En los últimos años la meditación ha sido asimilada a la cultura occidental, un poco de la misma manera que el yoga. Si bien la mezcla de la ciencia y ciertas cualidades de la mente occidental ha creado algunas innovaciones o transformaciones interesantes, en gran medida, se ha extraído a la meditación de su contexto religioso y se le ha incrustado en un contexto meramente psicológico o hasta neurocientífico. Para algunos esto es algo bueno: eliminar todo lo que «apesta» a supersticiones y pensamiento mágico y quedarse sólo con una técnica, una forma de terapia o una herramienta para maximizar la productividad. El problema con esto es que la meditación -incluso si se le quiere ver como una ciencia más que como un arte soteriológico- existe dentro de un cierto contexto filosófico, dentro de ciertos sistemas holísticos, y cuando se eliminan éstos suele dejar de funcionar.
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