Rodrigo de Castilla.- Algunos nombres caen en el anonimato a pesar de ser personas influyentes, patrióticas y altamente capaces. Esto puede suceder incluso cuando ocupan algunos de los roles más importantes en el gobierno. Este es el caso del primer secretario de Defensa de los Estados Unidos de América, James Forrestal.
Lo más cercano a la mayoría de la gente que puede llegar a su nombre es el USS Forrestal, el primer súper portaaviones del mundo y nombrado en su honor, y la escena del famoso incendio casi catastrófico en el Golfo de Tonkin en 1967. La ironía de esta catástrofe es que fue causada por prácticas de transporte descuidadas y restricciones presupuestarias navales, algo contra lo que Forrestal había luchado vigorosamente y de lo cual fue un factor significativo que condujo a la disputa entre él y el presidente Truman.
James Forrestal fue un servidor público entregado. Dejó el empleo privado en 1940 como presidente de una compañía de bonos, mientras que Estados Unidos comenzaba su construcción para una guerra potencial, tomando un papel en la organización de la adquisición e industrialización de las ordenanzas navales y la construcción naval. Se puede atribuir mucho crédito a las habilidades de Forrestal para llevar el poderío industrial estadounidense a las flotas del Pacífico y el Atlántico. En 1944 fue nombrado Secretario de la Armada.
Después de la guerra, y dada su clara habilidad, Forrestal fue nombrado en 1947 el primer secretario de Defensa de los Estados Unidos.
Al reconocer la amenaza de la expansión soviética, Forrestal buscó fondos para almacenar equipo militar excedente, como tanques y aviones, armas pesadas y municiones. En cambio, las prioridades presupuestarias de Truman llevaron a ordenar a convoyes que regresaban de Europa y el Pacífico que arrojasen miles de millones de dólares en material al costado de los barcos. Aviones, tanques, armas, municiones y proyectiles se hundieron en el fondo de los océanos.
Esto horrorizó a Forrestal, quien con razón reconoció el desperdicio como miope y un insulto a los obreros que trabajaron durante la guerra. Argumentó que la Unión Soviética representaba una amenaza significativa para los intereses estadounidenses y que los Estados Unidos debían estar preparados para actuar como una barrera contra la expansión soviética y comunista. Truman veía a los soviéticos como un aliado entusiasta.
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