentro del Renacimiento italiano, es un pensador ‘atípico’. Y, efectivamente, lo es en el sentido de que, según alguno autores y como veremos más adelante, no está clara en absoluto su predilección por la monarquía absoluta, y se le nota muchas veces (en los ‘Discursos sobre la 1ª Década de Tito Livio’, sobre todo) inclinarse más hacia un régimen de tipo republicano, defendiendo el absolutismo más por razones prácticas, circunstanciales, que por otra cosa. Como dice Henri Dénis, en el campo de las ideas políticas, el Renacimiento está especialmente influido por el epicureísmo y estoicismo. La teoría aristotélica del Estado como ser ‘natural’ va siendo progresivamente abandonada a favor de la teoría epicúrea del contrato social. Pera expresarlo en términos gramscianos, el poder del Estado comienza a basarse en el consenso que sostendría la hegemonía de la clase dominante. Ahora bien ; se trata de una época –no lo olvidemos- de crisis y de luchas entre facciones, por lo cual “… el entendimiento entre los hombres es precario y éstos tratan constantemente de romperlo”. De ahí que Maquiavelo abogue por un gobierno fuerte y sin escrúpulos morales.
Por lo tanto, aunque Maquiavelo a todas luces es de ideas republicanas, no las considera viables en aquel momento histórico: cuando los hombres están corrompidos, es imposible mantener o establecer un régimen republicano. Esto, según Abbagnano, denota la seriedad en política de Maquiavelo y no lo define precisamente como un teórico de la superioridad del absolutismo monárquico. Pero, como veíamos anteriormente, una cosa es lo que un autor en una determinada época pretenda defender, y otra muy distinta lo que verdaderamente defiende, consciente o inconscientemente. Volviendo a Jerez Mir, diremos en resumen que el pensamiento de Maquiavelo es una reproducción teórica de la dialéctica concreta de los intereses en pugna en la Europa de su tiempo. Por eso su ‘príncipe’ ideal se mostrará independiente de los criterios morales del cristianismo y de todo tipo de prejuicios éticos o religiosos ; egoísmo, fuerza y astucia serán las virtudes principales de un tal individuo.
En este trabajo, como indica su título, se trata de ver las relaciones que el pensamiento político de Maquiavelo pueda tener con el de la actualidad. Empezaremos, pues, ayudándonos del análisis de la obra de Maquiavelo por Quentin Skinner, por exponer el contenido del ‘Príncipe’ y su influencia en el pensamiento de Gramsci. Luego daremos un repaso a otras obras de Maquiavelo (los ‘Discursos’ mayormente), haciendo igualmente hincapié en sus implicaciones actuales. Intentaremos así dar un significado más concreto y menos negativo al término ‘maquiavelismo’, de tan triste memoria.
EL ANTIGUO Y EL MODERNO ‘PRINCIPE’
Gramsci, en una carta dirigida a Tatiana Schucht y fechada el 7-IX-1931, considera al Renacimiento como un movimiento reaccionario y represivo respecto del desarrollo de los municipios. De hecho, las ciudades renacentistas no quisieron entender las advertencias de Maquiavelo y de otros intelectuales que analizaban a la sazón la situación política ; “…razón, o una de las razones, de la caída de los municipios medievales, o sea, del gobierno de una clase económica que no supe crearse su categoría propia de intelectuales ni, por tanto ejercer una hegemonía además de una dictadura ; los intelectuales italianos no tenían un carácter popular-nacional, sino cosmopolita, según el modelo de la Iglesia, …”. La alternativa ofrecida por Maquiavelo consiste en lo que se ha dado en llamar ‘historicismo’: volver a los orígenes de la historia italiana, con la voluntad de reconocer el pasado como lo que fue, lo cual implica dos cosas:
a) Objetividad histórica (que los orígenes históricos de la comunidad sean claramente reconocidos y rectamente entendidos)
b) Realismo político (que sean reconocidos en su verdad efectiva las condiciones de hecho por medio de las cuales hay que realizar el retorno).
