El dolor mental, el dolor físico y el sufrimiento emocional se manifiestan de diferentes maneras, una de ellas es la depresión, que parece ser la enfermedad mas común en estos tiempos en que vivimos. Otra, es el padecimiento causado por las memorias de sufrimientos que se han ido implantando en nuestra vida y que nos ha impedido disfrutarla de una forma placentera y feliz.
En nuestro planeta hay miles de almas que padecen estos síntomas, sufren y los sobrellevan, ocultándolos y apareciendo como una “depresión encubierta” exteriorizándose como dolores físicos producidos por las historias de dolor emocional en la infancia, que no han sido debidamente procesadas. Pero nos encontramos siempre que hay un denominador común en todas ellas “el cuerpo del dolor” esa entidad es la que lo delata. Sin ir más lejos, un resfriado, una hipertensión, un dolor de cabeza, un problema físico, enfermedades comunes e incluso graves etc., son señales que incitan a visitar las consultas médicas para aliviar estos desajustes del cuerpo-alma, cuando generalmente están producidas por una caída de energía vital, cuyo origen es la depresión, el sufrimiento emocional o ambas a la vez.
¿Pero qué es la depresión y el sufrimiento emocional?
La depresión se puede describir como la sensación de sentirse triste, nostálgico, apesadumbrado, infeliz o derrumbado. Estos estados anímicos los sentimos todos alguna vez, pero por periodos cortos y en ocasiones parece haber una buena razón para sentirnos así. La pérdida del trabajo laboral, la ruptura de la pareja, la muerte de un ser querido, la muerte de la mascota, las necesidades económicas, las relaciones, etc. Estos síntomas son más o menos lógicos para creer que estamos actuando así, una vez que estos motivos hayan aparecido en nuestra vida. Pero si esas señales siguen interfiriendo en nuestra subsistencia diaria y tenemos la desagradable sensación de que estamos poseídos por ellas, es que detrás de ese velo se esconde una depresión, una depresión encubierta o un sufrimiento emocional.
La persona con depresión está atrapada en su psiquis y en su voluntad. Los síntomas pueden permanecer semanas, meses, incluso años. Las personas con un episodio depresivo mayor, a menudo se presentan con un llanto, irritabilidad, tristeza, ansiedad, fobias, quejas de dolor, angustia, problemas en las relaciones personales o problemas de actividad sexual.
Desgraciadamente, cuando una persona empieza a padecer esos síntomas no toma el peso a su estado espiritual y la tendencia es a abandonarse por su falta de voluntad a vivir estos sucesos, lo que agrava enormemente su situación. Una vez pasado un tiempo, si tiene el deseo de salir de esa etapa, su conducta le lleva a visitar a un profesional para que le cure su enfermedad. ¿Pero que ocurre? En la mayoría de los casos el profesional ve al paciente a través de un historial clínico y comienza a recetarle antidepresivos como los SSRI, inhibidores de la recaptación de la serotonina, en definitiva otro inhibidor de la conciencia, convirtiéndola en una verdadero zombi. Afortunadamente, no todos los profesionales se deciden por este tipo de tratamiento, hay grandes expertos en enfermedades del alma que van directamente a la raíz del problema que la persona padece, tratándola como un ser unificado donde todo es uno en cuerpo alma y espíritu.
¿Pero qué es el dolor emocional?
Los seres humanos estamos diseñados de tal manera que podemos transformar muchísimo dolor y acumularlo, lo cual va en contra de nuestro diseño original y se nos condena a vivir de una manera muy limitada y condicionada por el sufrimiento. El sufrimiento siempre es generado por nuestra resistencia inconsciente al dolor real, pero el dolor real no requiere sufrimiento. Cuando hablamos de dolor, nos referimos al concepto amplio de dolor, definido como un encogimiento de energía. Podemos experimentar dolor en diferentes niveles: físico, emocional o espiritual. De hecho, cuando escuchamos la palabra dolor, a menudo pensamos en manifestaciones agudas, físicas o emocionales. El dolor también puede ser descrito como incomodidad, tensión, estrés o ser percibido como algo inoportuno o “fuera de lugar”. Dolor es cualquier cosa que nos impida conectar con nosotros mismos. Cuando hay dolor real, lo más importante es reconocerlo, hablar con él y sentirlo en toda su dimensión.
