Me indigna sobremanera que el común de la gente prácticamente intente imponerme sus criterios, sus presupuestos y prejuicios, sus gustos y animadversiones, sus simpatías y antipatías, su escala de valores, su forma de abordar la realidad, sus prioridades, su cosmovisión, sus reprobaciones, sus expectativas, sus “deberías”, su mismo comportamiento frente a diversas situaciones y hasta su misma forma de vida, como si yo estuviese en la obligación de sentir, pensar, valorar y actuar como esa gente, de ser exactamente como ellos.
Si no cumplo con lo que esperan, sus sermones moralistas no cesan: sermones moralistas religiosos, sermones moralistas ateos, sermones moralistas de derecha, sermones moralistas de izquierda, sermones moralistas conservadores, sermones moralistas liberales y revolucionarios, pero siempre sermones que pretenden encasillarme en un molde preexistente, en un “debería ser”. No consiento que me aten una soga al cuello. Respondo: no tengo por qué ser tú ni ustedes, me basta con ser, soy yo misma y nací para ser yo, no otro.
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