Para Maquiavelo, esas raíces históricas se encuentran en la República libre romana. El creía que una Italia unida podía volver a restablecer el antiguo poderío de Roma, siempre que contara con un Príncipe unificador y reorganizador de la comunidad sobre su basenatural, una personalidad suficientemente virtuosa para hacer resurgir a la nación italiana de las ruinas en que a la sazón se hallaba sumida, aún a riesgo de caer en la tiranía. Ahora bien, ese ‘príncipe’ habría de estar dotado de unas condiciones especiales y poco comunes entre la mayoría de los hombres. La virtud primordial sería la de la fortuna ; así, en el ‘Príncipe’ comienza diciendo que a aquel que se ha visto favorecido por las armas y ha conquistado un nuevo reino, lo primero que debe preocuparle es “mantenere lo stato”, preservar el actual estado de los asuntos, especialmente controlar el sistema vigente de gobierno o, en caso de cambiarlo, que el nuevo sea de tal forma “que le procure honor” y le haga glorioso. Para ello Maquiavelo aconseja lo siguiente a los nuevos príncipes:
a) Buenas leyes y buenos ejércitos
b) Cualidades propias de un gobierno principesco:
– Fortuna
– ‘Virtù’ (conjunto de cualidades capaces de hacer frente a las variaciones de la Fortuna).
Podríamos en este punto relacionar a Maquiavelo con Guicciardini, amigo suyo y otro de los grandes teóricos de la política en el Renacimiento italiano ; para éste hay dos cosas fundamentales para la vida del Estado: las armas y la religión. Como podemos comprobar, en este autor se ven más claros incluso que en Maquiavelo los dos elemen-tos de ‘hegemonía’ que define Gramsci para el Estado moderno: coerción y consenso. Citemos al propio Gramsci al respecto:
“La fórmula de Guicciardini puede traducirse por otras varias fórmulas menos drásticas: fuerza y consentimiento, coacción y persuasión, Estado e Iglesia, sociedad política y sociedad civil, política y moral […], derecho y libertad, orden y disciplina, o, con un juicio implícito de sabor libertario, violencia y fraude. De todos modos, en la conciencia política del Renacimiento la religión era el consentimiento y la Iglesia era la sociedad civil, el aparato de hegemonía del grupo dirigente, el cual no tenía un aparato suyo propio, o sea, no tenía una organización cultural e intelectual, sino que sentía como tal la organización eclesiástica del universo. No han salido aún de la Edad Media sino por el hecho de concebir y analizar abiertamente la religión como ‘instrumentum regni’”.
Hemos citado íntegramente este texto de Gramsci porque nos parece muy ilustrativo sobre su opinión acerca de la política renacentista, y enlaza directamente con su concepción del “moderno príncipe”. El moderno ‘príncipe’ (el partido político) no tendrá las desventajas del príncipe maquiaveliano, propio de una época histórica en que el Estado moderno aún no estaba conformado del todo. Porque, según Gramsci, a través de los partidos políticos las clases sociales elaboran un nuevo ‘bloque histórico’. A la larga, y siguiendo la dinámica de la lucha de clases, este esquema acabaría por eliminar la división entre gobernantes y gobernados, “… ejerciendo una hegemonía liberadora, orientada a superar la perpetua división del género humano”. Es decir, que Gramsci propone para la época actual una dirección colectiva del Estado, o sea, “… incorporar al individuo en el hombre colectivo, beneficiándose de la concentración estatal –escuela, etc.- y vinculándose a la reforma económica, pero con la participación desde abajo, ha-ciendo convertirse en libertad la necesidad”. Pero, como veremos, esta concepción de Gramsci no es tan distinta como parece de la de Maquiavelo-Guicciardini.
Volvamos, pues, al ‘príncipe’ maquiaveliano. Amparándose en su ya citado ‘realismo político’, Maquiavelo se muestra consecuente: un príncipe debe procurar mantener su estado y obtener gloria para sí mismo. Por tanto, y dado que un gobernante debe proteger sus intereses en un mundo sombrío en el que la mayoría de los hombres “no son buenos”, es evidente que, aunque bienintencionada, la máxima de Cicerón de que “el comportamiento moral es siempre racional” no puede ser cierta en política. Según Maquiavelo, pues, un príncipe prudente “… defiende todo lo que es bueno cuando puede”, pero “… sabe cómo hacer el mal cuando es necesario”. Tradicionalmente, en esto último reside el concepto de ‘maquiavelismo’ tan traído y llevado: el ‘maquiavélico’ es aquel que se aprovecha de lo que hacen los demás, y el maquiavélico elevado sería el que guarda distancia emocional sin comprometerse con la conducta de los demás, o ni siquiera la suya. Este concepto se aplica en psicología a las personas en general, y no sólo a los gobernantes. Así, según Christie, un maquiavélico elevado haría las siguientes aseveraciones, que podrían estar sacadas de las obras del propio Maquiavelo:
a) “Una mentira inocente a menudo es buena”.
