Enormes estatuas y fabulosos templos se alzan en medio del más enorme y desolador de los desiertos. Así es Egipto, una cultura cuyo halo de misterio se sumerge en lo más profundo de los tiempos, provocando la maravilla y el asombro del hombre moderno. Hasta ahora, la egiptología nos ha querido hacer creer que un pueblo de incultos pastores cambió de la noche a la mañana el curso de la Historia y creó, de repente, una de las civilizaciones más grandes de cuantas hayan existido. En la meseta de Giza, entre las pirámides y la Esfinge, hay algo que no está acorde con la estética egipcia y que parece fuera de lugar. Se trata de tres templos que se encuentran frente a la Esfinge de piedra y la segunda pirámide, atribuida al faraón Kefrén, que fue el cuarto faraón de la dinastía IV de Egipto. Reinó desde 2547 a 2521 a. C. En la Lista Real de Abidos lo titulan Jafra y en la Lista Real de Saqqara, Jaufra. El Canon Real de Turín da 20 años de reinado. Manetón lo denomina Sufis II y le asigna 66 años de gobierno. Según Heródoto mandó erigír la segunda pirámide de la meseta de Giza, datada cerca de 2520 a. C, de la que quedan el núcleo pétreo y restos del revestimiento original, en piedra caliza, cerca del vértice, y una hilada, de granito, en la zona inferior. Dispone de cámara Real con sarcófago de granito rosado, donde el eminente egiptólogo Giovanni Battista Belzoni encontró, en 1818, unos huesos de vaca. También se le adjudica la Gran Esfinge, el templo funerario, el Templo del Valle, una pirámide subsidiaria, cinco fosos de barcos y la calzada procesional. Ordenó construir la tumba de Jamerernebty I en Giza, próxima a la pirámide. Una espléndida estatua de Kefrén sedente protegido por el dios Horus, de diorita, fue encontrada en Giza por Auguste Mariette, en 1860. A diferencia de todas las construcciones de su entorno, las grandes pirámides incluidas, esos tres templos sagrados fueron edificados utilizando grandes bloques de caliza de unas 200 toneladas de peso cada uno, algunos de los cuales se elevaron hasta 12 metros de altura mediante procedimientos que desconocemos. Además se advierte fácilmente que esas tremendas masas pétreas están engarzadas entre sí como si fueran las piezas de un enorme puzle. Tuvo que ser un geólogo de la Universidad de Boston, Robert Schoch, quien no sólo se fijó en las tremendas proporciones de esos bloques, sino también en el inusitado grado de erosión que reflejaban. Una erosión conformada por estrías verticales y horizontales que, desde el punto de vista técnico de Schoch, sólo podrían explicarse por la acción ininterrumpida del agua hace más de siete mil años, mientras que los egiptólogos sólo estaban dispuestos a dar a esas estructuras una antigüedad de cuatro mil quinientos años.
Robert Schoch realizó sus primeras averiguaciones entre 1990 y 1991 gracias a una solicitud del egiptólogo John Anthony West, autor de La Serpiente Celeste: Los Enigmas de la Civilización Egipcia. Fue West quien le pidió que examinara la erosión del coloso de piedra de Giza a fin de que confirmara o desmintiera las teorías de Rene Adolphe Schwaller de Lubicz, que dedujo que la Esfinge debió de haber sido esculpida por una cultura que precedió a los faraones en varios milenios. Tal vez se trataba de la cultura atlante. Y no sólo la Esfinge, sino también los templos vecinos. El problema que planteó la confirmación de Schoch de que la Esfinge se erosionó al menos tres mil años antes de que existiese Kefrén es muy importante. El hecho de que ni sobre la Esfinge ni en las pirámides se haya encontrado una sola inscripción de sus constructores no contribuye, desde luego, a despejar estas incógnitas. El llamado templo del Valle está situado a apenas quince metros al sur de la Esfinge, y su estructura arquitectónica no tiene nada que ver con el resto de los famosos templos faraónicos erigidos a orillas del Nilo. Los muros están construidos con sólo tres o cuatro hileras de enormes bloques de piedra caliza de unos 5 metros de largo por 3 de ancho y 2,5 de alto. Están revestidos por losas de granito milimétricamente encajadas entre sí, que pesan la tampoco nada despreciable cifra de entre 70 y 80 toneladas. Lo más llamativo es el engarzado del granito que recuerda, de inmediato, a los bien encajados puzles de piedra que se pueden admirar en Cuzco o en el recinto sagrado de Ollantaytambo, en Perú. ¿Quién construyó el templo del Valle? La egiptología oficial responde que fue el faraón Kefrén. Pero en ninguno de estos recintos se ha encontrado inscripción alguna que vincule los edificios a Kefrén. Fue el hallazgo de varias estatuas de este faraón enterradas en el recinto del templo del Valle lo que sirvió a los egiptólogos para datar ese edificio y las estructuras colindantes. Después se llegó a afirmar incluso que el rostro de la Esfinge correspondía sin lugar a dudas al propio Kefrén, cuando había elementos más que suficientes para dudar de ese paralelismo. Por lo que se desprende del examen de este recinto, el templo del Valle fue construido en dos fases. En la primera se colocaron los bloques de caliza que hoy vemos desgastados por la acción del agua. No sabemos qué época fue ésa, pero sí sabemos que en una segunda fase un faraón que desconocemos decidió restaurar el templo con las losas de granito.
