Los antiguos griegos no creían propiamente en sus mitos, pero vivían “como si” creyeran en su mitología. Nosotros, mucho menos inteligentes, hemos de seguir viviendo “como si” el destino de la humanidad no se nos estuviese echando encima…
Sé de sobra que, desde el punto de vista de la salud mental y porque queda bien, hemos de ser siempre optimistas, y que cuanto más optimistas seamos más lo celebra por empatía quien nos escucha o nos lee. Pero ése es un plano de la realidad antropológica que a menudo casa mal con la racionalidad, con el instinto y con la lucidez ante los indicios y la lógica de la Naturaleza. El caso es que, en la materia de la que voy a hablar, a mí me resulta imposible ser optimista. A alguien quizá pueda parecerle que sea a causa de mi edad. Pero, aparte de que mi atención al cambio progresivo del clima data de los años 90 en que observé los primeros síntomas, también he observado a lo largo de mi vida que personas enfermas, o muy mayores, proyectaban su deterioro o decrepitud sobre aquella con la que hablaban diciéndole: tienes mal aspecto o no tienes buena cara… Creían ver en el otro el estado de precariedad en que ellas mismas se encontraban. No es éste mi caso, no creo que, dada mi edad, proyecte los pocos años de vida que me quedan a los malos presagios, ni que yo vea el fin próximo de la Historia porque mi fin esté mucho más cerca que el de mis biznietos. Sencillamente apunto a que las probabilidades de atinar en el pronóstico equivalen ya casi a las evidencias…
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