El dolor emocional, ese morador dentro nuestra alma, impide que la energía Chi quede libre, fluya y circule, creando unidades o nódulos de energía estancada, que imposibilitan el movimiento de esa fuerza vital que existe en nuestro cuerpo. Cuando se produce algún evento y se conecta con estos bloqueos, se activan y afectan a todo nuestro ser, incluidas las células, los órganos y la mente, revelándose como sufrimiento emocional, somatizando esas angustias y creando el “cuerpo del dolor”.
¿Pero qué es el cuerpo del dolor?
Desde nuestro nacimiento y a lo largo de nuestra vida estamos sintiendo emociones negativas, pequeños o grandes traumas, estos fragmentos de energía electromagnética se va acumulando a lo largo de nuestro cuerpo y se va almacenando creando estancamientos, hasta generar una disfunción celular y corporal.
Cuando hay dolores no resueltos, se crea obstrucción de energía en algún lugar del campo electromagnético humano e impide el libre flujo de nuestra fuerza vital. Estas capas de energía estancada, se acumulan como memorias y depositándose en diferentes partes de nuestro cuerpo como la cabeza, el cuello, el corazón, los brazos las piernas, el abdomen, las caderas, el esternón los muslos, y el sistema nervioso central, etc.
Sabemos por experiencia que el dolor no es algo agradable y tampoco deberíamos esperar que lo fuera, aunque hay personas que son adictas al dolor dificultando su sanación. Pero si al dolor y sufrimiento le vamos dando espacio y comenzamos a sentirlo como una señal de aviso de sobrecarga del sistema, tanto físico como emocional, le facilitamos la posibilidad a esa energía que entre en movimiento, circule y se transforme en lo que queremos. Por el contrario, la reacción a negarnos a resentirlo, no hacemos más que reforzarlo y cuyo final es almacenarlo en forma de memorias en nuestro cuerpo. En definitiva, ignorar el dolor o alejar nuestra atención de él, sólo hace que se perpetúe.
Así como creamos “el cuerpo del dolor” también creamos “el cuerpo del dolor emocional”. El “cuerpo del dolor emocional” está en la sombra, significa que no podemos verle y creemos que no lo poseemos, pero permanece oculto y al acecho la mayoría del tiempo. De esa manera, se manifiesta en las personas como una emoción, las cuales son profundamente infelices. Sin embargo, ese “cuerpo del dolor emocional” puede estar activado todo el tiempo en nosotros sin darnos cuenta.
Ese sufrimiento, también se va acumulando en nuestras células. Cada célula es una unidad de nuestro cuerpo que puede guardar las memorias adquiridas a partir nuestra gestación. Estas memorias informan e impregnan todo nuestro ser. Almacenadas a nivel celular, en esas memorias están todos los patrones conscientes e inconscientes, transgeneracionales y otras memorias que fueron creadas por nuestras conductas erróneas y a partir de entonces, no nos hemos permitido sentirnos plenos y en paz con nosotros mismos ni con nuestra alma.
En estos momentos no podemos ignorar la innata sabiduría natural del cuerpo, en el que hay miles de millones de células preparadas para reparar o reemplazar tejidos y órganos dañados. Sin embargo, la actividad y el destino de estas células regenerativas, están sometidas a la sensibilidad, al dolor que se altera por el entorno y el estilo de vida de cada persona a lo largo de toda su existencia.
Eso significa que nuestras células están siendo profundamente influenciadas por nuestros pensamientos y percepciones del entorno. Así, por ejemplo, nuestras creencias acerca de la vejez y la muerte, pueden mejorar el funcionamiento de nuestras células indiferenciadas o interferir en ellas, causando la regeneración o declinación de nuestra fisiología”.
Por consiguiente, cuando uno empieza a saber cómo transformar el dolor, lo que era una carga muy pesada de sufrimiento, empieza a convertirse en un regalo de la Naturaleza y de Dios. El dolor físico, la tristeza, la irritación, la ira y el temor, se transforman en oportunidades para sanarnos y acceder a nuestro potencial verdadero. Esto nos da la posibilidad de despertar a un concepto más amplio y más profundo de nuestro Ser interior. Ése es el núcleo esencial de nuestra alma de Luz. Los resultados individuales de este proceso son tan sorprendentes, que a pesar de que se trata de una práctica muy sencilla y fácil de llevar a cabo, os puedo asegurar honestamente que, después que ocurre este despertar, la vida ya no vuelve a ser la misma.
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AUTOR: Mario Martínez, colaborador de la gran familia hermandadblanca.org