Juzgar es fácil. Observar, simple y llanamente, sin experimentar la necesidad de añadir adjetivos, es complicado. Por eso la mayoría de las personas se limitan a juzgar, sin intentar comprender, apartando todo aquello que crea disonancia. Sin preguntarse si sus juicios aportan valor. Sin cuestionarse de dónde proviene la vara de medir que están usando para encasillar a los demás en dos etiquetas: “bueno” o “malo”.
Nietzsche era consciente de ello. Por eso afirmó que “el juicio y la condena moral es la venganza preferida de las personas espiritualmente limitadas sobre aquellos que lo son menos que ellos”.
A las personas que ven el mundo en blanco y negro les resulta difícil comprender la perspectiva de quienes lo ven en colores. Y esa incomprensión genera rechazo, un rechazo que se expresa a través de la condena moral. Porque todo lo que no les gusta o no encaja con su visión limitada del mundo les asusta. Y ese miedo es la brújula que usan para condenar a los demás cuando se quedan sin argumentos lógicos e ideas para rebatir.
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