b) “La mayoría de las personas no saben realmente lo que es mejor para ellas”.
c) “La falsedad en la guerra es encomiable y honorable”.
Efectivamente, para Maquiavelo la clave de un gobierno de éxito reside en saber adaptarse a las circunstancias, y la práctica de la hipocresía, entonces, es de lo más indispensable para su supervivencia. ¿Por qué? Hay dos razones:
– La mayoría de los hombres son tan cándidos, que normalmente toman las cosas según su valor aparente de una manera totalmente acrítica.
– Cuando se trata de valorar el comportamiento de los príncipes, incluso los más perspicaces observadores están en gran manera condenados a juzgar según las apariencias.
O, resumiendo en palabras del propio Maquiavelo, “… un príncipe que engaña, siempre encuentra hombres que se dejan engañar a sí mismos”. Por tanto, nada hay de las virtudes específicamente principescas que proponía, entre otros, Cicerón: honestidad, liberalidad y misericordia. Ya hemos visto cómo, según Maquiavelo, la ‘honestidad’ no es aconsejable en absoluto. El ‘príncipe’ tampoco será liberal, pues si lo fuera se encontraría teniendo que “… agobiar excesivamente a su pueblo” para pagar su generosidad, lo que lo haría “… odioso para sus súbditos” a la larga. Lo mismo ocurre con la misericordia: será tenido por más clemente un príncipe que tenga la valentía de empezar por “… unos cuantos ejemplos de crueldad” que el que sólo acuda al castigo después de que “… los crímenes y los saqueos empiecen”. Algo parecido opina Guicciardini cuando dice que un hombre no debe ser juzgado por la tarea que le ha tocado en suerte, sino por el modo cómo la ejecuta, es decir, por la conducta que asume dentro de su clase, en sus quehaceres o ante la suerte.
Opinamos que la posición de estos pensamientos, por cínica que parezca, no es más que una muestra del realismo político a que antes nos referíamos. De hecho, podemos constatar cómo los gobiernos actuales (de cualquier signo) manipulan a placer los medios de comunicación de masas y utilizan el término ‘libertad’ de una forma tan ambigua como Maquiavelo y Guicciardini proponían hace más de 4 siglos. El mismo Gramsci, aunque contempla en lontananza la utópica ‘sociedad sin clases’, el paraíso comunista, no deja de reconocer que, hoy por hoy, éste es un mundo de dirigentes y dirigidos, y la misión del ‘moderno príncipe’ no deja de ser la misma básicamente que la del antiguo:
– Cómo dirigir del modo más eficaz
– Cómo preparar a los dirigentes del mejor modo
– Cómo se conocen las líneas de menor resistencia o racionales para lograr la obediencia de los dirigidos.
En definitiva, se trata de lograr la hegemonía de un grupo social (el proletariado, se supone en este caso) mediante el consenso, y en este sentido, toda reforma intelectual y moral, todo cambio en la superestructura ideológica, ha de estar supeditado a la reforma económica, es decir, “… todo hecho se concibe como útil o perjudicial, como virtuoso o maligno, sólo en cuanto tiene como punto de referencia al mismo moderno Príncipe y sirve para incrementar su poder o para oponerse a él”. Con lo cual el ‘moderno príncipe’ (el partido, preferentemente el comunista) será la nueva divinidad, el nuevo ‘imperativo categórico’, consiguiendo de esta forma la “… completa laicalización de toda la vida y de todas las relaciones de comportamiento intersocial”. La religión ya no es el ‘opio del pueblo’ que solía ser ; ahora hay drogas más sofisticadas, pero igualmente eficaces.
¿’MAQUIAVELISMO REPUBLICANO’ O ‘REPUBLICANISMO MAQUIAVELICO’?
