Vendemos el amor como algo incondicional y en realidad no lo es, aunque filosóficamente, el amor puede ser incondicional, de eso no hay ninguna duda.
Pero desde el punto de vista científico del estudio de las emociones, para que tengan lugar los micro-momentos de “resonancia positiva”, de conexión positiva, han de confluir ciertas condiciones. En efecto, este “experienciar” del amor no surge porque sí. Veamos a continuación esas condiciones que se precisan para que el amor pueda florecer.
Condición 1 del amor: Seguridad
La primera variable que se tiene que dar para poder sentir amor es la sensación de seguridad. Si las personas no se sienten seguras, si se sienten amenazadas de alguna forma, no habrá la apertura que hace posible la conexión, la “co-experimentación” de la emoción positiva.
Si una persona está insegura, está en estado de alerta, de auto-protección. Si no eres capaz de crear la sensación de seguridad en tu familia, en la escuela o en otro entorno comunitario, no podrá suscitarse el amor. En la medida en que quieres cultivar estos estados de “conexión positiva” en un entorno, lo primero que tienes que hacer es asegurarte de que las personas se sienten seguras. Sin seguridad, no hay conexión.
Condición 2 del amor: Conexión “sensorial” en tiempo real
Otro requisito imprescindible es que acontezca una conexión sensorial “aquí y ahora”. Hay que estar cara a cara con la otra persona, o hablar con ella por teléfono.
Aquí es donde la “resonancia positiva” entra en juego. Para compartir una experiencia con otros, se tiene que dar en el misma “escala” de tiempo entre los participantes. La conexión se tiene que producir en tiempo real.
Ciertamente, la conexión en tiempo real es muy importante. Cuando nos reunimos con otra persona, y ambos nos sentimos seguros y positivos, lo más probable es que nos sonriamos. Y esa sonrisa, que sólo se puede dar en el “aquí y ahora”, es una invitación. Imitamos los gestos de los demás, especialmente las sonrisas, y estas son señales muy importantes que debemos saber interpretar.
Los expertos en rostros humanos han hallado más de 50 sonrisas diferentes. Y la diferencia entre estas sonrisas puede ser muy sutil. Puedes, por ejemplo, ver a un niño comer chocolate y su cara será una enorme sonrisa. Necesitamos hacer contacto visual con la otra persona para poder interpretar su sonrisa, y saber así si ésta es una “invitación” sincera para conectar. Es muy útil poder distinguir si se trata de una sonrisa amistosa, o una sonrisa de autosuficiencia, o meramente un gesto facial diplomático, de compromiso (es decir, algo fingido).
Imitamos caras cuando hacemos contacto visual. Es una “mímica” que sucede también a un nivel neuronal. El contacto visual “desbloquea” y activa la mímica en nosotros. Cuando imitamos la sonrisa de alguien, una versión del estado emocional del otro pasa a ti. Y mediante este juego, nuestro instinto nos mostrará si esa sonrisa es sincera o es falsa. Sin contacto visual, es muy difícil interpretar el rostro de otra persona.
Condición 3 del amor: Sincronía bio-conductual
Estos “micro-momentos” de conexión ser darán cuando se involucre, además, la “sincronía” conductual: los gestos entre ambas personas empiezan a coincidir, la comunicación no verbal se alinea, y el “ritmo” de las dos personas coincide.
Hay una parte de esta sincronía que no se puede ver, pero que ya se está investigando. Cuando estos “micro-momentos de resonancia positiva” se dan entre dos personas, aumentan neuropéptidos como la oxitocina, de forma equivalente entre las dos. También suceden los mismos patrones neuronales. Como si una misma emoción se produjese entre dos o más cerebros y cuerpos a la vez.
Condición 4 del amor: Orientación al cuidado mutuo
Otro elemento importante para que se experimenten esas emociones positivas y esta sincronía entre dos personas es la orientación al cuidado mutuo. Se trata de un mutuo sentido de preocupación o atención de “ida y vuelta”. Es importante que exista una tendencia mutua a aumentar el bienestar de la otra persona.
El amor
Solemos pensar en el amor como algo abstracto, como algo muy “grande”. Pero desde el punto de vista científico el amor pierde parte de su misterio. Cuando vemos al amor en piezas más pequeñas, podemos comprenderlo mejor. Y podemos “generar” más de estos micro-momentos de resonancia positiva. Porque además nos damos cuenta que podemos disfrutar de estos momentos con cualquier persona, no solo con gente de nuestra familia, o con nuestra pareja o amigos.
Está muy bien que sientas amor hacia tus seres queridos, pero puedes sentir amor hacia cualquier persona con la que te cruces en tu día a día. Puedes conectar con ellas y así tener una vida más rica, con más momentos donde puedan aflorar emociones positivas, lo que repercutirá en una sensación de “satisfacción” general de nuestra vida.
Cuando te cruzas con otro ser humano, sea tu vecino o un dependiente en la tienda de la esquina, es muy fácil mirarle a los ojos, conectar y sonreírle. Y está demostrado que el mero acto de sonreír a alguien, hace que aflore un sentimiento de positividad en la otra persona y en ti mismo. Tu estado positivo se genera también en la otra persona. Podemos decir que las dos personas están compartiendo y sintiendo la misma emoción, recíprocamente. Es una experiencia subjetiva compartida. Por lo tanto, es una forma de “empatía provocada”; compartir esa sonrisa te ayuda a sentir lo mismo que la otra persona.
Estos miro-momentos de resonancia positiva compartida son nutrientes muy importantes para nuestra salud psíquica, física y también –por ende- comunitaria. Ya que cuantos más momentos de este tipo haya, más seguros nos sentiremos en nuestra comunidad. Y, como hemos visto, cuanto más seguros nos sintamos, más amor podremos sentir.
Además, esto es algo que nos cuesta muy poco. No hay un gran esfuerzo en ello, y los beneficios son enormes. En cualquier momento puedes tener un momento de conexión con otra persona, un micro-momento de resonancia positiva, una sincronía… Y cuantos más tengamos, más recursos emocionales estaremos construyendo para nuestro bienestar; más amor seremos capaces de sentir hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Muchas veces pensamos… “¿Para qué? Si no voy a ver a esta persona nunca más…”. Eso realmente no importa, porque lo que haces lo haces en última instancia para ti mismo: todos estamos interrelacionados, conformando un solo sistema en la naturaleza, el cual está integrado en otros mayores. En este sentido, dado que todas las personas son un reflejo de nosotros mismos, es un amor que se retroalimenta. Lo “regalas” y te lo “regalas” a ti mismo, simultáneamente.
No dudes nunca de que cada pequeña sonrisa que compartes con otro, cada pequeño momento de conexión con otro, aun siendo un desconocido, te está haciendo mucho bien a nivel emocional y, de paso, se lo está haciendo igualmente al colectivo.
Elsa Bonafonte
Mache blog