Si como sugiere Schoch, los primeros bloques se tallaron, transportaron y colocaron en la época de las grandes lluvias en el Nilo, alrededor de finales de la última era glacial, si no antes, estaríamos ante el monumento de piedra más antiguo de la historia humana. En cuanto a la segunda fase del templo, sabemos que faraones como Tutmosis IV o Ramsés II restauraron bajo sus mandatos partes significativas del conjunto monumental de Giza, por lo que tampoco puede descartarse la idea de que Kefrén mismo hubiera podido reformar el templo del Valle añadiéndole las losas de granito, de pesos similares a los de las piedras mayores de las pirámides, y enterrara las estatuas del rey en su suelo. Frente a la Esfinge se encuentra el otro recinto conocido como templo de la Esfinge.Presenta algunas peculiaridades como la de su suelo de alabastro, hoy casi desaparecido, y la existencia de bloques de granito enterrados a una profundidad de 16 metros, traídos directamente desde Asuán en épocas remotas, nada menos que desde 1.000 kilómetros al sur de Giza. Este segundo templo, que actualmente no puede ser visitado por los turistas, presenta un grado de deterioro mucho mayor que el del Valle, y carece del revestimiento granítico de su vecino. En sus enormes bloques de caliza se advierte la misma erosión causada por el agua que denunció el doctor Schoch en la Esfinge, tal y como sucede asimismo en el llamado templo mortuorio de Kefrén, situado frente a la segunda pirámide, un kilómetro más arriba, y reducido en la actualidad a una masa caótica de piedras. ¿Quién erigió estas obras? ¿Por qué su técnica y estilo arquitectónicos no se siguieron usando en Egipto en dinastías faraónicas posteriores? Para expertos como John Anthony West o Graham Hancock, la respuesta sólo puede ser porque fueron erigidos en tiempos predinásticos por alguna supercivilización de la que hemos perdido toda referencia, y que a los faraones más modernos de Egipto les resultó imposible imitar. De hecho, disponemos de al menos dos cronologías antiguas que enumeran los reyes que tuvo Egipto y que los remontan a mucho antes de la unificación del Alto y el Bajo Nilo en tiempos del faraón Menes (3150 a.C). Estas listas reales son la Piedra de Palermo (de la V dinastía) y el Papiro de Turín (de la XIX dinastía). LaPiedra de Palermo cita 120 reyes que gobernaron antes del nacimiento de la época dinástica, aunque se encuentra tan deteriorada que es imposible extraer más información acerca de ese oscuro período prehistórico. En cuanto al Papiro de Turín, pese a su lamentable estado de conservación, describe un período de 36.200 años, que se inició con el gobierno de los Neteru (o dioses), y que se desarrolló a lo largo de nueve longevas dinastías anteriores a Menes, comandadas por una suerte de clanes semidivinos conocidos como «los venerables de Menfis», «los venerables del Norte» y hasta los Shemsu-Hor (o «compañeros de Horus»), que reinaron sobre Egipto durante más de trece mil años. Para los egiptólogos oficiales esta información no es más que un mito. La cronología del Papiro de Turín finaliza así: “Los Akhu, Shemsu Hor, 13.420 años; reinados antes de los Shemsu Hor, 23.200 años; total: 36.620 años”.
Antes de Menes, que habría aparecido en escena hacia el año 3.100 antes de Cristo, en Egipto vivían y gobernaban los “dioses”. En esta época pre-faraónica llamada “Zep Tepi” o “tiempo primero“, habitaba una raza de seres llamada Neteru. De acuerdo a las crónicas egipcias, el gobierno de los dioses sobre Egipto tuvo dos dinastías, que abarcaron algo más de 26.000 años. La primera duró un total de 12.300 años, 9000 de los cuales estuvieron a cargo del dios Ptah, y la segunda encabezada por el dios Thot, que llegó a los 13.870 años. Estos períodos dinásticos divinos y toda la sucesión de gobernantes dioses, aparecen documentados en la tradición egipcia, según el historiador Herodoto (“Libro II de la Historia“) y el investigador contemporáneo Robert Bauval. En cuanto a los faraones mitad dios y mitad hombre, que sucedieron a los dioses, fueron llamados los Shemsu-Hor o “compañeros de Horus”, y aparecen descritos con todo lujo de detalles en el Papiro de Turín o Lista de Reyes de Turín. Sin embargo, esta historia ha sido silenciada desde la antigüedad, ya que se omitían aquellos primeros tiempos donde los dioses se mezclaban con los hombres. Afortunadamente, sabemos que los dioses venían de un lugar específico: Orión. El sistema de estrellas triple de Sirio y la constelación de Orión, estrechamente relacionadas en la mitología egipcia, tenían una gran significancia para los egipcios. Sirio era considerada como la estrella más importante en el cielo. De hecho, era el fundamento astronómico de su sistema religioso. Fue venerada como Sothis y se asoció con Isis, la diosa madre de la mitología egipcia. Isis es también el aspecto femenino de la trinidad formada por ella misma, Osiris y Horus. Los antiguos egipcios le atribuían una gran importancia a Sirio, y la mayoría de sus dioses estaban asociados a dicha estrella de alguna manera u otra. Los egipcios tenían muy claro que su más allá estaba en la Duat, la porción de firmamento donde se encuentran las constelaciones de Orión y Can Mayor. Los antiguos egipcios conocían que Sirio es un sistema estelar triple, al igual que lo sabían el antiguo pueblo Dogón, que habita en la región central de Malí, o los Mayas, de América central. Además, el arqueólogo ruso Vladimir Rubtsov afirmaba que la palabra con la que los antiguos iraníes se referían a Sirio era Tistrya, palabra que proviene del sánscrito Tri-Stri, que significa tres estrellas.
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