La principal cuestión que se plantea Gramsci al definir al ‘moderno príncipe’ es la del llamado hombre colectivo. Así se pregunta: “¿Cómo conseguirá cada individuo particular incorporarse en el hombre colectivo y cómo se verificará la presión educativa sobre cada uno obteniendo el consenso y la colaboración de los mismos, haciendo que se transforme en ‘libertad’ la necesidad y la coerción?” Se trata, en definitiva, de conseguir unir la dirección del partido con la espontaneidad de las masas. Para ello Gramsci propone una dirección no ‘abstracta’, es decir, no debe tratarse de una mera repetición mecánica de fórmulas teóricas, más o menos científicas. Estas habrán de aplicarse a hombres reales, formados en determinadas relaciones históricas, con determinados sentimientos y modos de ver ; no deben, pues, despreciarse estos elementos espontáneos, y la misión del partido será la de educar a las masas, orientando de esta forma a los individuos y purificándolos de elementos extraños contaminantes, para así hacerlos homogéneos con la teoría.
Aquí radicará la función del Derecho: “… a través del Derecho el Estado hace homogéneo al grupo dominante y tiende a crear un conformismo social que sea útil a la línea de desarrollo del grupo dirigente”. Este, por supuesto, y como decíamos anteriormente, plantea un problema ético, referido a la correspondencia entre la conducta individual de cada ciudadano y los fines que la sociedad se pone como necesarios. Por supuesto, siempre es más importante la sociedad, y la política que propone Gramsci a este respecto (de lo más maquiavélica, como se verá) tendrá dos aspectos:
– Coactiva en la esfera del derecho positivo
– Espontánea y libre en aquellas zonas en que la ‘coacción’ no es estatal, sino de opinión pública, de ambiente moral, etc.
Según Maquiavelo (lo afirma en los ‘Discursos’), “… la experiencia muestra que las ciudades jamás han crecido en poder o en riqueza excepto cuando han sido libres”. La ‘experiencia’ a que se refiere es, por supuesto, la antigua historia de Roma, especialmente el período republicano, y por ‘libertad’ entiende autogobierno. Ahora bien ; ‘autogobierno’ no significa para él gobierno del pueblo, pues no cree en la ‘virtù’ de las masas: sus “diversas opiniones” les impiden ser “capaces de organizar un gobierno”. Es decir, que Maquiavelo insiste en la necesidad de un ‘líder’, un Jefe que reúna las condiciones necesarias de ‘virtù’ para llevar adelante la república. Pero, por supuesto, ese príncipe imprescindible debe contar con consenso, con el apoyo de sus súbditos, porque mientras “… uno solo está preparado para organizar”un gobierno, ningún gobierno puede perdurar “… asentándose sobre las espaldas de uno sólo”. Tampoco apoya Maquiavelo las monarquías hereditarias: “… la ‘virtù’ surge con la vida del hombre y casi nunca se restaura en el decurso de la herencia”. Por lo que queda clara la posición de nuestro autor respecto al absolutismo.
Por supuesto, este gobierno unipersonal entraña sus riesgos. Es el peligro de que la monarquía degenere en tiranía, peligro de lo más natural: incluso las más admirables comunidades están sujetas a la corrupción. Una ‘constitución corrupta’ es para Maquia-velo aquella en la que “… sólo los poderosos” pueden proponer medidas, y lo hacen “… no por la libertad común sino en beneficio de su propio poder”. Son restos de la teoría aristotélica del Estado como cuerpo natural expuesto, como todo en este mundo, a “…sufrir los agravios del tiempo”. Los hombres de estado maquiavélicos, por tanto, consi-guen sus fines de dos maneras distintas:
1) A través del impacto sobre ciudadanos de inferior condición
2) Por efecto de su propia ‘virtù’. Esta consiste en las siguientes características:
a) Deben saber desarmar a los envidiosos.
b) Deben ser hombres de un alto valor personal.
c) Deben poseer profunda prudencia (fundada en el conocimiento de la historia antigua, así como de los asuntos de la actualidad).
d) Deben ser hombres de la mayor circunspección y prudencia, que no puedan ser engañados por las estrategias de sus enemigos.
