La ciencia moderna tiene un paradigma muy claro: el materialismo. Grosso modo, sólo lo que puede medirse es real y sólo lo que se acerca a un paradigma aceptado por el grueso merece investigarse, y gastar grandes cantidades de dólares para tener resultados respetables (generalmente, resultados que puedan convertirse en un desarrollo tecnológico o en algún producto rentables). Por supuesto que hay honrosas excepciones, pero esta es la norma en una sociedad donde el modelo económico todo lo absorbe y coopta.
Ahora bien, por este mismo paradigma, y por el predominio de su narrativa en Occidente, las personas cada vez se pregunten con menos seriedad algunas cuestiones esenciales que el ser humano siempre ha tenido en su mente, pues constituyen en gran medida el asombro natural de la existencia. No preguntarse seriamente y discutir estas cuestiones empobrece la vida intelectual. Lo cual deja al individuo en un aprieto, pues estas cuestiones obviamente siguen siendo centrales para la población, pero no son ya muy respetables para la esfera intelectual, que hoy en día es sobre todo una esfera científica (y en el caso de las humanidades, una cada vez más pequeña esfera de intelectuales que buscan ajustarse a los presupuestos de las universidades y su visión dominante).