Sanar el pasado para permitirnos avanzar no siempre es fácil. Por término medio, solemos llevarlo con nosotros; todo ese equipaje del ayer queda integrado en cada partícula del propio ser, diluyéndose en el pensamiento, incrustándose en cada actitud limitante, en cada miedo y noche de insomnio. Así, y aunque sea imposible olvidar todo lo experimentado, podemos afrontarlo para aprender a vivir con ello sin dolor.
Decía Goethe con gran acierto que el día es excesivamente largo para quien no lo sabe apreciar o emplear. Es cierto, y más cuando ese alguien transita por el universo psicológico de la angustia y el desánimo. En esos estados donde solo habita el sufrimiento como resultado de un trauma o una vivencia adversa situada en el ayer, resulta muy difícil apreciar el presente.
Lo es en primer lugar, porque la memoria es obsesiva, porque tiene una tendencia casi desesperante para hacernos recordar lo que un día dolió tanto, lo que nos decepcionó o lo que llegó sin que lo esperásemos y no supimos afrontar. Ahora bien, algo que debemos entender es que quien más y quien menos ha experimentado en alguna ocasión un impacto emocional.
Hay personas que, ante unas mismas circunstancias, logran sortear lo vivido sin mayores secuelas. Otras en cambio, se llevan consigo enormes lastres que no saben manejar, que engullen y arrastran de manera prolongada sin saber qué hacer. No todos reaccionamos de igual modo ante la adversidad, es cierto, pero todos podemos darnos una nueva oportunidad para superar el pasado y apreciar el presente.
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