Estas virtudes, como vemos, se corresponden casi punto por punto con las que Gramsci asigna al partido, nuevo modelo de ‘príncipe’. Volviendo a Maquiavelo, éste considera dos métodos esenciales para organizar los asuntos domésticos de manera que se imprima la cualidad de ‘virtù’ a la totalidad del cuerpo ciudadano (que, por otra parte, son los mismos que ya citamos antes al hablar de Guicciardini):
1) Instituciones que se refieren a la defensa del culto religioso (aunque el príncipe en cuestión no comparta esas creencias populares)
2) Uso del poder coercitivo de la ley para obligar al pueblo a colocar el bien de su comunidad por encima de sus propios intereses.
O sea, que, exceptuando el tema de la religión, el ‘príncipe’ cumple las mismas funciones en Maquiavelo que el ‘partido’ en Gramsci. Maquiavelo insiste en la necesidad de consenso: los grandes legisladores serán aquellos que de manera más clara han entendido cómo usar las leyes para progresar en la causa de la grandeza cívica. Se trata de buscar un equilibrio entre fuerzas sociales opuestas, de forma que cada una “vigile a la otra” a fin de prevenir tanto “la arrogancia de los ricos” como el “libertinaje del pueblo”. Es decir, que se trata de lograr ‘leyes en pro de la libertad’ aprovechando el desacuerdo entre las facciones. Guicciardini no comprende este extremo: para él “… alabar la desunión es como alabar la enfermedad de un paciente a causa de las virtudes de los remedios que se le han aplicado”. Pero Maquiavelo se apoya en el ejemplo de la historia ; aún cuando las disensiones sean malas en sí mismas, fueron no obstante “… un mal necesario para el logro de la grandeza romana”. Lo que hace falta es un gobierno fuerte que se mantenga en constante vigilancia para así poder controlar todos los intentos de subversión. En suma, cree Maquiavelo que la tendencia a la facción se ve estimulada por dos circunstancias, que habría que evitar a toda costa:
a) Prolongación de los mandos militares
b) Maligna influencia ejercida por los que quieren aumentar su riqueza personal
La solución, para Maquiavelo, es sencilla y se puede resumir en una frase: “… mantener las haciendas ricas y a los ciudadanos pobres”. Evidentemente, no fue esto lo que ocurrió en la realidad, sino más bien todo lo contrario. Según Dénis, el modelo económico que surgió a raíz del Renacimiento fue el ‘mercantilismo’: desarrollo paralelo del enriquecimiento de la burguesía comercial y del aumento del poder de los Estados europeos. Las ideas preconizada por Maquiavelo aún tardarían varios siglos en intentar llevarse a cabo.
CONCLUSIÓN
Es curioso, como indica Chevallier, que, al menos hasta 1557, en que el ‘Príncipe’ es condenado por el Concilio de Trento, esta obra pasara sin pena ni gloria. Si acaso alguien la leyó, la consideró inofensiva. Fue a partir de esa fecha cuando se empezó a juzgar al libro como “escrito por el diablo” y a su autor como “impuro y malvado”, incluyéndolo en el famoso ‘Indice’: “El alegre compañero, cáustico y picaresco, buen funcionario, buen padre y buen esposo (a despecho de múltiples calaveradas), ha dejado lugar a una figura sombría y satánica, aureolada por presagios infernales”. Sin embargo, simultáneamente este opúsculo se convierte en el libro de cabecera de soberanos y primeros ministros del absolutismo. Para Rousseau, ‘El Príncipe’ está escrito con simulación, para informar y poner en guardia a los pueblos contra los tiranos. Igualmente se considera a Napoleón como la realización más perfecta del ‘príncipe’ de Maquiavelo, e incluso apareció en 1816 un ‘Maquiavelo anotado por Napoleón’, arbitrario y probablemente apócrifo, etc., etc., … Y, por supuesto, ya hemos analizado la influencia de Maquiavelo y el maquiavelismo en Antonio Gramsci. Como dice Chevallier:
“… la fuerza corrosiva del pensamiento y del estilo de Maquiavelo sobre-pasó infinitamente el objeto del momento, por haber puesto de relieve tan crudamente el problema de las relaciones entre la política y la moral ; por haber formulado ‘una escisión profunda, una irremediable separación’ (J. Maritain) entre ellas, ‘El Príncipe’ ha atormentado a la Humanidad durante cuatro siglos. Y continuará atormentándola, si no, como se ha dicho, ‘eternamente’, al menos mientras que esta Humanidad no se haya despojado completamente de cierta cultura moral, heredada, en lo que concierne a Occidente, de algunos grandes antiguos, y sobre todo, del cristianismo”.
