La escritura alfabética resulta algo muy contingente. No parece haber ninguna predisposición evolutiva para su aparición. El lenguaje alfabético es un artificio muy complejo y, para lograrlo, nuestra especie libró una dura batalla. De hecho, siempre se logra a través de una dura batalla que se lleva a cabo en el cerebro de cada niño. Si la escritura alfabética no se hubiese dado seguiríamos siendo humanos, desde luego; pero muy probablemente no seríamos lo mismo.
En una obra excepcional sobre la Antigua Grecia, “Prefacio a Platón”; Eric Havelock, profesor de literatura clásica, estudió el tránsito de la cultura oral a la cultura escrita. Según Havelock, este tránsito implicaba cambios cognitivos, sociales y políticos, que no habían sido considerados antes por ningún otro estudioso del tema. Para Havelock en una cultura ágrafa prima la imagen y la memoria. Lo importante es recordar conocimientos básicos a través de ritos y narraciones míticas que posibiliten la supervivencia y fomenten la cohesión del grupo.
Pero en una cultura donde existe la escritura y la mayoría de la población sabe leer, la memoria pasa a un segundo plano, pues está almacenada en libros o papiros. Prima entonces el entendimiento, nos hacemos más conscientes de nuestra individualidad y pensamos y hablamos de una manera esencialmente distinta. Es este tipo de lenguaje, y el modo en que modifica nuestro modo de pensar y hablar, lo que nos inclina al diálogo con nosotros mismos y, por ende, al diálogo con los otros.
Del discurso vertical desde el altar pasamos a la conversación horizontal en el ágora: surge la actitud crítica. Para Havelock no es casualidad que las culturas prealfabéticas sean culturas míticas y sólo en culturas alfabéticas se dé la posibilidad de la ciencia, la filosofía y la democracia. A tenor de lo que nos dice Havelock, enseñar a leer y a escribir, y convertirlo en un hábito, sería pues la tarea educativa más importante. Asimismo, el deterioro de la escritura y la eliminación de la lectura nos devolvería a épocas pretéritas, también en lo social y en lo político. Si Havelock está en lo cierto, la responsabilidad de los maestros es enorme.
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