Evidentemente, si la Iglesia Católica incluyó a Maquiavelo en el ‘Indice’, tenía sus razones. Maquiavelo fue, indudablemente, el más profundo observador político del Renacimiento, y no podía dejar de darse cuenta de que el Papado era en el fondo la fuente de todas las luchas y rivalidades en la Italia de la época. Eso explicaría, en opinión de Burkhardt, la secreta simpatía que Maquiavelo mostraba por César Borgia, ser malvado por demás. No se trataba, como afirma Rousseau, de advertir al pueblo, con su ejemplo, contra los tiranos ; más bien sería la esperanza de que César “… sacara el hierro de la herida”, es decir, que fuese capaz de destruir al Papado. Algo parecido deja entrever Guicciardini en varios pasajes de su obra ; su odio por la Iglesia es manifiesto. Según Burkhardt, Maquiavelo es el más grande de cuantos especularon con la empresa de la constitución de un Estado, dado que él no teorizaba sobre la política en abstracto, utópicamente. Sus análisis muestran las siguientes cualidades:
– Fuerzas en juego como algo vivo
– Alternativas
– No engañarse a sí mismo ni a los demás.
Es lo que anteriormente caracterizábamos como ‘realismo político’. Sus ideas, como hemos visto, eran de un republicanismo moderado ; así, en los ‘Discursos’ habla de una “… ley de una evolución progresiva, que se manifiesta en sacudidas periódicas, y pide que el organismo estatal sea algo dinámico y susceptible de cambio, con lo que se conseguiría evitar las sentencias cruentas y los destierros”. Pero una tal política no siempre es posible ; sabía, como otros muchos intelectuales, que, por ejemplo, “… Milán o Nápoles estaban demasiado ‘corrompidas’ para llegar a constituir una república”. De ahí que creyese en la necesidad de un ‘líder’ que acabara de una vez por todas con ese estado de cosas: “… todo se orientaba en el sentido del poder y del empleo de la violencia …”.
El paralelismo con Gramsci, como se ha visto, es casi completo. Gramsci concibe, en efecto, al ‘partido’ como la versión moderna del ‘príncipe’ maquiavélico ; debe intentar llevar a la clase obrera a la hegemonía, pero no de forma violenta, como había ocurrido en Rusia. En los países europeos desarrollados la hegemonía había de lograrse mediante consenso, empleando lo menos posible los medios de coerción. Y también Gramsci, igual que Maquiavelo, es partidario de seguir la ‘ley de evolución progresiva’. La continuidad jurídica no ha de ser ‘bizantino-napoleónica’, sino más bien romano-anglosajona (un código realista, vinculado a la concreta vida en perpetuo desarrollo). Por eso Gramsci se ha convertido póstumamente en una de las figuras inspiradoras del Eurocomunismo.
Terminaremos este estudio –de alguna manera había que hacerlo- con la opinión de un pensador cristiano, Frederick Copleston, cuyo análisis del autor que nos ocupa nos parece bastante acertado e ilustrativo:
“Maquiavelo, como han observado los historiadores, dio muestras de su ‘modernidad’ en el énfasis que puso en el Estado como un cuerpo soberano que mantiene su vigor y unidad mediante una política de fuerza e imperialista. En ese sentido adivinó el curso de la evolución política en Europa. Por otra parte, no elaboró ninguna teoría política sistemática, ni se preocupó realmente por hacerlo. El estaba grandemente interesado por la escena italiana contemporánea ; … Además, sobreestimaba la parte desempeñada en el desarrollo histórico por la política en sentido estrecho, y no supo discernir la importancia de otros factores, religiosos y sociales. Es verdad que se le conoce principalmente por sus consejos amorales al príncipe, por su ‘maquiavelismo’ ; pero pocas dudas puede haber en cuanto a que los principios del arte de gobernar que él estableció han sido con frecuencia, aunque deba lamentarse, los que realmente han operado en las mentes de gobernantes y hombres de Estado”.
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